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Intermedio
Nadaísmo al Parkinson
Jotamario Arbeláez
Balance
de una rebeldía pasados 60 años de echar
plomo
con las teclas de su máquina de escribir.
Patricia Ariza, Jotamario
Arbeláez, Fanny Buitrago, Luis Darío González, Carmen Payón.
Plaza de Bolívar.
Bogotá. 1962. Foto Nereo.
A estas alturas de la vida, tan cerca de las estrellas
y tan lejos de lo que queda,
siento que soy un
ciudadano que se puede dar el lujo de caminar por las calles por donde vive sin
ningún tipo de precauciones.
Se acabaron esos tiempos
en que me las tiraba de enemigo público número uno y compadre del Anticristo,
para escandalizar por
parejo a los profesores y al costurero de mamá, a los jueces de la república y
a los representantes del clero.
Los maridos celosos
están en sus guarderías.
Las lolitas que me
aupaban cuando hacía de viejo verde ahora son profesoras.
Los poetas rivales
ingresaron en la Academia.
Los jubilados del barrio
me esperan en el parque con el parqués.
Asisto puntualmente a la
peluquería, a la manicurista y al pedicuro,
al chequeo prostático y a las tertulias poéticas de Gloria Luz.
al chequeo prostático y a las tertulias poéticas de Gloria Luz.
Sin romperme ni mancharme pasé de la casa de lenocinio al salón de masajes.
Mi maletín de poeta no
contiene valores negociables sino borradores de odas.
Y no ostento reloj Zen
ni gafas Piaté.
Lo que me gané en
premios me lo comí en cucas.
No me diferencio de a
mucho
–utilizo estos
caleñismos para castigar el estilo- de los mortales transeúntes que merodean.
Apenas si me permito un
vestido de don Jesús Valencia,
que disimulo con una bufanda añosa del Corte Inglés.
que disimulo con una bufanda añosa del Corte Inglés.
Resulté como
Heliogábalo, el anarquista coronado, según Artaud.
Alguien a quien nadie atracaría en su sano juicio.
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Alguien a quien nadie atracaría en su sano juicio.
.
El ex mancebo Eduardo Escobar pronostica que nos llegó
la vejez y que lo peor es que se nos nota.
Y uno que creía que la eternidad siempre sería joven.
Vila-Matas, en El mal de Montano, libro que devoro con
ansia loca, recuerda “cómo mi generación quiso cambiar el mundo, y pensé que
tal vez había sido mejor que aquello que soñamos no se hubiera hecho realidad.”
Cito de memoria, olvidándome del Altzheimer.
Voy, pues, camino del
cenit, con el diploma del fracaso a guisa de parasol.
Hoy recuerdo cómo nos levantábamos con el ánimo de
arreglar el mundo y no éramos capaces siquiera de tender la cama,
bajo la cual guardábamos
los panfletos de la temporada.
Y cuando caíamos
rendidos en las embriagueces del sueño ya nuestro afán reformador y
redentorista había periclitado.
Eduardo
Escobar, Jotamario Arbeláez, Darío Lemos, Juan Manuel Roca,
Eduardo
Zalamea. Bogotá. 1975. Foto Rogelio Daraviña.
Si al Señor Dios el mundo le había quedado mal hecho, nosotros éramos unas de sus criaturas,
¿quiénes éramos nosotros
para pretender corregirlo?
Sería soberbia satánica
ponernos en la tarea. ¿Cómo íbamos unos
chalados a competir con el Gran Arquitecto del Universo?
El hecho es que con quedarnos quietos el movimiento
cumplió su misión y así sus integrantes fueron cayendo los unos sobre los otros
con pena pero sin gloria,
y hoy
los sobrevivientes ya no combatimos al establecimiento con irritantes denuncias
sino con acetaminofenes y
ungüentos de marihuana los males del cuerpo.
Como ciudadano integérrimo y sofisticado plumífero
eché quimba contra las FARC, sus minas quiebrapatas y su condenada manía
secuestradora.
Y, amén de los
sombrerazos con que me amenazan energúmenos cuando avanzo por calles
peatonales,
he recibido bofetadas
virtuales de amigotes contemporáneos de quienes nunca fui camarada, pues cuando
ellos militaban en la célula yo formaba parte del tejido nadaísta.
(¡Quién iba a pensar que
el nadaísmo duraría más que la tela de los hilos perfectos!)
También marcharé en
contra del paramilitarismo y el serrucho.
Y cuando la sociedad se
acuerde de los secuestrados por el ELN, también patonearé contra los ‘elenos’.
Cuando se acabó el comunismo, es decir, cuando la hoz
perdió el martillo y el martillo perdió la hoz,
fueron muchos quienes
voltearon hacia nosotros los ojos, en la esperanza de que -como éramos
ácratas-, reemplazaríamos a la sólida izquierda que se había disuelto en el
aire.
Pero no íbamos a
conducir a nadie al poder, a ningún poder, porque contra lo que estábamos era
precisamente contra el poder, contra cualquier poder.
Con lo único que estamos
es con la vida, así tengamos algo tembleques las manos, pero el pensamiento no
tanto. Nos pasa por tratar de imitar a Álvaro Mutis.
Hemos trasegado por sesenta años con nuestro antifaz
de poetas por el carnaval de la violencia en Colombia.
Cantando la tabla gratis
como remachados goliardos contra quienes menoscaban la dignidad del ser vivo, y
declarando inexequible la ley del embudo.
Más de medio siglo sin
haber sido entendidos por más de dos o tres locos.
De vez en cuando alguien
se acuerda que de no haber sido por nosotros el país todavía estaría en la
caverna de la que apenas trata de salir la guerrilla.
El señor alcalde de la ciudad nos ha mandado a decir
que hay que celebrar esta fecha.
Que planeemos una serie
de eventos musicales y poéticos que se podría llamar: “Nadaísmo al parque”.
Nadaísmo al Parkinson, pienso yo.
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