domingo, 12 de enero de 2014

LOS LECTORES QUE FUIMOS, QUE SOMOS. Por: Alejandro José López

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La letra y el garabato

LOS LECTORES QUE FUIMOS, QUE SOMOS

Por: Alejandro José López *

         Quizá los libros que más nos gustan deban ese lugar en nuestra escala personal al momento en el cual los leímos. Probablemente, las vivencias de la ocasión nos hicieron más proclives a disfrutar de esas obras. Y luego, cuando sospechamos aquella inestabilidad del criterio, nos procuramos correctivos, antídotos contra nuestra propia condescendencia; así que releemos. ¡Vano intento! Como un Heráclito lector tratamos de regresar a aquel río de palabras que ya es otro… “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, sentenciaba el poeta.



         Me obsequiaron por Navidad un libro que había leído de pie, hace algún tiempo, de tarde en tarde, frente al estante de una famosa librería. Destapé aquel regalo con avidez y regocijo, pues la forma del paquete delataba su naturaleza. Leí: “Sostiene Pereira” y me asaltó la dicha de un magnífico recuerdo. Me dispuse entonces a pasar un par de jornadas en el jardín de mi casa recorriendo la mágica Lisboa, acompañando al atribulado Pereira en las vivencias que le sobrevienen tras conocer al joven Monteiro Rossi. Sentí el infinito cariño que Antonio Tabucchi, el autor de la novela, profesó por aquella ciudad inolvidable; sentí agradecimiento por esa voz suya que se te va impregnando en el espíritu como el aroma del café; sentí tristeza al recordar la reciente desaparición de este exquisito novelista italiano, apasionado lector de Fernando Pessoa. Y me sentí afortunado al saborear su narrativa con esa fruición sostenida que sólo puede entregarnos el pulso firme de un verdadero escritor.
Sentí muchas otras cosas al regresar sobre esta historia ambientada en los años del dictador Salazar. El clima infame que los gobiernos autoritarios propagan sobre las naciones, el miedo ambiente que se apodera de los ciudadanos, el desprecio irredimible que ameritan los tiranos de toda laya. Y sentí alegría también: porque aun bajo circunstancias atroces, hay quienes no claudican; porque, cuando alguien logra sobreponerse a la apatía o al espanto, siempre aflora un reservorio moral capaz de oponerse a la vileza; porque incluso en la más oscura de las noches, más allá de los nubarrones, hay constelaciones de estrellas iluminando en infinito.
         Entre todas las sensaciones e ideas propiciadas por este relato, una de las más sugestivas para mí ha sido aquella teoría sobre la confederación de almas que constituye nuestra personalidad. Pereira la escucha del doctor Cardoso, el médico intelectual que le atiende en una clínica talasoterápica. Creer que somos “uno”, le explica el galeno, representa una mera ilusión, una ilusión por demás ingenua, agrega. De manera que nuestra norma, o nuestro ser, o la normalidad, no es una premisa, dice, sino más bien el resultado de un yo hegemónico que se ha puesto al mando de la confederación. Pero a veces, advierte, por un ataque directo o por una paciente erosión, surge otro yo más fuerte y más potente dispuesto a ejercer la supremacía. Y así lo hace hasta que emerja otro yo nuevo, concluye, otro yo nuevo en condiciones de destronarle. Pereira se quedó pensativo… Y yo también.
         Al cerrar el libro, la hermosa edición en tapa dura que me fue obsequiada, traté de recordar las razones por las cuales guardaba tan gratas resonancias de esta novela. Tenía en la memoria mucha simpatía por Pereira, ese periodista veterano a quien acaban de encomendar la página cultural de un pequeño periódico, el Lisboa. Pude evocar la agradable sensación que me produjo su trama orgánica, precisa. Y vinieron a mi mente algunos bellos recovecos lisboetas descritos por Tabucchi. Con todo, los nuevos motivos de celebración fueron superponiéndose con rapidez y sólo pude acordarme sumarialmente del lector que fui. Ahora me sobrecogieron nuevas razones. La prosa de arroyo límpido y tranquilo, el cuidadoso tránsito narrativo que logra fusionar soledad y solidaridad en un único tema, los dilemas morales del protagonista y sus determinaciones. Me dirigí finalmente a mi biblioteca para depositar el volumen recién leído sobre un anaquel muy especial. Allí suelo poner ciertos libros sobre los cuales querría, con toda seguridad, volver alguna vez. Pero no he de llamarme a engaños: si la vida me concede ese tercer encuentro, ni Pereira ni yo seremos los mismos.
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TABUCCHI, Antonio. Sostiene Pereira. Editorial Anagrama. Barcelona, 1999 (1994).
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Monumento a Pessoa,  Café A Brasileira  (2013)

Me dispuse entonces a pasar un par de jornadas en el jardín de mi casa recorriendo la mágica Lisboa, acompañando al atribulado Pereira ...