* Se actualiza periódicamente. Mayo 21, 2012
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Carlos Fuentes
Algunos textos después de su muerte.
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http://www.facebook.com/profile.php?id=100000162925187
Abril 16, 2012,
Algunos periódicos y revistas
en el mundo tienen en el computador del editor un dossier García Márquez, una
nota fúnebre, recopilaciones biográficas, citas, artículos, monografías y
muchas fotos, para cuando llegue el momento. “De repente, murió: que es cuando
un hombre llega entero, pronto de sus propias profundidades. Se pasó para el
lado claro. La gente muere para probar que vivió. Pero ¿qué es el pormenor de
ausencia? Las personas no mueren. Quedan encantadas...” Y eso justamente
sucedió con Carlos Fuentes, quedó
encantado. Aunque su muerte ha sido menos anticipada que la García Márquez, a
quien en Internet ya han matado varias veces. Fuentes no quería probar que
vivió, vivió.
Nunca me fue fácil leer a
Fuentes, era uno de esos autores difíciles que exigen demasiado del lector. Su
literatura está llena de implícitos, de supuestos, de entrelineas, de ironías
profundas, fluye por entre un discurso que bordea y se entrecruza entre las
escenas de sus historias. Su novela es de pensamiento, como si hubiera sido
centro europeo. Con Fuentes nunca supe si narraba para reflexionar o
reflexionaba para narrar. Fue un hombre de más de cincuenta libros, que se
gastó la vida leyendo y escribiendo. Lo cual ya es prueba de respeto por sus
obsesiones vitales.
Tal vez fui un lector por
debajo de la obra de Fuentes, no alcancé el registro de tono con el cual era
posible descifrarlo. No encontré completamente su voz, no sentí el llamado
profundo de ese otro que se nos entrega en lo que escribe. Fuentes era
demasiado exigente con su lector. No se dejaba leer por entretenimiento, no se
dejaba leer por novedad, o por mero aprendizaje. Fuentes necesitaba un lector-
cómplice, un lector demasiado entregado, que quizás no fui yo. Al menos con él.
Le llegó la edad, el momento,
en el que los hombres llegan de sus propias profundidades. Murió Artemio Cruz.
La novela está contada por tres narradores diferentes. Uno que autofocaliza,
otro que focaliza en segunda y otro en tercera, con distintas claves
lingüísticas.
El narrador en primera lo hace
en presente. El de segunda lo hace en un futuro. Y el de tercera en clave de
absoluto pretérito.
La primera persona de Artemio
Cruz, el hombre que está muriendo, se expresa en monólogo. La segunda es
Artemio contándose su propia historia. El tú, un alter ego, el sí mismo
desdoblado del personaje. Hablando en futuro ilumina el pasado, es la
conciencia crítica de Artemio. La tercera se refiere a Artemio en el pasado. En
él se narran los doce momentos sacramentales de su vida.
El hombre que muere, el hombre
que fue, el que queda, el que escribió, el que llevó sus juegos de voces en la
novela más allá de todas las “buenas conciencias”, es el hombre que a partir de
hoy comienza a ser recuerdo. A recorrer con sus adustas buenas maneras el
camino al olvido que será.
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"El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada", confesó Carlos Fuentes en la pasada Feria del Libro de Buenos Aires. Había entregado los originales de su último libro, Federico en su balcón, y se alistaba para el próximo, de nuevo sobre una de sus obsesiones de escritor: interpelar a la Historia desde las conjeturas de la novela.
En los últimos días de enero del 2012 fue uno de los invitados de honor del Hay Festival de Cartagena. Si algo maravilló a quienes atiborraron el Teatro Adolfo Mejía fue la extraordinaria lucidez de un hombre que había cumplido ya, sin mayores tropiezos, los 83 años de edad, soportando, sin rajarse por dentro, la muerte de Carlos y Natasha, sus hijos.
Su obra literaria es inmensa y abarca todos los géneros: la novela, el cuento, el ensayo, el teatro, el periodismo, pero su celebridad venía desde 1958. Ese año publicó La región más transparente e introdujo a su personaje, Ixca Cienfuegos, en la galería de grandes personajes literarios de América Latina. En 1962 daría a la literatura otro personaje memorable, Artemio Cruz, la agónica conciencia de la épica y el fracaso de la revolución.
Fuentes inauguró una prosa narrativa atravesada por la permanente reflexión crítica. Allí se encuentran su consistencia de gran escritor y su fragilidad de novelista: en algunas de sus obras pesa demasiado la conciencia abrasadora del intelectual. A menudo, las imágenes literarias se entreveran con el borbotón de las ideas filosóficas, sociales y políticas del escritor.
Continuó la aventura empezada por Octavio Paz en El laberinto de la soledad: preguntarse y responderse sobre el ser mexicano.
México y la Ciudad de México (el territorio de "la demasiada gente", que diría Monsiváis) fueron recreados desde la Historia, los mitos precolombinos y la crónica del presente. Pero el México de Fuentes dialoga también con España, con Europa, con Norteamérica. De esta panorámica surge la densidad épica de
Terra Nostra, su inmensa novela de 1975.
Fuentes fue un "excéntrico", un hombre "fuera del centro". Su excentricidad explica su cosmopolitismo y trashumancia y la devoradora curiosidad intelectual que dejó registrada en artículos, ensayos y novelas. Explicable: como mexicano, venía de la tradición de Alfonso Reyes.
Marcó distancias, por un lado, con el neoliberalismo, que profundiza las injusticias y desigualdades de hoy, y, por el otro, con la ortodoxia izquierdista, que coquetea con el Estado totalitario.
Desde la centroizquierda, se situaba al costado izquierdo de Mario Vargas Llosa y al derecho de Gabriel García Márquez, dos de sus amigos entrañables. Tal vez esto explique sus diferencias con Octavio Paz y el séquito de escritores que protegía el legado político de este.
Fue casi imposible seguirlo en la sucesión cronológica de sus obras. El escritor iba más rápido que sus lectores. La vertiginosa velocidad de su escritura, la puntual agenda de sus citas editoriales volvieron casi imposible la empresa de leerlo todo. El siempre lúcido polígrafo, el hombre público cercano al poder y a los poderosos, atraía y repelía por el peso a veces excesivo y lujoso de su equipaje.
Fuentes llenó la historia literaria de México durante 65 años. Y parte de esa historia irradió hacia América Latina, pero también hacia la vida cambiante y fértil del idioma castellano. No se debería juzgar su obra por los grandes alcances del novelista o por la sugestiva luminosidad de sus ensayos. Fuentes fue un gran escritor: desde el lenguaje, su patria, rompió las fronteras de los géneros y los muros de las nacionalidades.
collazos_oscar@yahoo.es
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Carlos Fuentes
Por: ÓSCAR COLLAZOS
EL TIEMPO .co | http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscarcollazos/carlos-fuentes-scar-collazos-columnista-el-tiempo_11812767-4 Impreso, mayo 17.
"El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada", confesó Carlos Fuentes en la pasada Feria del Libro de Buenos Aires. Había entregado los originales de su último libro, Federico en su balcón, y se alistaba para el próximo, de nuevo sobre una de sus obsesiones de escritor: interpelar a la Historia desde las conjeturas de la novela.
En los últimos días de enero del 2012 fue uno de los invitados de honor del Hay Festival de Cartagena. Si algo maravilló a quienes atiborraron el Teatro Adolfo Mejía fue la extraordinaria lucidez de un hombre que había cumplido ya, sin mayores tropiezos, los 83 años de edad, soportando, sin rajarse por dentro, la muerte de Carlos y Natasha, sus hijos.
Su obra literaria es inmensa y abarca todos los géneros: la novela, el cuento, el ensayo, el teatro, el periodismo, pero su celebridad venía desde 1958. Ese año publicó La región más transparente e introdujo a su personaje, Ixca Cienfuegos, en la galería de grandes personajes literarios de América Latina. En 1962 daría a la literatura otro personaje memorable, Artemio Cruz, la agónica conciencia de la épica y el fracaso de la revolución.
Fuentes inauguró una prosa narrativa atravesada por la permanente reflexión crítica. Allí se encuentran su consistencia de gran escritor y su fragilidad de novelista: en algunas de sus obras pesa demasiado la conciencia abrasadora del intelectual. A menudo, las imágenes literarias se entreveran con el borbotón de las ideas filosóficas, sociales y políticas del escritor.
Continuó la aventura empezada por Octavio Paz en El laberinto de la soledad: preguntarse y responderse sobre el ser mexicano.
México y la Ciudad de México (el territorio de "la demasiada gente", que diría Monsiváis) fueron recreados desde la Historia, los mitos precolombinos y la crónica del presente. Pero el México de Fuentes dialoga también con España, con Europa, con Norteamérica. De esta panorámica surge la densidad épica de
Terra Nostra, su inmensa novela de 1975.
Fuentes fue un "excéntrico", un hombre "fuera del centro". Su excentricidad explica su cosmopolitismo y trashumancia y la devoradora curiosidad intelectual que dejó registrada en artículos, ensayos y novelas. Explicable: como mexicano, venía de la tradición de Alfonso Reyes.
Marcó distancias, por un lado, con el neoliberalismo, que profundiza las injusticias y desigualdades de hoy, y, por el otro, con la ortodoxia izquierdista, que coquetea con el Estado totalitario.
Desde la centroizquierda, se situaba al costado izquierdo de Mario Vargas Llosa y al derecho de Gabriel García Márquez, dos de sus amigos entrañables. Tal vez esto explique sus diferencias con Octavio Paz y el séquito de escritores que protegía el legado político de este.
Fue casi imposible seguirlo en la sucesión cronológica de sus obras. El escritor iba más rápido que sus lectores. La vertiginosa velocidad de su escritura, la puntual agenda de sus citas editoriales volvieron casi imposible la empresa de leerlo todo. El siempre lúcido polígrafo, el hombre público cercano al poder y a los poderosos, atraía y repelía por el peso a veces excesivo y lujoso de su equipaje.
Fuentes llenó la historia literaria de México durante 65 años. Y parte de esa historia irradió hacia América Latina, pero también hacia la vida cambiante y fértil del idioma castellano. No se debería juzgar su obra por los grandes alcances del novelista o por la sugestiva luminosidad de sus ensayos. Fuentes fue un gran escritor: desde el lenguaje, su patria, rompió las fronteras de los géneros y los muros de las nacionalidades.
collazos_oscar@yahoo.es
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El Espectador .com 20 Mayo 2012 - 1:00 am , http://www.elespectador.com/opinion/columna-347348-digan-estoy-dormido . Impreso 21 de Mayo.
Que digan que estoy dormido
Por: Héctor Abad Faciolince
Muriera donde muriera, el mexicano Carlos Fuentes dejó instrucciones precisas de que lo enterraran en el cementerio de Montparnasse, "cerca de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir".
Mientras cargan para allá con sus restos, me acordé de la voz de Jorge Negrete cantando un corrido de su país: “México lindo y querido / si muero lejos de ti / que digan que estoy dormido / y que me traigan aquí”. Aquí lo pueden oír: http://bit.ly/rz5N1I y aprovechen para fijarse en la imagen de Jorge Negrete. Su estampa fue el modelo de belleza para los latin lovers: moreno, delgado, mero macho, peinadísimo, de corbata, con bigotico negro muy cuidado. ¿A quién se parece mucho? Pues nada menos que a Carlos Fuentes.
Fuentes, desde hace decenios, se paseaba por el mundo entero como una especie de embajador de la literatura, perfectamente ataviado como Jorge Negrete, dando discursos en los que pontificaba sobre todo lo divino y humano: no solamente sobre quiénes eran sus herederos legítimos en la literatura latinoamericana, sino sobre cualquier tema de sociedad o política internacional. Al mismo tiempo, casi cada año presentaba nuevos libros, lo cual habla muy bien de su capacidad de trabajo, pero que comparados con sus grandes primeras obras (La muerte de Artemio Cruz, Aura, La región más transparente) parecían escritos por un aprendiz. Son ensayos y novelas descuidados, precipitados, como si hubieran sido escritos en hoteles y aeropuertos, cuando las recepciones y los agasajos dejan un espacio en la vida. Los libros de madurez de Fuentes eran dignos, aunque muy abundantes. Una vez Monsiváis declaró que si a Fuentes le habían dado una beca de dos años para escribir Terra Nostra, a él deberían darle otra para leerlo. Pero el personaje Fuentes acabó dándole un golpe de estado al escritor Fuentes. Cuanto más crecía el primero, menos bien escribía el segundo.
En la ‘cultura del espectáculo’ de la que habla Vargas Llosa en su último libro, el escritor contemporáneo corre un grave riesgo: que su imagen se lleve por delante su obra. Que la permanente exposición al mundo aniquile su concentración como artista. Al conocer a Fuentes había algo que llamaba la atención y que José Saramago registró con agudeza: “No soy persona que pueda ser fácilmente intimidada, pero mis primeros contactos con Carlos Fuentes, en todo caso siempre cordiales (…), no fueron fáciles, no por su culpa, sino por una especie de resistencia que me impedía aceptar con naturalidad lo que en Carlos Fuentes era naturalísimo, y que no es otra cosa que su forma de vestir. Todos sabemos que Fuentes viste bien, con elegancia y buen gusto, la camisa sin una arruga, los pantalones con la raya perfecta, pero, por ignotas razones, pensaba yo que un escritor, especialmente si pertenecía a esa parte del mundo, no debería vestir así. Gran equivocación mía. Al final, Carlos Fuentes hizo compatible la mayor exigencia crítica, el mayor rigor ético, que son los suyos, con una corbata bien elegida. No es pequeña cosa, créanme”.
Concuerdo con la primera observación de Saramago; menos con el matiz que luego le da. A Carlos Fuentes le gustaba hacer un permanente monumento de sí mismo, empezando por el exagerado atavío. Le gustaba oírse hablar, oírse caminar. Le gustaba su imagen de Negrete en los espejos. Se sentía cómodo en su papel de pontífice de las letras. Era tieso, solemne. Y su último acto fue prepararse la tumba en París, cerca de quienes él consideraba sus pares. Dijo en una de sus últimas entrevistas: “Tengo un monumento muy bonito esperándome; se acerca el momento de ir a ocuparlo”. Dentro de poco estará ahí, en su automonumento. Para algunos escritores este es “un modelo de intelectual”. Para otros, entre quienes me cuento, es el antimodelo: exactamente eso a lo que nunca quisiéramos parecernos. ¿Se imaginan a Coetzee, a Philip Roth o a García Márquez mandándose a hacer un monumento? No lo necesitan: su único y verdadero monumento son sus libros.
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El Espectador .com 18 Mayo 2012 - 11:00 pm , http://www.elespectador.com/opinion/columna-347321-carlos-fuentes-ya-distancia . Impreso 19 de mayo.
Carlos
Fuentes, ya a la distancia
Por: Santiago Gamboa
Carlos
Fuentes, ya a la distancia
Por: Santiago Gamboa
Fue una periodista de la Agencia EFE, de Bogotá, quien el 15 de mayo, a las 21:02, hora de Roma, me escribió lo siguiente: “Ha muerto Fuentes y no es un rumor. Imagino que estarás impresionado, más aún después de la muerte ficticia de Gabo ayer”.
Me quedé atónito, agarré el teléfono y llamé a Jorge Volpi, a Madrid. ¿Lo confirmas?, le dije, y Jorge, con voz apagada, respondió, sí, desgraciadamente sí. “Entonces soy yo quien te da las condolencias”, le dije. Colgué y estuve mirando el teléfono un rato, recapitulando, intentando comprender qué venía ahora.
La vida siempre es más fuerte, y un rato después pensé que cualquiera debería envidiar la suerte de Fuentes: vivir como él, tan intensamente, tan impregnado del mundo, tan cercano a todo lo importante del mundo, un escritor de los de antes, de los que eran percibidos como pequeños jefes de Estado de países imaginarios, y sobre todo, a pesar de esa enorme y kilométrica figura de escritor, en el fondo, ser sólo alguien apasionado por la escritura: alguien para quien escribir era mucho más importante que ser escritor.
Fuentes murió, según intuyo por la información, en plena conciencia y de un modo intempestivo, como siempre he creído que uno debe morir (¡qué privilegio!): sin deterioro, sin dolores prolongados, sin lástima. Se levantó ese día y se murió, como si tuviera una cita inamovible con La Pelona. Ya lo dijo Carmen Balcells: “Pasados los ochenta es como si la policía le avisara a uno que va a ser detenido en cualquier momento”. A Fuentes le tocó el 15 de mayo, y entró a la muerte por la puerta grande.
Aparte de su obra, impregnada de un lenguaje tenso y violento que no tendrá problemas en perdurar, uno de los aspectos de su carácter que más me impresionó fue su generosidad. Había algo misterioso en ella. Pongamos el caso de García Márquez, que llegó a México en torno a 1963 en un carro destartalado, procedente de Nueva York y sin trabajo, con su esposa y dos niños pequeños, sin un peso, y que había publicado un par de cuentos en la revista que Fuentes dirigía. ¿Cómo conociste a Gabo?, le pregunté una vez, y Fuentes respondió: “En una fiesta en la casa de Álvaro Mutis. Desde ese día nos hicimos amigos”. Fuentes era famoso, rico, aristócrata, pertenecía al jet set capitalino, estaba casado con la actriz de moda (Rita Macedo), era guapo y elegante, en fin, lo tenía todo, ¿cómo se hizo tan amigo de un inmigrante colombiano recién llegado? Por supuesto que García Márquez debía tener un aura poderosa, pero intento imaginar hoy a un joven de 30 años mimado por la fama y el dinero, políglota, amigo de Arthur Miller y Buñuel, que tenía amoríos con actrices de Hollywood, y la verdad me impresiona su apertura de mente, su gran intuición.
En una ocasión le pregunté si no le interesaría escribir sus memorias, y me dijo: “No, ¿qué voy a escribir? Mi vida dejó de tener interés a los 22 años. A partir de ahí sólo podría decir: me senté y escribí un libro”. Más adelante volví a poner el tema, y él sentenció: “Las memorias sólo sirven para molestar a tu mujer y pelearte con tus amigos, ¿no?”. Sin embargo la idea acabó por seducirlo y estaba escribiendo textos biográficos que me propuso leer antes de publicar. Un honor que no alcancé a tener.
* Se actualiza periódicamente. Mayo 21, 2012