"Espacio de difusión, reflexión y opinión sobre la vida y obras de MVLL
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Compilaciones Nos Topamos con ... Mario Vargas Llosa
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*** La fiesta del cholo (Tituló la revista en la carátula y en la versión digital) . "El método de la pasión" (versión impresa) Por Marianne Ponsford Directora de Arcadia. REVISTA SEMANA, Sábado 9 Octubre 2010 , Edición 1484 . PORTADA El Nobel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa, premia también al idioma español y pone el último laurel a la carrera de un escritor ya consagrado. http://www.semana.com/noticias-nacion/fiesta-del-cholo/145718.aspx * . Foto: http://www.semana.com/photos/1484/ImgArticulo_T1_78091_2010109_221433.jpg Es difícil encontrar en Hispanoamérica una obra tan diversa y prolífica como la de Mario Vargas Llosa. * Incluye varios recuadros, entre ellos: "Opinion de sus herederos" (escritores): http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=145765 (En esta misma Semana se publica "Esperando a Alfred": http://www.semana.com/noticias-enfoque/esperando-alfred/145754.aspx )
VER: http://ntc-narrativa.blogspot.com/2010_10_11_archive.html Diálogos sobre el título "La fiesta de Chivo".
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Vargas Llosa
ÓSCAR COLLAZOS , salypicante@gmail.com
EL UNIVERSAL, Cartagena, Oct. 9, 2010 , http://www.eluniversal.com.co/columna/vargas-llosa
Se esperaba que en cualquier momento-año más, año menos, el escritor peruano Mario Vargas Llosa fuera Premio Nobel de Literatura. Así que el jueves pasado se despejó un viejo malentendido, para muchos un mal pronóstico: que no se le concedería la más alta distinción de las letras porque, se decía, el gran novelista era un escritor de “derechas.”
El mismo malentendido explicaba una de las omisiones más grandes de la Academia sueca: no haberle concedido el Nobel a Jorge Luís Borges. Se llegó a decir que uno de los jurados, el poeta Arthur Lundquist, había jurado no votar nunca por Borges en razón de sus veleidades políticas de “derechas”. Nunca se entendió muy bien que Borges era conservador por escepticismo.
La grandeza de Borges fue mal entendida por los nórdicos. Si buscaban a un latinoamericano, no lo querían contaminado de “europeísmo.” Enmendarían un poco el error con el Nobel concedido a Octavio Paz, rama desprendida del árbol borgiano, poeta formado en uno de los movimientos literarios más europeos del siglo XX: el surrealismo.
No pretendo hablar de la inmensa obra novelística de Vargas Llosa. La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo, son novelas magistrales, cumbres de la literatura latinoamericana del siglo XX. Son cimas del género, que el peruano concibió siempre como un diseño arquitectónico, complejo pero transparente, incesantemente sometido a búsquedas formales. En pocas palabras: la novela como obra de arte.
El lado más polémico y más sometido a falsas percepciones, se encuentra en el Vargas Llosa intelectual, en el escritor público que, a partir de los años 70, al abandonar sus simpatías izquierdistas, dio un giro radical hacia lo que mal haríamos en llamar la derecha democrática. Vargas Llosa se ancló en la tradición liberal que tiene sus grandes referentes en Karl Popper e Isaiah Berlin.
Este es el Vargas Llosa mal entendido por la izquierda que ha pretendido verlo como un escritor de derecha. En realidad, el antitotalitarismo del escritor peruano es de estirpe liberal y democrática, como lo fue el de Octavio Paz. Tiene su origen en el fracaso de las utopías comunistas y busca el perfeccionamiento del modelo democrático liberal.
Enemigo de las dictaduras de derechas, lo ha sido también de las de izquierda. No por ser anticastrista, Vargas Llosa deja de ser el demócrata de centro. Es lo que han acabado comprendiendo los académicos suecos. La coherencia de su pensamiento es innegable. En este sentido, su obra ensayística y periodística es la de un intelectual de su tiempo. Discípulo apasionado de Sartre en su primera juventud, eligió después otra clase de compromiso, apartado de las utopías revolucionarias.
Toda la obra novelística de Vargas Llosa tiene el sello latinoamericano. Pero, por contradictorio que parezca, el escritor ha pasado la mayor parte de su vida en Europa: París, Londres, Barcelona, Madrid. Su talante de escritor lleva la marca de la tradición cosmopolita de los escritores latinoamericanos, inaugurada en el romanticismo y el modernismo del siglo XIX.
Por Medardo Arias Satizábal
Agradecemos al autor el envío del texto completo.
Publicada, en parte, en El País, Cali, Octubre 10, 2010.
http://www.elpais.com.co/elpais/edicion_impresa/374d5731ad03e35c3910aa2251150f81/elpais-Octubre-10-de-2010.php Pág. B5
Al amanecer de este 10 de diciembre en Estocolmo, cuando siete adolescentes suecas hagan un coro "pianissimo" a la puerta de la habitación de Mario Vargas Llosa, vestidas como Nereidas, llevando ramas de acebo, flores en la cabeza y velas encendidas, según es la tradición granjera escandinava, para saludar al que se ha ganado el lauro con palabras, el autor peruano pensará, quizá, que está delante de un sueño, largamente esperado. Recompensa de la vida por soñar en grande.
El joven de Arequipa que soñaba con ser escritor y "conquistar París", recibirá entonces, como en la recompensa bíblica, siete veces siete lo que anheló, y verá girar el mundo de las letras a su alrededor, un mundo que lo aplaude por una obra extensa y magnífica.
Tenía sólo 24 años cuando inauguró el "boom" con "La ciudad y los perros", una novela que junto al trabajo de García Márquez, Juan Rulfo, José Donoso, Julio Cortázar, Alejo Carpentier, entre otros, le mostraba al mundo cómo era este territorio de ríos sedientos, dictaduras, indios, negros, pueblos inverosímiles.
En su "Conversación en la Catedral" o en "La Casa Verde", se mostró como un revolucionario de su tiempo. "En qué momento se nos jodió Perú", reflexiona un personaje dentro de la catedral, nombre dado a una cantina de bajos fondos.
Y claro, la "divine gauche", la izquierda exquisita lo arropó, en una Barcelona en la que ya resonaban las canciones de Serrat y Paco Ibáñez, en la que Carlos Barral y Carmen Balcells organizaban fiestas históricas que terminaban en la carretera que conduce a la Costa Brava, entre Mataró y Port Lligat, donde estaba la casa de Salvador Dalí.
Una literatura, un movimiento universal que tuvo también como banda sonora, las películas de Buñuel y Godard, el éxtasis de la música brasilera con el poeta Vinicius de Morais y Antonio Carlos Jobim, y la apoteosis de Claude Lelouch con aquel filme inolvidable que se llamó "Un hombre y una mujer".
Vargas Llosa asistió también a las fiestas epifánicas de la revolución cubana, cuando era posible reunir en torno a la piscina del hotel Habana Libre, a Gabito con Melina Mercouri, Plinio Apuleyo y Jean Paul Sartre. La izquierda de cartilla quedó atrás, y Vargas Llosa se convertiría, con los años, en un juez implacable de estas dictaduras, en un crítico del capitalismo salvaje, un observador imparcial y justiciero.
Una impresión personal
Pienso que, por fin, la Academia Sueca premia a un escritor de quilates en nuestra América. Vargas Llosa es lo que puede definirse como un "animal literario", alguien que desde siempre tuvo claro hacia dónde se dirigía, en las letras. Creo que como ha ocurrido con otros autores, con las honrosas excepciones de Rómulo Gallegos y Leopold Senghor, su intervención en política no ha sido afortunada.
Después de la ceremonia del Premio Simón Bolívar, en el Teatro Colón, a la hora de los vinos, me expresó que jamás había escuchado el nombre "Medardo", que le parecía muy raro. Me dejó su dirección de entonces, en Mabion Paul Harris, Lima.
Años más tarde encontré mi nombre en el de un personaje de su novela "Historia de Mayta"; lo he seguido a través de los años, ya como invitado del Barnard College en Nueva York, como figura cimera en el Café Gijón de Madrid o en el vecindario de Regent Park, en Londres. Vargas Llosa es el único escritor latinoamericano que responde entrevistas en perfecto inglés o en perfecto francés. Un erudito, estudioso, disciplinado, sin lugar a dudas..."
*Nombre dado al escritor por Julia Urquidi, su tía, con quien vivió un apasionado romance que le inspiró la novela "La tía Julia y el Escribidor".
o
La parábola de la bestia
Por Eduardo Delgado
Mario Vargas Llosa ha llegado a sus setenta y cuatro años revestido de una pátina bruñida, fortalecido por la experiencia, enriquecido por la vida y los libros que postulan el universo y, como muestra infatigable de un verdadero escritor, acaba de de recibir el Premio Nobel de Literatura 2010.
Licenciado y doctor en letras, Vargas Llosa publicó en 1959 el libro de relatos Los jefes, germen de su posterior novela La ciudad y los perros (1963). La anécdota tiene como centro el Colegio Militar Leoncio Prado, de Lima, en donde desembocan los dramas coyunturales de la burguesía limeña; con un crudo realismo, un imaginario de hombría, se construye una crueldad llevada al límite. La virtud de esa novela tiene que ver con un estilo limpio, con un ritmo prolijo y una estructura impecable que marcan la nueva literatura hispanoamericana. Vargas Llosa desde muy joven se instala definitivamente en el grupo del boom. Visto a distancia, uno se percata que ya en La ciudad y los perros, se ha puesto en juego toda una serie de experiencias concebidas y alimentadas tras una disciplinada lectura de los autores clásicos.
A pesar de las fallas que se articulan en estos primeros trabajos frente a la credibilidad de algún personaje o carencias estilísticas, el escritor sigue fraguando y experimentando nuevas formas narrativas y es así como en 1966 aparece su segunda novela, La casa verde. Si bien ésta obra es menos escandalosa, eróticamente hablando, es por lo demás mas ruptural en las convenciones sintácticas. El manejo del tiempo y de las voces narrativas ponen en juego fórmulas que ya los grandes escritores venían trabajando y que Vargas Llosa utiliza a buen recaudo. Éste es un ejercicio vital en su formación y en la clarificación narrativa de sus posteriores trabajos. Después aparecerían una serie de obras que los lectores del resplandeciente boom de los años setenta, devorábamos con singular placer hasta quedar saturados.
No voy a repetir ni a hablar de la fecunda obra que ha precedido a La Fiesta del chivo, vasta anotar que desde muy joven, Vargas Llosa ha sobrellevado una infatigable carrera como escritor, en una búsqueda inagotable tras la concreción de una buena novela y, desde que publicó La Ciudad y los perros, se instaló como uno de los más importantes escritores suramericanos y, hoy por hoy, su nombre y su obra merecen el reconocimiento del mundo entero.
Paralelamente al oficio de novelista, Vargas Llosa ha sido crítico. Si bien he admirado con profundo respeto su trabajo y leído con gusto casi toda su producción literaria, yo he preferido sus ensayos. He disfrutado viendo cómo él, a través de sus reflexiones críticas, logra desentrañar los misterios de la escritura y, de paso, construye una sólida teoría alrededor del cuento y de la novela.
La idea que Vargas Llosa tiene del escritor y de su responsabilidad intelectual es muy rigurosa –nunca ha dejado que sus posiciones políticas se inmiscuyan en su obra-; considera que la pasión se funde en una ardiente condena. Para él, el arte de escribir es una entrega total, incondicional. Es una pasión que no admite ser compartida, de ahí que tras la búsqueda de la perfección, la literatura clásica ha sido su albacea y guía en el tortuoso laberinto tras la búsqueda de la palabra y en ese sentido sus influencias hay que buscarlas en la literatura <
En sus ensayos uno puede vislumbrar la pasión de este escritor por el oficio, por descubrir los acertijos que encierran una buena novela. En su obra crítica La orgía perpetua, referente a Madame Bobary, y Historia de un deicidio sobre la obra de G.G Márquez, Vargas Llosa desentraña la solución a los problemas narrativos. En su ensayo, Carta de batalla por Tirant lo Blanc, novela caballeresca publicada hace cinco siglos y de la cual Cervantes escribió: “éste es el mejor libro del mundo”, Vargas Llosa manifestó su adhesión a Cervantes y a la herencia de los clásicos del modernismo que va desde Flaubert, a Joyce. Estas lecturas son decisivas en el encuentro de su propio tono, en el juego de las voces narrativas, del monólogo y manejo del tiempo. Al abordar críticamente la obra de otros escritores, Vargas Llosa recaba su propia tragedia como hacedor de ficciones, pues más que la historia lo que cuenta es la escritura, la calidad literaria. Una buena novela, no es el producto de la ligereza. A Vargas Llosa le ha tocado tejer largo y tendido para llegar a sus novelas, y en ese sentido, La fiesta del chivo se yergue como una obra maestra de la literatura universal.
En La fiesta… el escritor ha puesto todo su talento, oficio y experiencia. Es verdad que éste es un mundo truculento, de horror y crueldad inimaginable, tan temible o peor aún que la desatada por la mafia norteamericana de los años veinte. La diferencia de un criminal de los bajos fondos como Al Capone, con la de un tirano como Trujillo, es por lo demás bastante grande. El primero simplemente acribilla a sus enemigos por prebendas o poder; el segundo, por el contrario, hace de la tortura y el crimen toda una escuela en donde la tecnología y la ciencia se ponen al servicio de la racionalidad pervertida. Trujillo no puede ser soberano más que en el Mal, como bien diría Klossowski: “el Ser supremo en maldad”; y es ateo; pero no ateo a sangre fría: su ateísmo desafía a Dios y goza con el sacrilegio. El Mal, en Trujillo es llevar, lentamente, el destino del cuerpo a los más bajos niveles del oprobio: pulverizar el instinto de vida, desear la muerte como la única salvación. La destrucción como dominio, como un goce del poder. Solo un genio puede hacer de esas acciones atroces una obra de arte. En La fiesta… se puede vislumbrar la maestría, de quien en la madurez, ha llegado a la genialidad productiva de concebir y crear una obra meticulosa, de hacernos gozar y entender ese mundo de extrañas pasiones que guarda el ser humano en su esencia. Queda claro que la corrupción, el crimen político es más terrible que cualquier organización fuera de la ley. Los criminales de guante blanco son los dioses seculares de la luz, con todo el peso de la ley a su servicio. El crimen organizado pertenece a los bajos fondos, a las tinieblas y está fuera de la ley.
El placer compartido
Empecé a leer La fiesta del chivo con cierto escepticismo. La había comprado en el aeropuerto mientras viajaba de una ciudad a otra, cuatro meses atrás y desde entonces reposaba en la mesa de noche hasta que un día la miré y quedé atrapado en un torbellino absorbente. La magia de la escritura había hecho su efecto como un narcótico y de ahí para adelante me entregué a ese deleite en donde la sangre se aliviana y el cuerpo levita para dejar que la imaginación viaje por el maravilloso mundo del lenguaje, de la palabra, rompiendo las barreras del tiempo, adentrándonos en los acertijos que nos depara la historia.
La fiesta del chivo es un universo cerrado que tiene como anécdota el retorno de Urania Cabral a Santo Domingo, en una visita fugaz a su padre. Marcada por su inefable destino, empieza a desentrañar una serie de misterios y, paralelamente, se urde la vida y las peripecias del implacable General, Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina, que había sojuzgado por más de treinta años esta tierra dominicana y, que en el año 1961, llevaba su nombre. En contravía también se tejen las acciones y el destino de un grupo de conspiradores clandestinos, opositores al tirano Trujillo, que están a la espera para asesinarlo.
Como recordarán los lectores, muchos años atrás en una tertulia etílica, se fraguó la idea entre algunos escritores del boom, de hacer una novela sobre dictadores. Coincidencia o no, Alejo Carpentier publicó El recurso del método, Agusto Roa Bastos Yo el supremo y G.G Márquez El otoño del patriarca. No es el caso, para ésta publicación, mirar estos trabajos. Suficiente es decir que Vargas Llosa esperó más de treinta años para concretar su idea y el resultado es una obra monumental.
En La fiesta del chivo asistimos a una orgía del Mal en donde el narrador, ese dios supremo, articula los hilos de la historia con un estilo implacable. Vargas Llosa sabe como tejer desde la primera puntada, el universo de ese laberinto que se nos empieza a dar lentamente, para que lo degustemos en toda su tensión dramática. El narrador, es en este caso, el eje central de la novela. Encarnado en la tercera persona, se va mudando cual camaleón, en la segunda y primera persona del singular y, como un fisgón implicado en la novela, se mueve imperceptiblemente y se traslada o muta de un personaje a otro; entra en la conciencia de los personajes –instala un micrófono en su mente- y estos empiezan a delatar sus propios pensamientos, a expresar sus recónditas ideas. Nosotros, lectores prevenidos, somos arrastrados tras la anécdota de manera sutil, hasta el final, sin ninguna artimaña ni engaños.
El primer capítulo de la novela empieza con el personaje de Urania Cabral, y con ella termina la novela de manera circular, cerrando la esfera, con una confesión atroz que Urania descubre para el lector.
Urania ha llegado a Santo Domingo y empieza un periplo por la ciudad. Sentimos los olores, escuchamos el rumor del mar, recorremos las calles, los rincones de una ciudad que se ha transformado y, que a la vez, se confronta con otra ciudad que ella guarda en la memoria, para bien o para mal. Igual que Joyce con Dublín, Vargas Llosa nos lleva por los vericuetos de Santo Domingo, para instalarnos definitivamente en el espacio narrativo, con una economía verbal que no admite retórica.
¿Quién es Urania? ¿Qué busca, piensa o siente? Pequeñas pócimas nos va entregando el narrador y de pronto se instala en el cuerpo del personaje, para que hable por su propia boca pero, solo hasta el final de la novela, vamos a entender su drama, su odio y terror mientras tanto, seguimos abismados, asistiendo a un rito sagrado.
En el segundo capítulo Vargas Llosa nos entrega a la bestia en una catarsis de pesadilla, y nos adentramos en ese monstruo que, perdido en su ubicuidad humana, se yergue como el fenómeno apocalíptico de toda una historia sagrada de hechizo, en donde el poder se sublima en su mismo espanto. El Benefactor, el generalísimo Trujillo, dios secular de los dominicanos sufre de la próstata y, esta humana enfermedad de la vejez, lo corroe, lo tortura y lo espanta. Trujillo no es la caricatura folclórica, antidiluviana, que se da en los personajes de otras novelas sobre dictadores. Tal vez éste dictador latinoamericano, no tenga la dimensión destructiva de un Hitler o un Benito Mussolini pero su genialidad del mal, es igualmente proporcional a la infamia concebida por estos agentes del terror, por estos engendros del totalitarismo. Sin embargo, no se trata tan solo de la presentación implacable de la cotidiana y terrible verdad que encubre el mundo del poder, también de lo que guarda la naturaleza humana en su desproporción. En ese sentido la novela representa al hombre insertado en una realidad total. La intriga, de alto contenido policíaco, desempeña un papel decisivo en el trazo de la acción que encubre muy bien las fuerzas históricas y que están en su base. Basta recordar a ese extraordinario personaje Pasenow, de Hermann Broch, el cual hace de su profesión y su uniforme una atadura para la libertad.
En el desarrollo anecdótico, resalta el recurso estilístico con que Vargas Llosa aborda el texto el cual se aproxima al concepto clásico de novela “realista”, grande y heroica. Se puede decir que aquí no aparece el autor en tanto que narrador de estado objetivo de hecho. Casi todo lo que se dice figura como reflejo en la conciencia de los personajes, de las voces que se articulan en una polifonía rítmica, pasando de un cuerpo a otro a través de vasos comunicantes. “La objetividad es una técnica”, ha dicho Vargas Llosa “o, mejor dicho, el efecto que puede producir una técnica narrativa, cuando ella es y ha sido empleada sin tropiezo ni deficiencia que la delaten, haciendo sentir al lector que es víctima de una manipulación retórica”. El narrador nos lleva lentamente, pausadamente, nunca nos dice todo; muchas veces nos pone a pensar otras cosas, a veces nos revela lo que un personaje hace, pero no lo que piensa. Otras veces nos dice sus pensamientos de manera velada, o el personaje entra en un monólogo interior. Por ejemplo, Trujillo recuerda un hecho que lo agobia, que lo tortura: una muchachita desabrida, un esqueleto, apenas se vislumbra su figura, la imagen narrativa es nublosa y así la percibe el lector. Sólo al final de la novela ese personaje de su recuerdo -que viaja en varios capítulos-, se nos presenta en toda su dimensión terrorífica; pero además, por fin comprendemos la razón del tormento del general Trujillo. Otro aspecto interesante es el tratamiento del humor. Trujillo ve el cielo limpio, repleto de lucecitas titilantes, y se pregunta “¿Cómo era el verso de Neruda que gustaba tanto a las cotorras amigas de la moralista?” (se refiere a las amigas de su mujer). “Y tiritan azules los astros a lo lejos. Esas viejas tiritaban soñando con que algún poeta les rascara la comezón”, dice Trjillo, con humor. La risa es el producto de descubrir una verdad oculta de manera caricaturesca. Hay una ironía en todo ese juego circunstancial que deviene del monólogo interior del personaje; es un humor fino, sutil y evocador en donde cabe el mal, con toda su intención.
En el tercer capítulo se nos presenta a la camarilla de conspiradores que están a la espera de Trujillo para asesinarlo. De aquí en adelante, el ritmo de la novela se aligera, el tiempo se acelera con los diálogos de los personajes, con las situaciones ambiguas que el narrador va exponiendo objetivamente sobre ellos, sin comentarios. Y a partir de esta escena los capítulos empiezan a alternarse, a tejerse uno con otro. En todo ese artífice del trae y lleva, Vargas Llosa nos ha convencido de que la historia que estamos leyendo es una incuestionable verdad.
Para Sade, dice Bataille “es posible gozar tanto en el transcurso del desenfreno, matando o torturando, como arruinando a una familia, a un país o simplemente robando”. En el Benefactor general Trujillo se da esa complacencia del goce en una asociación de reflejos acorralando a sus ministros, a sus subalternos, haciendo que estos le entreguen sus mujeres, sus hijas o, con una sola mirada, hundiéndolos en el fango; entonces, siente un cosquilleo en los testículos, erección y hasta una posible eyaculación. También impotencia y esta cruda verdad, es su silenciosa muerte. La violencia, que es el alma del erotismo, está marcada en En la fiesta… como la parábola de la bestia y en ese sentido es ruptural en cuanto hay una transgreción velada y constante; el lenguaje es osado, fuerte en la mejor forma de su maestro Bataille. La fiesta es toda una parábola sobre el erotismo y el crimen. Nunca una obra maestra hace una apología de estos infiernos. Claro que recaba en la violencia y nos enfrenta a la verdad del hombre bestia, nos descubre su naturaleza. Con la mejor fórmula sadiana, Vargas Llosa aborda ese complejo mundo del erotismo con una truculenta acción que dejamos con puntos suspensivos para que el lector la disfrute.
Cali, Octubre 9, 2010.
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Cali, Colombia, Octubre 10, 2010
“La fama se convierte en pesadilla": Mario Vargas Llosa. Por: Margarita Vidal . EL PAÍS, Cali, Sábado, Octubre 9, 2010 . http://www.elpais.com.co/elpais/internacional/noticias/fama-convierte-en-pesadilla-mario-vargas-llosa