martes, 15 de mayo de 2018

Canto al Señor y al amor carnal . Por Jotamario Arbeláez. Mayo 15, 2018

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Intermedio

Canto al Señor
y al amor carnal

Jotamario Arbeláez
                               

 Jotamario en la casa de Gandhi, Nueva Delhi, 2011. Foto Ramón Cote.

Desde que tenía 17 años estoy escribiendo en la prensa sobre temas que en un principio eran vedados,
como atacar al gobierno y a la santa madre iglesia, usar terminología subida de tono, hacer la apología descarnada del sexo y promover el turismo lisérgico.
Ello respondía a los presupuestos ideológicos de un movimiento sísmico en las conciencias y de trasegar palabrero, al que había adherido,
y que no tardaron en aceptar los medios de comunicación, así se supiera de sobra que no comulgaban con ello.
He sido columnista –y comunicador esporádico–, de casi todos los periódicos y revistas de Colombia,
en especial de El País, El Tiempo, El Espectador, El Siglo, Occidente, El Espacio, El Expreso, El Pueblo, Cromos, Carrusel, Semana, Soho, revista Anda y NTC ...
y en todos ellos me han permitido publicar lo que el espíritu santo o el espíritu burlón me han dictado.


En un principio era rabioso confrontador de todo lo considerado lesivo contra la dignidad y la vida de mis semejante terrícolas o vecinos de barrio, cosa que implicaba algún riesgo.
Me aconsejaron de algunas redacciones que no fuera tan directo, primero porque podría correr riesgos con los denunciados armados o amparados por los armados,
y segundo porque la injuria hace perder el efecto de la denuncia.
De modo que apelé a lo mejor que sé hacer, al igual que mis compañeros de grupo, y fue apelar a la gran mamadera de gallo, esa que Gabo elevaría después a la categoría de género literario.
En tal forma se podía pisar callos sin que los afectados atinaran a responder con una patada. Manes del viejo Charlot.


        Jotamario ante el ojo de pescado de Nereo, 1966.

Pero resultó de lo más simpático que los que respondían no eran los en directos afectados, los denunciados, los señalados,
sino escritores del suelo raso, rivales que no soportaban que uno se fuera creciendo con la publicación sistemática de sus sarcasmos.
 Y apelaron, en particular uno que todos identifican con irrisión,
a los correos de prensa fingiendo con sucesivos seudónimos sentirse mortificados en su moral de ciudadanos decentes,
y pidiendo a los medios que cancelaran colaboraciones tan oprobiosas, de sujeto tan repelente y mal escritor,
a pesar de haber recibido los premios más significativos de la prosapia española, cosa que más les alborotaba la ira.

Es el mismo personaje que comenzó espolvoreando en el aire la especie de que el poeta Juan Manuel Roca era del estado mayor de las Farc,
acusación que a pesar de ser tan ridícula, pues todos conocemos de vieja data el rechazo de Roca hacia  esa guerrilla pilla,
no dejaría de conllevar un peligro para el dolosamente acusado
en un país donde a cuántos no han asesinado por señalamientos torcidos.


                       Roca y Jota en una exposición de Mordzinski. 2014.

Ahora un círculo de poetas mexicanos enfurecidos porque un festejo  literario en Marruecos homenajeó la trayectoria literaria de Roca.
han hecho lo propio, agraviándolo con el primer epíteto y agravándolo más aún, con que el poeta, que a veces también se las trae de picapleitos, fuera un enviado del narcotráfico.
Acusación gratuita y canalla, por no decir lapidaria, no sólo por el riesgo que conlleva con las facciones opuestas, sino con la misma ley internacional que tendría que entrar a verificar
y al no encontrar fundamento en el envenenado chisme con que se deshonra desde adentro al país azteca
sancionar a los indignos poetas, a los que ya la misma poesía deberá conducir al círculo del infierno donde nadan los hijos de la gran chingada.
         A quienes no los debería volver a saludar ningún coterráneo decente ni ningún poeta con cara. Y ni su misma familia abochornada con el apellido.
Pues si hay algo más ruin que ser sapo es ser sapo de falsedades.


Pero estaba hablando de las flatulencias del enemigo que me queda contra mis columnas de prensa, como ésta, algunas de las cuales posteriormente voy convirtiendo en poemas a mi estilacho.
Me han aplaudido más mis escritos en Calicuta que en Cali, Valle.
La directora del Instituto Rabindranath Tagore me dijo, a través del intérprete, que no entendió muy bien lo que decía en mis romanzas,
pero que nunca olvidaría el fascinante timbre de mis raspsodias.
Y eso que en la función de gala estaba acompañado por Chocquibtown,
el grupo colombiano afro descendiente que con su ritmo saca la cara por Colombia en el exterior.


Ahora tengo 77, 60 años más que cuando empecé, y la joda de los rivales sobrevivientes continúa con la misma saña, ya bastante mamona, vale decir.
Y peor todavía cuando he dejado de ser contradictor social o político,
y he enfilado mis temas por los senderos de la erótica y de la mística, a la manera de Don Juan de la Cruz y San Juan Tenorio.
Referido a la primera, me considera el infamante lector un depravado confeso, algo así como el monstruo de los mangones literarios.
Porque en este país –como lo señalaba en su momento el poeta X-504–. donde asesinan a 50 campesinos diariamente, no soportan un poema donde se haga el amor humanamente una sola vez.
Y cuando me refiero a la espiritualidad mística ahí sí que peco.
He confesado en este mismo ámbito que me he reencontrado con el Señor Jesucristo, y es anatema.
Cristianos cerreros creen que sigo mamando gallo, pues les es más escandaloso que mi antañón ateísmo el que retorne al redil de Cristo,
cuando me oyen manifestar mis reservas con respecto a las contradictorias iglesias que pretenden representarlo.

Iglesia de San Nicolás, donde fue bautizado el poeta.

Al oírme decir que el nadaísmo ha de ser la cruz roja de la religión. apelan al exorcismo.
Los estigmas profundos que les muestro en las palmas de mis manos los atribuyen a Onán.
No sé si tengo el halo visible, que me retiro con la diestra para saludar a las damas.
Si me levanto algunos centímetros del suelo se lamentan de que siga metiendo hongos.
Apuestan a que el Cristo cristal al que he dado albergue en mi corazón es diabólico. Posiblemente un recurso forzado del Anticristo.
Pues es inaceptable que permita que me hunda a la vez en el  espiritualismo más diáfano y en la inmunda sensualidad.
Pero si rechazo la carne en qué quedo. No creo que nadie acceda a estrecharse con un espíritu puro.  

Tantra sex

Me mantengo en mis trece de que si Dios es Amor, igualmente el Amor es Dios. Y a ambos elevo mis cánticos fervorosos enfebrecido.
Debemos amar a Dios y por sobre todas las cosas deificar el Amor.
“Hay que hacer el amor de Dios con todo el mundo”, escribía la iluminada María de las Estrellas a los 5 años.


Envío: De modo que ni para qué siguen con sus insidias buscando que las directivas de los periódicos a estas alturas del partido me cierren las orondas tribunas,
logradas merced a la celestial influencia y a algunas palancas terrestres.
Seguiré cantando en ellas hasta que me dure la cuerda, o hasta a que San Juan agache el dedo, como se dice.
Jehová es mi pastor, nada me faltará, como en realidad nada me falta
y menos la inspiración nadaísta, ahora arreciada por el viento paráclito.

La montaña mágica, Villa de Leyva, mayo 14 de 2018
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Publicado, parcialmente, en
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lunes, 14 de mayo de 2018

Retrato de cuerpo entero Por Hernán Toro Cali, 10 de mayo de 2018. Homenaje a Armando Romero

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Retrato de cuerpo entero
Por Hernán Toro
Palabras leídas por su autor en el evento:
ARMANDO ROMERO, Reunión-Homenaje de sus compañeros de bachillerato  
Colegio de Santa Librada Cali, Promoción 1965.  
Club de Tenis Cali. Mayo 10, 2018
Este texto pretende ser un homenaje a Armando Romero pero quiere ser también una declaración de afecto y agradecimiento hacia mis compañeros de estudio del Colegio Santa Librada. Está también dedicado a la memoria de Pedro Chang. Y no podría estar hecho sino en referencia a mi relación con Armando pues, como él mismo lo diría, “las palabras están en situación”.
Tengo en mi mente la imagen de Armando sentado al fondo del salón de clases, apoyado en la quinta vértebra cervical, su cuerpo deslizado casi por debajo del último pupitre como ocultándose tras cometer un delito, mientras leía una novela de Jack Kerouac o un poema de Henri Michaux en plena clase de química. Esa imagen lo retrata de cuerpo entero. Los profesores fingían no darse cuenta pues percibían confusamente, respetuosamente cómplices, la autenticidad de su gesto y su autoridad intelectual disuasoria. Ya en ese momento era evidente su pasión por la literatura.
En esa pasión yo mismo ardí. Me acerqué a Armando por mi gusto entonces crudo por la literatura pero también porque compartía su sensibilidad marginal. Ahora lo sabemos plenamente: nada como el arte para refugio de los expulsados del paraíso terrenal; pero en ese momento era apenas una clarividencia intuitiva. Armando se fue convirtiendo poco a poco en una especie de faro que aclaraba mi camino confuso. Aunque, dicho sea de paso, no puedo desaprovechar esta oportunidad de oro para confesar que no obstante la fuerza de este poderosísimo influjo que Armando ejercía en mí, la persona que me hubiera gustado ser y que veía como un ejemplo a seguir era Carvajal, no tanto por sus virtudes futbolísticas como por las acrobáticas ejecuciones de mambo que desplegaba en los corredores del colegio en las horas de recreo y por los escabrosos relatos de sus fantásticas proezas sexuales adelantadas los fines de semana en las zonas más sórdidas de la ciudad. Era mi modelo social, sí, pero nunca le di ni en los tobillos. Hace poco lo vi, estaba de espaldas a mí en los pasillos de una clínica hablando con una enfermera, su pelo de color negro intenso azabache revelaba todo el exitoso trabajo capilar de los tintes industriales, manoteaba con ademanes de zurdo, en uno de sus dedos brillaba ostentoso un grueso anillo de graduado y una pesada esclava de plata bailaba floja en la muñeca de su mano derecha, y portaba unos zapatos de charol de bailarín de chachachá. Por un instante fugaz volví a envidiarlo.

Como muchos de nosotros, si no todos, Armando era de origen popular. Ya en los años de nuestros estudios (1959-1965), Santa Librada había dejado de ser el colegio donde muchos hijos de la burguesía local adelantaban su formación académica y habían cedido el lugar a desafiantes muchachos sin nada que perder pues venían de ser despojados de todo. Aluviones enteros de desplazados por la violencia política habitaban los barrios populares de Cali, de donde, a gotas contadas, llegaban a los colegios públicos y los marcaban a fuego vivo con sus reclamos rabiosos y sus prácticas y discursos de justo resentimiento. Desconozco de dónde provenía la familia Romero Delgado, pero sospecho, basado en el fuerte acento vallecaucano de don Alfonso, el padre, capaz además de devorar gozoso en una sola sentada un mate entero de manjarblanco de la señora Domínguez de Buga, que eran de los pocos oriundos de la ciudad de Cali y no huían hostilizados por lo tanto de los lejanos horizontes sangrientos del Tolima, del Quindío, de las poblaciones antioqueñas del norte del Valle. Pero vivían en san Nicolás, lo que no es poco; barrio de talabarteros, de impresores, de gente que mira de través, de zapateros y de bares de música de vinilo contrabandeada a través del bello puerto de mar, mi Buenaventura. En una ocasión, al volver de paso a Cali, ya adulto, Armando, de paseo por su antiguo barrio, encontró que la casa de su niñez era ahora un bar trepidante, lleno de putas y de rumberos nocturnos entregados al frenesí de las guarachas de la Sonora Matancera. Jubiloso, se tomó varias cervezas en la sala de su casa y bailó hasta el amanecer con sus fantasmas personales.
Ante el pedido de estas palabras que hoy leo, quise hacer un inventario de los libros de Armando que erraban perdidos en el desorden selvático de mi biblioteca. Puestos sobre mi escritorio, hice el listado, y noté con encono inextinguible lo que ya sabía: faltaban algunos, los que alguna vez, ingenuo, le presté al Chino Chang, quien cometió la indelicadeza de morir sin devolvérmelos. Juro ante todos que no lo dejaré descansar en paz si no me los reintegra. No sé cómo hará, allá él; yo permaneceré aquí con los pies firmes en esta tierra en erupción y todos los sentidos dirigidos atentos hacia la otra vida a la espera de que reaparezca arrepentido con los ejemplares de Armando bajo el brazo.
Armando me condujo de su mano por los caminos misteriosos de la literatura cuando yo era un jovencito de apenas 15 años experto en nada y desconocedor de todo, y cuyo referente cultural más notable era “El indio” Mera, el baterista de una charanga de marihuaneros del barrio Bretaña, intérprete de pachangas antillanas y sones cubanos. Armando me llevaba 4 años: esa diferencia en ese momento de la vida es una eternidad, pero hoy tenemos la misma edad. Contábamos con la simpatía secreta y el estímulo sin condiciones de los profesores de literatura Omar Velásquez y Villarreal (quien nos hizo leer de Jean-Paul Sartre el cuento “El pasamuros”). Junto a su hermano Óscar, entonces estudiante de medicina, leíamos después de clases en los salones vacíos de sexto b traducciones suyas, de Óscar, de Blaise Cendrars, de Henri Michaux, de Milozs, poemas de los subrealistas franceses que vaya usted a saber de dónde los sacaba, novelas de Jack Kerouac y poemas de Lawrence Ferlinghetti, Gregory Corso, Allen Ginsberg y todos los luminosos escritores de la Beat Generation. De su mano, insisto, fui llevado a los encuentros resonantes de los poetas nadaístas en el Café Colombia, en la cuarta con diez esquina, y a la mítica conferencia de Jorge Luis Borges en el sótano de la Librería Nacional, diagonal a donde hoy se encuentra la principal en la Plaza de Cayzedo. La gran llama tranversal que probablemente nos hermana a Armando y a mí puede que sea En el camino, de Kerouac, pues ha sido el viaje el norte común de nuestras vidas paralelas, como lo era para el extraordinario basquetbolista norteamericano, fundador de una estirpe de escritores visionarios de pies alados. Quizás ello explique la persistencia en el recuerdo del viaje hecho al final de nuestros estudios de bachillerato, cuando en grupo fuimos a Bogotá, donde Armando me presentó durante un almuerzo privado al poeta X 504 –yo, deslumbrado-- y donde en el Cerro de Monserrate, Rafael Leonidas Trujillo, Alfonso Domínguez, Pedro Chang, Armando Romero y yo, nos fotografiamos irreverentes colgados al cuello de las estatuas de Jesús en su camino al calvario, y el posterior desplazamiento en tren hasta Santa Marta en un viaje alucinante de más de 50 horas durante el cual, en el coche restaurante, conocimos a un hombre sin nariz que llevaba cuentas a lápiz en un cuaderno ajado y evocaba para nosotros los accidentes mortales que él había presenciado durante la construcción de esta titánica obra de ferrocarril; más tarde, en la ciudad de Cartagena de Indias, un sacerdote nos permitió entrar a las 12 de la noche a la majestuosa y vacía Iglesia de san Pedro Claver y al silencioso monasterio aledaño para mostrarnos a la luz de una vela tenue la tumba callada del apóstol cristiano. Pura magia.
No quiero hacer de este texto un anecdotario. Sólo quiero agregar que, planeando viajar a Bogotá a estudiar en la Universidad Nacional y con el propósito de hacer algunos ahorros pobretones de estudiantes de provincia, Armando y yo, gracias a un palancazo contundente de su padre, entramos a trabajar a la librería Camacho Roldán, en plena Plaza de Cayzedo, al lado de la Catedral de san Pedro, donde aprovechamos nuestra condición de vendedores de útiles escolares para proveer de libros con métodos indebidos al poeta nadaísta Alfredo Sánchez, lleno de hijos en edad escolar y sin un centavo donde caerse muerto.
Frustrado nuestro proyecto de estudiar en Bogotá, nos inscribimos en la Universidad del Valle, de donde Armando salió huyendo la misma mañana en que encontramos el cadáver caliente y en desorden del profesor Pacavita, suicidado en su oficina profesoral en medio de sus textos de enseñanza de la lengua francesa, para iniciar un peregrinaje por Chile, quizás persiguiendo las sombras chinescas de Nicanor Parra, y después por Venezuela, donde se enraízo tanto que hasta el día de hoy, tras tantos años de haber emigrado hacia los Estados Unidos, conserva un irrevocable acento venezolano. Armando ha hecho toda su carrera profesional allí, en Pittsburgh y en Cincinatti, con viajes frecuentes a su amada Grecia, patria de Constanza, su mujer, patria de todos los que amamos la inteligencia, el mar, el aceite de oliva, Nikos Kazanzakis, el olor de la albahaca y los colores blanco y azul así en la tierra como en cielo. Todo eso está allí, como si fuera un castillo habitado por fantasmas, pero hoy prima en mí la imagen viva y reluciente de tres jóvenes reunidos en torno al fuego de la poesía escuchando la voz de uno de ellos, de Óscar, repitiendo quedo en la soledad del sexto b “Dime, Blaise, ¿estamos aún muy lejos de Montmartre?”, versos tomados de “Prosa del transiberiano” de Cendrars.
Es a este influjo que hoy rindo homenaje.
Pienso que Armando es un ejemplo perfecto de lo que significa asumir plenamente una vocación; no ha parado de escribir desde que garrapateaba clandestinamente en los trasfondos de los salones de Santa Librada sus poemas iniciáticos. Más de veinte títulos, repartidos entre novelas, cuentos, poemarios y ensayos, conforman su copiosa obra literaria, algunos de ellos traducidos al inglés, al griego, al búlgaro, al francés o al italiano; algunos de ellos también premiados. La Universidad de Atenas lo honró con el título de Doctor Honoris Causa. Ha creído siempre en el poder redentor de la literatura y no ha hecho de ella un arma tramposa para alcanzar fines espurios, campo superespecializado en el que abundan los gordos y melosos falsificadores de prestigios. No ha habido en él concesiones ni arreglos con el poder. No ha aspirado tampoco a detentarlo: su patria es el campo magnético y tormentoso de la palabra y no la superficie árida y lisa de los escritorios donde se barajan las decisiones con cartas marcadas de oscuros intereses personales.
Bien. Todo lo que he leído hace referencia a hechos pasados. Pero no se crea que soy un complaciente de la nostalgia. Si he procedido así, es para señalar que los efectos de ese pasado persisten en el presente, como esas silenciosas ondas estelares que impactan los oídos de los observatorios espaciales tras un viaje de miles de años luz por el infinito espacio sideral. Pues de alguna forma somos el eco actual de aquellos lejanos jóvenes que leíamos a Blaise Cendrars en otra galaxia, en las luminosas aulas de Santa Librada.
Hernán Toro
Cali, 10 de mayo de 2018

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*** 11 de Mayo, viernes, 6:00 p.m. Universidad del Valle (Meléndez). Biblioteca. Auditorio Ángel Zapata Ceballos
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ARMANDO ROMERO en OTRAPARTE, Envigado, Antioquia. Mayo 8, 2017

Constanza Lardas- su esposa-, Armando Romero y Lucia Donadio (Sílaba Editores)
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*** 8 de Mayo, martes, 7:30 p.m. Envigado -Medellín está cerca-, OTRAPARTE
--- Armando Romero. Lectura y Conversación. Poeta homenajeado en el 26 Festival Internacional de Poesía de Bogotá, 2018Armando Romero (Cali, 1944) es poeta, narrador y crítico literario.Perteneció al grupo inicial del nadaísmo, movimiento vanguardista literario de la década del 60 en Colombia. Doctorado en Pittsburgh, actualmente vive en Estados Unidos, donde , desde hace más de 20 años, es profesor de la Universidad de Cincinnati. Ha publicado numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo. En 2008 recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Atenas, Grecia. Escuchar transmisión en vivo:    Otraparte.org/casa-museo/voces/radio.html , https://www.otraparte.org/casa-museo/voces/radio.html .   Más información y detalles:  https://www.otraparte.org/actividades/literatura/armando-romero-1.html .  

Oír grabación del evento

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CALI, Mayo 14, 2018. 1:00 a 6:00 PM

Constanza Lardas y Armando Romero 
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De Der a Izq: Armando Romero, Constanza Lardas- su esposa-, María Isabel Casas R. y Gabriel Ruiz Arbeláez
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Restaurante LA BOQUERÍA *. Sede Menga
YumboChipichape y Cali 
Con LEY SECA en CALI. Sin LEY SECA en Yumbo 
Día del Libre Desarrollo de la Personalidad en Yumbo
Mayo 14, 2018. 1:00 a 6:00 PM
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