Intermedio *
El espíritu
erótico 2
Jotamario Arbeláez
Sólo el espíritu es erótico, pues el cuerpo inerte
es puro bagazo. Si en el erotismo radica la continuación de la vida, el ser
humano no puede negarse a él, sin negarse a sí mismo, su origen y su
futuro. Cuando el hombre
entrega su espíritu, hasta allí llegaron los deseos de la carne y sus
aspiraciones a lo bello y lo trascendente. Una vez se le desentiesa el
principio vital, el hombre se queda tieso. Algún doctor de la Iglesia inventó
que los ángeles no tenían sexo, cuando es sólo el ángel inmerso en la criatura
quien le impele a penetrar o ser penetrado. A admirar o ser admirado. A pintar
o ser pintado. A cantar o ser cantado. El ángel es el sexo de los humanos. Es
el demonio el que le aconseja abstenerse, celoso de que las criaturas sean como
dioses.
A mi amigo Gonzalo
Arango, cuando andaba pleno de vida y de picardía, le preguntó un periodista:
“¿Usted cómo concibe el amor, física o espiritualmente?”, y él respondió: “De
ambas formas, pero en la cama.” Porque nadie hace el amor de una forma física, sin
que sea la gasolina del espíritu la que le proporcione la fuerza en la
empujadera. Algunos animales se huelen el sexo y se siguen, se hacen el amor en
el aire, en la tierra y en el agua. Y los humanos hasta en el sueño.
Tiene espíritu todo lo
que se reproduce, sexual o asexuadamente, desde los enormes dinosaurios y
torpes mastodontes hasta el autosuficiente ser unicelular. Vamos a limitarnos
al ser humano, que es el que escribe, pinta y consume libros y cuadros, goza
con ellos, algunos mucho más cuando son eróticos porque es el erotismo el gran
satisfactor de los sentidos de que fue dotado por el gran arquitecto lúbrico.
No es bueno que el hombre
esté solo, pensó el Señor, y le dio a Eva (y Lilith), pero después también a
Homero (y Virgilio), a Picasso (y Dalí), a Bach (y Beethoven). Porque de nada
valen sólo los éxtasis amorosos del cuerpo si no se acompañan con orgasmos
espirituales. Con la “emoción estética” de que hablan los eruditos artísticos.
Hace veintitantos años uno de estos enviados
de Dios de quienes la humanidad sospecha porque vienen recubiertos de la pasión
por el arte y la poesía y un sobretodo rijoso, Fernando
Guinard se llama, me propuso la elaboración de un libro redentor, “El
Espíritu Erótico, para amantes estéticos” ( 1
).
Sería una fusión, una
difusión, una transfusión, jamás una disfunción y más bien una venida al
tiempo, de obras pictóricas colombianas y poemas mundiales cuyo tema fuera el
sexo manifiesto, el mandamiento que no figuró en las tablas: “Haz el amor bien
y no mires a quién”. Lo siento con mis malquerientes, pero con la frase
anterior acabo de superarme como pensador y como teólogo. Pareciera el slogan
para una bacanal sibarita.
El mismo personaje, que en el camino
se atrevió con un envión similar titulado El Espíritu Creador, donde
también le hice la segunda como creativo, se propuso una segunda venida de El Espíritu Erótico, con nuevas propuestas plásticas y
conservando la mayoría de los poemas eternos.
Es bien persistente, Fernando, como un
buen polvo, pues en polvo eres estuvo a punto de convertirse en la última
jornada, emergencia médica de la que lo salvó la obsesión con la obra y las
manos milagrosas del cirujano que operó y las de una esbelta chiquilla que
suturó, Emilce Rivera, encontrada en el momento que era en el camino de los
elegidos, quien le ha sido derrotero no derrotable y brújula bruja. Y es quien
ahora coordina a este descoordinado. Y le ayuda con el diseño de una preciosa
entrega virtual, la Revista Ojos (no Sojo), que llega gratuitamente
a todo aquel que la solicite.
Porque ahora que comienza la paz, hay
que estar bien aceitado para el amor.
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* Publicado
(parcialmente) en
EL PAÍS,
Cali, Agosto 16, 2016
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