jueves, 26 de septiembre de 2013

J. CORTÁZAR: ‘LA FLECHA ANDA POR EL AIRE’. Luis Ernesto Lasso. Septiembre 25, 2013

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La Niña, La Tinta y La Canta María 
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J. CORTÁZAR: ‘LA FLECHA ANDA POR EL AIRE’

Luis Ernesto Lasso *
(Pensionado)












NTC ... agradece a Gustavo Álvarez Gardeazábal en aporte del texto. 

1.    ‘Sin historia no hay hombre’: J. C.

Clase media, colegio nacional, padre abandonador, criado por mujeres en medio del mundo convulsionado del peronismo, al terminar pedagogía y sentar plaza de maestro en provincia, no estaba suficientemente equipado para entrar a la historia, para conformar la escasa familia de los hombres: educador mediocrizado, sentía que la patria, que el mundo estaba fuera. Así lo expresó en su primer poemario y en los textos narrativos iniciales que tejían fábulas cercanas a lo fantasioso, ligadas con lo morboso teratológico.

            Como forzosidad, ante el imperativo de una tradición ajena al contexto pero ya manida en sus expresiones, seguir la huella de Borges no era sólo repetirse: se entra en el laberinto de la insistencia del boceto, de la imposibilidad de superar al padre. Sólo que las búsquedas no fueron inútiles: la ruptura con la tradición y el apartamiento del Maestro se logra en la captación de lo monstruoso que no estaba en el dédalo de la leyenda griega sino instalado en la misma interioridad del propio corazón: el monstruo soy yo. No gratuitamente la lección de traducir a Poe logra incidir más allá de las formas, hasta ligar los criterios con los del indagador Freud: Teseo dejará de buscar al minotauro, porque descubre que lo lleva dentro.

            Conjuntamente con el descubrimiento cuna –mientras en Buenos Aires y en las Pampas los descamisados crecían en fe y organización populares– van a surgir los conceptos del «doble» y de la «figura». Las lecturas europeas toman asiento en el puerto, pero se van enriqueciendo con el propio lunfardo que no sólo es una expresión folclórica. Por eso, seguramente, lejano de los antecedentes medievales y cercano del estructuralismo que aún no se esbozaba, se percataría de las conexiones indefectibles que el mundo impone: «Digamos que el mundo es una figura. Hay que leerla», dirá años después en el libro de libros que se vuelve Rayuela.

            Buscando la modernidad –rompiendo en la tradición, de acuerdo con Octavio Paz– estaba en la provincia argentina, doblemente provinciana, diseñando lo que en una veintena de años vendría con la madurez: la lucha, la resistencia, el combate contra la Gran Costumbre, devoradora de sueños, de perspectivas, de horizontes. En Rayuela fructificará lo entrevisto: «¿Por qué entregarse a la Gran Costumbre? Se puede elegir la tura, la invención, es decir el tornillo o el auto de juguete».

            La beca para París interrumpe brevemente los inicios de la gran transformación. Ella empieza cuando se cerciora que ha dejado de lado todo cuanto fuera el entorno, cuando comprende que «la casa y el ladrillo» siempre se llevan dentro. Posterior a la fama del gran libro, en plena efervescencia del «boom», habrá de decir: «París fue mi camino de Damasco, la gran sacudida existencial». Y al mismo reportero –González Bermejo– más adelante: «Si no hubiera escrito Rayuela me habría tirado al Sena». Desde aquí podría explicarse cómo ese texto experimental –«petición de autenticidad total del hombre», diría él– no puede quedarse en el Club de la Serpiente y sus especuladores y «lameculos metafísicos», porque la vida se les metió en las entelequias de las turas con la muerte de Rocamadour, con lo que la búsqueda de la Maga tiene que realizarse como alternativa definitiva en los «dobles» de Talita y Traveler, en el mismo clase-media Buenos Aires, en donde el episodio del tablón puede estremecer de inventiva y simbología al mundo contemporáneo.

            Pero antes, en 1959, estuvo El Perseguidor. Jazzista consumado como degustador y frustrado como saxofonista, hallará en esta noveleta magnificencias:

Ø  Todo crítico es el triste final de algo que empezó como sabor: Bruno
Ø  ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? […] Esto lo toqué mañana: Johnny
Ø  Este jazz desecha todo erotismo fácil, todo wagnerianismo […] está en el plano de música en absoluta libertad […] como la pintura sustraída a lo representativo es sólo pintura […]: Bruno
Ø  Hasta el más modesto (médico) se sentía seguro […] todo temblaba a su alrededor […] no había más que fijarse un poco […] para descubrir los agujeros […] todo esponja, como un colador colándose a sí mismo […]. Pero ellos eran la ciencia americana […] no veían nada, aceptaban lo ya visto por otros, se imaginaban que estaban viendo […] y estaban segurísimos de sí, convencidos de sus recetas, sus jeringas, su maldito psicoanálisis, sus no fumes y sus no bebas […]: Johnny
Ø  Amorous: me hace caer en la cuenta de que Johnny no es una víctima, no es un perseguido […] persigue en vez de ser perseguido: Bruno
Ø  Lo admiro por eso: es el chimpancé que quiere aprender a leer, un pobre tipo que se da contra las paredes, no se convence y vuelve a empezar: Bruno
Ø  Ella era (Bee) como una piedrecita blanca en mi mano […] Y yo no soy más que un pobre caballo amarillo y nadie limpiará las lágrimas de mis ojos: Bruno
Ø  Vida de crítico: vivir de prestado, de novedades y decisiones ajenas: Bruno
Ø  Te has olvidado de mi […] No es culpa tuya no haber podido escribir lo que yo tampoco soy capaz de tocar: Johnny
Ø  […] un pobre diablo de inteligencia mediocre, dotado como tanto músico, tanto poeta y tanto ajedrecista del don de crear cosas estupendas, sin tener la menor conciencia de las dimensiones de su obra: Bruno
Ø  Últimas palabras: Hazme una máscara: Johnny
Ø  Van a traducir la obra al sueco. Mi mujer está encantada: Bruno

Las inferencias son casi obvias: ha descubierto al hombre en la tragedia de Charlie Parker y busca –él sí gran Perseguidor– sentido a la música (Figura) del jazzista negro, paradigma de cuánto perseguidor de vida puede haber. Pero la figura es doble, como siempre, no dicotómica sino complementaria en su contraposición: Bruno que busca, halla algo y, sobretodo, oculta lo esencial del Negro –por eurocentrista, racista, buscador de pesos– al entregar la ‘biografía’ de Johnny con hallazgos, y ocultamientos, otra figura que abundando pretende tapar la figura central. Pero ambos –biógrafo y biografiado– tienen sus lemas (máscara y lealtad, respectivamente), que pueden intercambiarse, inaugura peligrosamente don Julio.

2.  ‘Sin lenguaje no hay hombre’: J. C.

Después de las guerras, mundiales o no, ¿dónde el hombre que se aferre a la fe? El positivismo que alentara el sueño del control de la naturaleza para servir a la humanidad quedó al borde del abismo. Unos saben que las palabras están puteadas y que al escritor le corresponde curarlas; otros creen que lo único que queda como posible es testimoniar la aventura del hombre. Todos provienen de la caída de Altazor que busca aferrarse al amor, a la revolución, a las palabras y sólo queda en su escisión total, con el fragmentarismo y la incertidumbre que bisbisean los oteadores del nuevo milenio.

            Pero Cortázar se empecina en la especulación de la palabra como fundadora de gentes, inscrito más que en los advenimientos estructuralistas en la certeza de la colectividad primitiva humanizándose. No en balde se hace rotundo Morelli en su logro que lo desliga de los neometafísicos de la palabrería: «Lenguaje quiere decir residencia en la realidad. Al lenguaje hay revivirlo, no re-animarlo». Antes, siguiendo la lectura de ‘hembras’ que pudo postular para Rayuela, Cortázar se ha expresado por sus criaturas, una vez que haya deslindado campos con los que «juegan a hacerse los inteligentes», esos mentecatos que se amparan siempre en la palabra descrestadora, vacía: de tanto usar la palabra desemantizándola, ahora se realiza «la violación del hombre por la palabra, la soberbia venganza del verbo contra su padre». Por supuesto, si ya antes se estuvo contra la gran costumbre bonaerense, ahora puede levantar la voz contra la Nueva Costumbre a punto de enajenar más: «llegar sin palabras a la palabra», formula don Julio, antes de los grandes asertos morellianos:

·         ¿Para qué sirve un escritor sino para destruir la literatura?
·         Escribir es dibujar mi mandala, y a la vez recorrerlo, inventar la purificación purificándose: tarea de pobre chamán blanco con calzoncillos de nylon.
·         Escribir es dar testimonio, luchar contra la nada que nos barrerá.
·         Me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector.
·         Feliz el que encuentra sus pares: los lectores activos.

Desde luego, se trata de un Novum Organum en un mundo donde la relatividad lleva casi indefectiblemente al agnosticismo, donde –en el juego servil los postulados retardatarios e imperialistas del neomodernismo negador de historia, ideologías y esperanzas– el cinismo cunde entre quienes no se atreven a ver más allá. Pero ese intento de metaliteratura que supera dicotomías modernistas y entrevé la urgencia de nuevos oteamientos a partir de un hombre nuevo –qué bueno recordar el poema dedicado al Che, una vez asesinado este paradigma de buscador– pasa por la postulación de un lenguaje nuevo –entretejido de cientifismo y de clasicidad pero matizado por los lunfardos indispensables que enriquecen– expresión de un hombre nuevo que ha de constituir una nueva sociedad. Entreverla fue como la etapa decisiva de su comprensión de la figura del mundo, para llegar a la madurez total:Las Puertas del cielo. «El Perseguidor y Rayuela fueron textos anteriores a mi toma de conciencia en el plano histórico-político», dirá años después a González Bermejo.

            Temprano, al final de la década del 60, al polemizar con Collazos, ya está desbrozando caminos en torno al crecimiento de la escritura en Hispanoamérica:

ü  La Casa Verde no tiene equivalente en nada de lo que se ha inventado en Europa en los últimos años.
ü  No hay nada foráneo en las técnicas literarias.
ü  Hay muchos escritores franceses influenciados por J. L. Borges.
ü  ¿Qué país puede jactarse de haber tenido en esta época poetas como Vallejo y Neruda?
ü  Eso de ‘grado de realidad’ debería ser mirado sobre todo desde el punto de vita de responsabilidad moral (sub. mío)
ü  Una literatura que merezca su nombre, es aquella que incide en el hombre desde todos los ángulos (no por pertenecer al tercer mundo o por sólo su ángulo sociopolítico), que lo exalta, lo incita, lo cambia, lo justifica, lo salta de casillas, lo hace más realidad, más hombre, como Homero hizo más reales y más hombres a los griegos, y como Martí, Vallejo y Borges hicieron más reales y más hombres a los latinoamericanos.
ü  Necesitamos más que nunca los Che Guevara del lenguaje, los revolucionarios de la literatura, más que los literatos de la revolución.

No era para menos: los gringos en Vietnam, la lucha argelina, la invasión a Checoeslovaquia, mayo del 68, (haría poemas al respecto y escribiría un texto de saludo a los estudiantes argentinos que se tomaron la Casa de su país en París) y el asesinato del Che en Bolivia (Yo tuve un hermano…) lo llevaría a la búsqueda real de la Figura: desentrañar la sinrazón del mundo.

3.  ‘Soy un Realista en el sentido de que la Realidad me apasiona’: J. C.

El plano cartesiano fue indispensable para barrer endriagos y toda suerte de brujas: estamos situados en el aquí y en el ahora, cuando antes Latinoamérica hacía parte de fantasmagorías y miraculismos. Pero ya se ha advertido de la razón paridora de monstruos o en el mejor de los casos del parto de los montes. ¿Levantarse, entonces, contra la razón que tanto arrinconó la metafísica? Patafísica dijeron unos que Cortázar tomó en serio: la casa puede ser tomada por algo más que los peronistas; Alina es ella y su doble; Delia siempre termina por envenenar a quien la ama; una milonga abre otras puertas; el intruso de la novela se puede continuar en la vida; en el Axolotl soy complementario de lo teratológico; en fin, que lo lúdico más que juego es fuego indeleble, galerías que llevan a otros cielos. Como postulación de la otra postmodernidad, Cortázar enfatizará en la impugnación de la razón aristotélica, en el cuestionamiento del judeocristianismo y del farsante humanismo de nuestro tiempo: autenticidad, esfuerzo sobrehumano en la captación de la realidad, en la cita con el pedazo de verdad que puede llevar a la gran verdad. Ya Horacio Oliveira se había referido al asunto: «Qué voy a escribir, para eso hay que tener alguna certidumbre de haber vivido» y, definitivamente, no se puede vivir metido en el odre de la gran costumbre, del inveterado molinete que en la noria destroza totalmente.

            Instalarse en el lenguaje, esto es, en la realidad y verla en su dimensión real, es atreverse a descubrir sus mundos: «Sólo los ciegos de la lógica y de las buenas costumbres pueden pararse delante de un Rembrandt sin ver que ahí hay una ventana a otra cosa», nos ha dicho en Rayuela su personaje central, alter ego de la busca de esa Maga que es Beatriz, Dulcinea, el Ideal que no muere, el sueño de la Utopía que nos impide el poder. Pero, asimismo, es también trastocar los hábitos impuestos por la Gran Máquina Devoradora de Vida Auténtica. De ahí que el argentino proponga: «Elegir una inconducta en vez de una conducta, una módica indecencia en vez de una decencia gregaria».

            Entonces, el espacio está para cruzarlo entretejiendo galerías que vinculan lo prosaico con lo poético; el tiempo –«me apasiona el hoy, pero desde el ayer»– es más que el entrecruzarse de historias para lograr efectos poeianos: se trata de poder operar la cámara para evitar que una vez y otra muera Roque Dalton ejecutado por sus compañeros de armas revolucionarias, porque si hay muerte absurda es ésta por encima de todos los absurdos.

            Superar dicotomías –del estar y no, del pasado que construye y perfila hasta el horizonte– es desarrollar parámetros vitales en la cultura occidental, pero a la vez significa exceder los caminos apenas entrevistos de la solidaridad: «La verdadera otredad, hecha de delicados contactos, de maravillosos ajustes con el mundo, no podría cumplirse desde un solo término; a la mano tendida debía responder otra mano desde el afuera, desde lo otro».

4.  ‘Descubrí por la Revolución Cubana una América Latina que me había importado un bledo’: J. C.

Si desde Echeverría la intelectualidad cono-sur le había vuelto la espalda al entorno –al menos en sus figuras más destacadas de Borges a Onetti, para no mencionar los antecedentes de Sarmiento y Herrera– qué difícil le fuera al clase-media maestro secundario la ruptura del paradigma. Pero ya dijimos que en Damasco-París no tuvo alternativa de mayor evasión.

            En una carta a Fernández Retamar (1967), después de haber sido jurado en Casa de las Américas y de regocijarse por las posibilidades reales de la Revolución Cubana, precisaría lides en el intrincado viaje:
§  De mi país se alejó un escritor para quien la realidad, como la imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros deberían culminar en la realidad.
§  Mi problema sigue siendo, como debiste sentirlo al leer Rayuela, un problema metafísico, un desgarramiento continuo entre el monstruoso error de ser lo que somos como individuos y como pueblos en este siglo; y la entrevisión de un futuro en el que la sociedad humana constituirá por fin ese arquetipo del que el socialismo da una visión práctica y la poesía una visión espiritual.
§  Hoy sé que escribo para, que hay una intencionalidad que aporta a esa esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre futuro.

Junto con Gabo, Fuentes y el ‘pequeño’ Llosa no sólo se van a constituir en los mosqueteros de las letras del «boom», sino en los denunciantes de las tropelías que gringos y cipayos cometen contra América Latina, de los cuales ellos se pretenden voceros integrales.

            En consecuencia, el nuevo órgano corresponde a una distinta cosmovisión, tanto como a una diferente escritura: crear el Tribunal Russell para condenar a los criminales de guerra va parejo con su filiación a la Revolución Cubana –con disentimientos y poemas explicativos a la hora de los hornos y su dedicación íntegra a la defensa de la Revolución Sandinista, de la que no tuvo tiempo de ver su propia negación. Y todo ello se corresponde con la escritura que desembrolla el experimentalismo a ultranza de 62 modelo para armar, a fin de optar militancias guerrilleristas en la elección escritural de El Libro de Manuel (1973): la historia de la Joda –grupúsculo clandestino, desarrollo del Club de la Serpiente, donde el papel de Horacio lo hace el escéptico Andrés que termina recuperando la historia, incluso de las mínimas microagitaciones que llevan a la consecuencia– responsabilidad ética, del sacrificio de los mejores, como suele suceder. Pero todo no sucumbirá: en el libro de didáctica para Manuel, aparecerá el grito, el secuestro del VIP, la inmolación de Marcos, y El que te dije, y todas las denuncias políticas claves del imperio y la burguesía. De las diversas reflexiones que aparecen en el texto, sobre el proceder revolucionario, entresaco:

v  Más que nunca creo que la lucha en pro del socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror cotidiano con la única actitud que un día le dará la victoria: cuidando preciosamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como lo queremos para ese futuro, con todo lo que se supone de amor, de juego, de alegría…
v  Hombre viejo / hombre nuevo, la nueva manera de ser que busca abarcarlo todo: la cosecha de azúcar en Cuba, el amor de los cuerpos, la pintura y la familia, la descolonización y la vestimenta.
v  Toda realidad que valga la pena te llega por las palabras
v  Para que vivís si no sos más que indiferencia
v  Lenin, Trotsky, Fidel: vieron lo que va del dicho al hecho.
v  En el fondo lo que buscás es una mujer que se parezca a un hombre en su conducta sentimental.
v  A. Internacional: Hay 250.000 prisioneros políticos en el mundo.
v  El problema de elegir (sub. mío) es cada vez más el problema roñoso de este maravilloso con y sin el maestro Sartre…
v  Ordenar los documentos que él llamaba fichas […] poner la joda como los cubistas ponían el tema del cuadro, todo liso en un mismo plano, sin volúmenes ni sombras, sin preferencias valorativas, ni censuras con o inconsciente.
v  […] a mí no me importa la escritura salvo como espejo de otra cosa, de un plano desde el cual la verdadera revolución sería factible […] de lo contrario pasaría lo de siempre: endurecimiento ideológico, rigor mortis de la vida cotidiana, mojigatería, burocracia del sexo […] habrá joda cueste lo que cueste.
v  La manera de escribir imita cada vez más los montajes del buen cine.
v  Estoy enfermo de estar sano en un mundo de enfermos
v  Estamos acorralados por dentro y por fuera, por gorilas y yanquis, y la pasividad de millones […] Queda la esperanza de la diferencia en la similitud.
v  Fidel a estudiantes habaneros: «Tengan cuidado con los arribistas, con los oportunistas que a veces posan de revolucionarios».
v  Maldito si a los muchachos de ahora estas cosas los preocupan […] demasiados absorbidos por festivales, vida hippie […] son los viejos como nosotros os que toman el tren blindado y se hacen matar en una selva boliviana.

Aterrizado el tema de uno de sus últimos libros de cuentos: Alguien que nada por ahí (1977), posteriormente escribiría ese texto testimonial poético de hondura solidaria –Nicaragua tan violentamente dulce– como sólo podía ser creado por quien se casara a fondo con el proceso que defendiera en todos los escenarios. Ninguno como él, Fuentes y el Gabo para jugársela por el futuro que los pueblos en lucha entrevieran en la década del 70’ por nuestra América. Ni los intelectuales de entonces ni los de hoy se han enterado, ni tampoco el pueblo por el que corrieron todos los riesgos, de censuras a amenazas militaristas.

De esas épocas gloriosas este pensamiento que permite superar desprecios antiperonistas, afiliaciones a compromisos intelectualistas, oportunistas viajes a Cuba que tanto degustaron para regenerar hay más profundamente la resistencia del pueblo digno de esta América:

Creo que en la literatura latinoamericana hay una de las mejores esperanzas revolucionarias –aunque haya libros que aparentemente no tengan nada de revolucionarios– porque un continente que es capaz de expresarse en el plano literario como lo está haciendo América Latina, no puede sino hacerlo también en un plano de reivindicación total, de soberanía total.

5.  Lo fantástico irrumpe en lo cotidiano

Cortázar ilustró temprano en hallar lo anómalo en nosotros mismos, en la necesidad de apreciar la figura del mundo a partir de dobles y galerías que entre-cruzan todos los caminos, o se empecinó en que viéramos la maravilla en la cotidianidad, instó a sentir lo lúdico no «como una visión de lo trivial, de lo infantil, sino como una actividad profundamente seria», porque estaba revelándo otro mundo, tal como lo precisa J. L. Borges:

Los personajes de la Fábula son deliberadamente triviales […] se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillos, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. […] La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha traído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. […] El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar. […] Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido.

Pudo haber caminado por ahí en busca de otros derroteros, señalar a los verdugos, cantar los nuevos héroes, discrepar de los ensoñadores desde la misma Utopía, apretar el obturador para salvar de la muerte a los amigos entrañables, llorar por los asesinados que doblaban nuevos hombres, pero jamás renunció a sus hallazgos fundamentales: «no puedo ser un profesional sino un emocionado aprendiz, siempre encontraré la maravilla en la inmediatez, en el arte está la vida y se trata de materializar la posibilidad de vivir poéticamente», por lo cual, «sólo acepto de hombres y mujeres la parte que no ha sido plastificada por la superestructura social». Y sin embargo, en el filo mismo de la navaja, podía cortar definitivamente cuando se trataba de la relación vida / arte: «No me preocupa tanto el futuro de la novela como el futuro del hombre», contestaba al reportero que sabía cuánto aportó a la teoría del cuento, al experimentalismo narrativo.

            Provisoriamente podría finalizarse el intento de acercamiento a este intelectual mayor de Latinoamérica, citando un apartado final de la carta que dirigiera a Fernández Retamar cuando el ‘caso Padilla’:

El lento, absorbente, infinito y egoísta comercio con la belleza y la cultura, la vida en un continente donde unas pocas horas me ponen frente a los frescos del Giotto o los cuadros de Velásquez en El Prado, en la curva del Rialto del Gran Canal o en esas salas londinenses donde se dirían que las pinturas de Turner vuelven a inventar la luz, la tentación cotidiana de volver como en otros tiempos a una entrega total y fervorosa a los problemas estéticos e intelectuales, a la filosofía abstracta, a los altos juegos del pensamiento y de la imaginación, la creación sin otro fin que el placer de la inteligencia y de la sensibilidad, libran en mí una interminable batalla con el sentimiento que nada de todo eso se justifica éticamente si al mismo tiempo no se está abierto a los problemas vitales de los pueblos, si no se asume decididamente la condición de intelectual del tercer mundo, en la medida en que todo intelectual, hoy en día pertenece potencial o efectivamente al tercer mundo, puesto que su sola vocación es un peligro, una amenaza, un escándalo para los que apoyan lenta pero seguramente el dedo en el gatillo de la bomba.

En 1982, en Sitges, tomaría el criterio de Luis Brito García, sobre la necesidad de superar la incomunicación de Nuestra América, mediante una triple militancia del intelectual: participar en organizaciones progresistas, compromiso en el contexto con su obra y batallar por insertar la obra en el ámbito de los medios. Puso de ejemplo a Nicaragua que rompió en cultura, todas las etiquetas: en la dirección del Frente, escritores grandes; los Talleres de Poesía reconocidos hasta en Alemania; la liquidación del analfabetismo, el paradigma de Solentiname; la editora masiva para irradiar el libro; la música y la danza cubriendo el país; el papel libertario del teatro. Así pudo concluir, esperanzado porque ‘el derrumbe’ aún alentaba sueños: «LA CULTURA DEBERÁ ABRIR EL CAMINO PARA LA LIBERACIÓN POLÍTICA». Y cuando en 1983 le imponen la Orden Rubén Darío, culmina su discurso con el palíndromo de la riqueza: «Esta cultura que es revolución, porque la revolución es cultura». Sin duda, las flechas de don Julio quedan en el aire apuntando a la sociedad anhelada.
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Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 
La Niña, La Tinta y La Canta María 
El 25 de Septiembre de 1492, La Pinta, La Niña y La Santa María navegaban,  
a un poco más de la mitad del mar y de camino hacia 
 Cipango -el moderno Japón- y a las tierras del Gran Kan navegando hacia occidente …


Del Diario de Cristobal Colón. 



Martes, 25 de septiembre, 1492

Este día hubo mucha calma, y después ventó; y fueron su camino al Oeste hasta la noche. Iba hablando el Almirante con Martín Alonso Pinzón, capitán de la otra carabela Pinta, sobre una carta que le había enviado tres días hacía a la carabela, donde según parece tenía pintadas el Almirante ciertas islas por aquella mar. Y decía Martín Alonso que estaban en aquella comarca, y decía el Almirante que así le parecía a él; pero puesto que no hubiesen dado con ellas, lo debían de haber causado las corrientes que siempre habían echado los navíos al Nordeste, y que no habían andado tanto como los pilotos decían. Y, estando en esto, dijo el Almirante que le enviase la carta dicha. Y, enviada con alguna cuerda, comenzó el Almirante a cartear en ella con su piloto y marineros. Al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de su navío, y con mucha alegría llamó al Almirante, pidiéndole albricias que veía tierra. Y cuando se lo oyó decir con afirmación, el Almirante dice que se echó a dar gracias a Nuestro Señor de rodillas, y el Martín Alonso decía Gloria in excelsis Deo con su gente. Lo mismo hizo la gente del Almirante; y los de la Niña subiéronse todos sobre el mástil y en la jarcia, y todos afirmaron que era tierra. Y al Almirante así pareció y que habría a ella veinticinco leguas. Estuvieron hasta la noche afirmando todos ser tierra. Mandó el Almirante dejar su camino, que era el Oeste, y que fuesen todos al Sudoeste, adonde había parecido la tierra. Habrían andado aquel día al Oeste cuatro leguas y media, y en la noche al Sudoeste diecisiete leguas, que son veintiuna, puesto que decía a la gente trece leguas porque siempre fingía a la gente que hacía poco camino porque no les pareciese largo; por manera que escribió por dos caminos aquel viaje, el menor fue el fingido, y el mayor el verdadero. Anduvo la mar muy llana, por lo cual se echaron a nadar muchos marineros. Vieron muchos dorados y otros peces.