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Madre
de poetas
Homenaje en Ambato
Jotamario Arbeláez
Bogotá, 28 de marzo de 2017
Mediando los años 30,
en Ambato, Ecuador, el brioso alfayate don Luis Ramos oyó hablar de que la
calurosa ciudad de Cali, al sur de Colombia,
se
estaba convirtiendo en una meca del vestir masculino,
con
prestigiosos almacenes y sastrerías que ofrecían trajes completos de paños
ingleses y nacionales, en especial sobre medidas, saco, pantalón y chaleco. Más
fino sombrero.
De
adehala, también campeaban los almacenes de camisas y de corbatas y señoriales
pañuelos entre la plaza de Caycedo y la octava, y los comerciantes del calzado
a todo lo largo de la carrera 10.
Convencido
de que él también podía aportar a esa dignificación de su profesión y a la de
la ciudad que la entronizaba,
decidió
tomar rumbo hacia “la sucursal del cielo” como terminaría por distinguirse, en
compañía de Zoila Raza, su esposa, de sus dos polluelos y cinco guambras –entre
ellas Elvia Beatriz, la joya de la corona–,
de
sus suegros David Raza y Delfina Hidalgo, doce obreros de pecho, cortadores, pantaloneros, y una inmensa mesa de sastrería
que
nunca se supo cómo pudieron hacerla llegar hasta Guayaquil y de Buenaventura
hasta Cali.
Por ese tiempo don
Jesús Arbeláez, de escasos 24 años, se fogueaba por los pueblos de Antioquia
como sastre ambulante, y no le iba nada mal,
pues
tuvo el olfato de ofrecer sus servicios en la sede de las alcaldías, de donde
debía salir el ejemplo del vestir de paño. El dril quedaba para los
trabajadores del campo y los gariteros de los billares.
Andaba
a caballo por los caminos, con sus rollos de paño y su instrumental de tijeras,
agujas y dedales, almohadillas, reglas y tizas.
Le
iba bien con los levantes galantes, a quienes engatusaba con trozos del
romancero español y galanterías de su pecunia.
Hasta
que le llegó el aviso de parte de su madre, su hermano y sus dos hermanas, que
de Rionegro se habían trasladado a Cali, de que estaban en el paraíso de la
moda viril.
Que
su hermano Emilio había conseguido un puesto de aprendiz con el ecuatoriano Luis Ramos, empleo que le cedería
si llegaba rápido,
y
además que por la sastrería se paseaba una preciosidad que seguramente le
estaría destinada.
Vendió el caballo y
pronto llegó a su nuevo destino en autoferro.
Fue
a conocer a don Luis, se acreditó como sastre fogueado en varias plazas, se le
adjudicó el cargo y se le señaló la parte de la mesa que le correspondería para
su trabajo.
Pero
él ya no tenía ojos sino para la adolescente ambateña que volaba por el espacio.
Luego
de dos años de asedio, y por una circunstancia fortuita como fue la de
facilitar la casa de su familia para guardar la mesa inmensa mientras se
conseguía un nuevo local en el centro.
Y
cuando la docena de sastres se dirigió a reclamarla, ésta no salió, no cupo por
el zaguán que iba del portón al contraportón.
Y
hubo de dejarse en la casa del pretendiente, en cuyo comedor se trabajarían las
confecciones a ofrecer en el nuevo local del centro.
Gracias
a esa mesa nací yo, Jotamario Arbeláez, y otros siete párvulos, de los cuales
un menor hombre.
Madre era el encanto
en mi escuela los días de la madre cuando me ponían a recitar poemas a la madre
de otros poetas,
madre
nos hablaba de los paisajes de la tierra de los 3 juanes donde los frutos no dejaban
ver los árboles,
madre
nos bañaba a todos uno por uno con estropajo y jabón de la tierra de las orejas
a los tobillos
y se
ponía feliz cuando luego de los incesantes oficios domésticos de la jornada
sacaba unos minutos para sintonizar la radionovela.
De
tarde en tarde, cuando nos sorprendíamos en el patio del totumo y ella lavaba
la ropa, que me pedía que le leyera los últimos poemas que le había dedicado a
papá.
Porque
papá se había convertido en mi héroe. Desde mi experiencia escolar había concluido
que escribir poemas a las madres era desde todo punto ridículo. ¡Ay, mamá!
Me depositó en este
mundo hace 76 años, de los cuales he dedicado 60 a la poesía.
Nunca
diré que me emboqué mal, a pesar de las carencias que por tantos años, mientras
me hacía respetable haciendo respetar lo que hacía, hice pasar a mi casa del
barrio obrero.
La
poesía me lo dio todo, los amores, los trabajos, los amigos, los viajes, los
premios, los homenajes. Y aquí viene lo más bello de todo.
El
poeta Xavier Oquendo y su equipo preparan en Ecuador el encuentro poético
Paralelo Cero *.
Como
se han dado cuenta de la ecuatoriedad de mi ancestro, organizan un acto de reconocimiento en Ambato.
No
tengo muy claro si el homenaje es a mi madre por haber engendrado a este
cabeciduro, o a mí por haber brotado de su vientre fecundo. Si por haberme
tenido o por yo haberla tenido como mamá.
En
nombre de mi madre, que me estimuló hacia el poema dándome del parvo
presupuesto para adquirir mis Rilkes y Maiacowskys, agradezco la distinción.
Y
les informo que mi otro hermano, Jan Arb, es también poeta y mucho mejor que
yo. A ver si el próximo año se continúa la celebración.
Cubra
la poesía tu memoria, la memoria de tus dichas y tus pesares, desde tu cuna
ambateña a la fosa que ahora ocupas en la sucursal del cielo, madre querida.
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* http://elangeleditor.org/paralelo-cero/
https://www.facebook.com/PoesiaEnParaleloCero/
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Poemas y dolores *
Jotamario Arbeláez
En los 76 años que marco, que
han sido como un soplo divino sobre este valle de lagrimones regados por mi
país,
nunca viví
tres de las experiencias fundamentales por las que pasan, o pasaban, esos
hombres entregados por sus ideas al batallar:
el cuartel,
la cárcel y el hospital.
Y
perdóneseme la frase, que parece de un bolero de Daniel Santos.
A los dos primeros lugares he
asistido de pronto como visitante a llevarles cigarrillos envenenados a los
amigos,
y al último
a cumplir con ellos la ceremonia del adiós, como fue con el vigoroso novelista
Óscar Collazos, amante de la vida y de su Jimena (con jota), quien ante lo
inevitable terminó por pedir permiso.
Me ha
correspondido ingresar al tercer establecimiento que es el hospital (el de
Loyola), del que se sale de regreso a la morada de Dios o de la señora.
Para bien o
para mejor, estoy de regreso a la casa de la señora. El Señor no se da de
prisas.
Me da un tris de vergoña
ponerme trascendental merced a un padecimiento reciente de poca monta, tan
doloroso eso sí que duele más recordarlo,
como lo es
una hernia discal con la consecuente opresión del ciático, que me ha hecho
cantar a berrinche herido como los torturados de un viejo régimen.
Esto, en
momentos en que amados amigos pasan con dignidad por trances verdaderamente
azarosos, como el gran poeta de Nicaragua, Francisco de Asís Fernández en su
Granada,
y los
inmensos peruanos Raúl Zurita y Renato Bacigalupo, este último cada día en un
lugar distinto y más distante del mundo.
Más mis poco
amistosos pero al fin queridos compañeros de viaje por esta carretera Colombia
que no retorna, Gustado Cobo-Borda y Harold Alvarado, a quienes el Señor Dios
se digne guardar.
Y luego de
haber visto apagarse a esos impagables compañeros de festivales Ledo Ivo,
Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Eduardo Chirinos, Gonzalo Márquez,
Guillermo Martínez, Armando Orozco. Y agreguemos a Derek Walcott.
Desde muy joven me volví
insensible al dolor. No me dolía ni una muela por más coca que la tuviera.
Ningún
órgano me dolía, la cabeza jamás, el estómago, ni un pellizco. Ni un desamor.
Lo que me hacía sentir inmortal.
Una admiradora
poco lisonjera me advirtió que estaba en peligro de convertirme en un zombi,
peor aún, en un ente, si ya no lo era. Lo que me sobresaltó.
Gonzalo
Arango me dijo que un poeta que no conocía el dolor no merecía cantar y casi
que ni siquiera vivir.
Que el poeta
cantaba para hacer eco de la queja de los sufrientes.
Que la
poesía no me iba a servir como caja de resonancia de mis orgasmos, que no fuera
atrevido.
Le contesté
que me dolía el mundo. Con eso es suficiente, me tranquilizó, pero confieso que
no lo noté muy convencido.
Ahora estoy pagando las que no
debo. A las tenazas de la ciática, que a decir verdad desaparecieron con las
pinzas del cirujano doctor Miguel Berbeo, bajo la supervisión del
bienaventurado Sensei, y del médico y científico de la mente humana doctor
Carlos Delgado,
se han
sumado la detección de un trombo profundo en la pantorrilla que se
descubrió por una inflamación asaz dolorosa en el peroné,
tratado con
Warfarina que a veces me pone la sangre como agua destilada y a veces como
jalea,
amén de una
insufrible inflación de cartílago en la rodilla,
una chocante
continuidad urinaria, y los cinco dedos del pie derecho dormidos hace dos
meses.
Cuando en
Urgencias de los hospitales me preguntan por los sitios del cuerpo que siento
afectados, sin que la enfermera se llame Juana le respondo sin empacho que “la
punta del pie, la rodilla, la pantorrilla y el peroné”,
sin
ruborizarme porque piense que emulo la seductora canción de Hugo del
Carril, del 45.
Y eso que no
hablo del dolor moral que cada vez impacta y roe más mi sesera
y que como
única manera de conjurarlo me tiene escribiendo —luego de publicar Mi crucifixión rosada—, Mi
temporada en el infierno.
A punta de
dolores se va aproximando uno a los mejores poetas sufridores y maldicientes.
Ahora sí voy
a sabérmelas todas. Con permiso.
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* Poemas
y dolores
Gonzalo me dijo que un poeta que no conocía el dolor no
merecía cantar y casi que ni siquiera vivir.
EL TIEMPO, 29 de marzo 2017 ,
12:00 a.m.
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En NTC ... a diciembre 1 de 2015.
"Y luego de haber visto apagarse a esos impagables compañeros ... "
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Grandes e inolvidables “eneteceros” (q.e.p.dd.):
Fabio Arias (Farías), Enrique Buenaventura, Óscar Collazos y Álvaro Burgos
.
GRACIAS!
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