¡Qué hermosas citas hace Gladys para
iniciar el libro! Poesía, música, danza «chispa del sol en la palabra». El
libro es un himno a dos grandes de las letras colombianas, escrito con el
corazón agradecido y con el conocimiento profundo de sus obras. Aborda su
estudio desde la antropología cultural, destacando los aportes de Manuel Zapata
Olivella y Gabriel García Márquez, las similitudes y particularidades en sus
vidas convergentes y paralelas, cada uno en su singularidad. Todo este
magistral comienzo sigue una epopeya sin igual que aporta la fuerza y claridad
de la formación de la nacionalidad colombiana; es el Benkos, de Zapata
Olivella, más allá de la leyenda y más cerca del África colombiana, que está en
sus descendientes y en el mestizaje de la sangre, los ritmos y las comidas.
Igualmente da cuenta de la América
indígena con toda su riqueza y sabiduría ancestral. Gladys nos lleva a las
grandes culturas africanas con Chango el gran putas; y es que a más de
triétnicos, somos mestizos, mulatos y zambos; y esta es hora de
autorreflexión, de nuestro reconocimiento, cuando caen las estatuas y se
levantan los humillados y ofendidos. La autora es precisa en las descripciones
etnológicas, y cálida en la interpretación humana de los autores y sus obras;
la geografía de Gladys es un mapa espiritual cuando trata del Caribe de los dos
escritores. El relato del caribe colombiano y lo que representó su impronta en
estos dos grandes narradores, es para leerlo lentamente y con fruición
intelectual, por su compenetración con el ambiente; lo mismo sucede cuando le
da la palabra a los maestros: Zapata portaba sangre española e indígena, su
madre era mestiza y también llevaba sangre negra y el muntú de los orichas.
Es de verlo con su sombrero vueltiao y su
carcajada de boca grande, para tragarse el mundo. Esa fotografía de Nereo es un
homenaje a su bonhomía; pocas hay en esta vida tan inmensas como para llenar la
palabra «alegría» plenamente. Ella sola basta para decirnos la disposición de
ese hombre para la vida, lo mismo que la foto tomada a García Márquez,
indiscutible postal de su amor caribeño que lo hacía tan feliz y dejó
registrado en sus escritos.
En «La dura dignidad del ébano», nos
impone el dolor de la Maafa africana, el fatídico encuentro en la develación de
la historia, que sin embargo es nuestra carta de identidad; y en «Levántate mulato»,
nos entusiasma con la voluntad de vivir. Y así recorremos las huellas en la
música, en la literatura, como si pisaran suaves en el piano de las letras y en
las blancas nubes de las páginas para asumir los retos de la resistencia y la
dura lucha.
También yo, como Gladys, compartí el
cariño y la amistad de Nina de Friedeman, y veo su huella en este trabajo, como
igualmente se siente en su valioso estudio de «La música en María», y nos
regala en este apartado los versos de Candelario Obeso y de ese generoso
cartagenero que fue Jorge Artel, con uno de los poemas más deliciosos de la
literatura colombiana: «Si yo fuera tambor» (pág. 62 y 64).
¡Qué ilustraciones tan bellas eligió
Gladys! Pero el libro cobra una importante dinámica cuando relata el encuentro de
Zapata Olivella con García Márquez… Se va de lleno a sus nombres como una marca
de origen. Y así son: grandes y nos ayudan a conocer y a comprender al Caribe.
Es otra perspectiva porque hablamos del gozo de narrar. Dos maestros, disímiles
pero abundantes con su patria, en el sentido originario de la palabra; porque
ellos nos han ayudado a construirnos en esa otra asamblea constituyente de las
letras. Que agradable encuentro el de Zapata Olivella, García Márquez, Héctor
Rojas Erazo, Clemente Manuel Zabala. Ricas reuniones de amigos «como si la vida
no les alcanzara para todo lo que todavía nos faltaba por conversar»; allí, en
esas conversaciones, se puede saber más acerca de ellos, porque son retratos
etóticos de cuerpo entero y con el encanto coloquial.
El libro nos deja la certeza del valioso
aporte de Zapata Olivella a la vida de García Márquez. Hablando de estos dos
personajes ella describe toda una época: escritores, antropólogos, músicos,
compositores, fotógrafos, periodistas y gente del común que reconstruyen la
geografía espiritual de su tiempo; revelan secretos que solo pueden conocer
quien se adentra en las honduras del alma y coge al vuelo las mariposas
amarillas de las palabras más preciadas para estos dos magos de la literatura,
siendo claro que Zapata Olivella buscaba las ciencias humanas y García Márquez
navegaba en las fantasías del realismo mágico.
Edward Waters Hood le pregunta a Zapata
Olivella, «¿cuál es su estética?». Y al responderle Zapata Olivella hace una
interesante distinción que ayuda a comprender la pulsión creativa de cada uno
en su campo: «En mi propia literatura me preocupa más el problema social que el
problema del estilo. En el caso del García Márquez es al revés; tiene más
preocupación por el problema del estilo que por el problema social» (pág. 125).
La autora resalta el gusto de García Márquez por la cultura popular y la
importancia para su trabajo periodístico y su literatura; y revela la
influencia que marcó en él, el compositor húngaro Béla Bártok.
Zapata Olivella investigó no solo de la
diáspora africana, sino también sobre las culturas indígenas y el mestizaje, en
el proceso de la conformación de nuestra identidad colombiana, pluriétnica y
multicultural, y como dice la autora, no desfalleció en su lucha para que todas
las expresiones culturales populares históricamente negadas fueran reconocidas.
«Sin duda, agrega –nadie contribuyó tanto como él al reconocimiento de lo afro,
lo indígena y el mestizaje con estos dos elementos en su protagonismo vital;
nadie tuvo tanta fuerza para sacar adelante a músicos y folcloristas de todos
los rincones del territorio nacional y darles el lugar que merecían como
referente cultural del país» (Pág. 141).
El capítulo dedicado a «la música
folklórica» muestra el valor que García Márquez le dio en sus columnas
periodísticas a estas manifestaciones culturales. Rica en datos son sus notas
sobre la consolidación del vallenato, y nos cuenta como fue Zapata Olivella
quien le trasmitió a García Márquez su pasión por la música de acordeón o vallenata,
como comenzaba a denominarse. La autora prosigue con su excelente recopilación
de textos y le dedica un capítulo especial a «las giras artísticas de Manuel y
Delia Zapata», y es el mismo Manuel quien aclara: «Mi hermana Delia es parte
importante en mi formación de escritor, antropólogo y combatiente. A su lado
recorrí los rincones más apartados de la patria- el Chocó, la Guajira, los
Llanos- buscando las huellas de los ancestros. Pero ni Delia ni yo fuimos
simples recolectores de la herencia olvidada; nos nutrimos de ella para
dignificarla, para llevarla a los más diversos escenarios sin más interés que
afirmar nuestros orígenes y cultura» (Pág. 161).
Gladys retoma de nuevo la trascendencia e
importancia de la cultura del palenque de San Basilio, que ciertamente por
derecho propio debe de ser estudiado con todo detenimiento; y, en fin, este
trabajo de recopilación y estudio permite escudriñar el periplo existencial de
estos dos grandes de la literatura, y con ellos una buena parte de sus queridos
amigos, también destacados escritores que interactuaron con ellos. La mirada es
amplia y minuciosa, entra al detalle, lo cual hace este libro cautivador y
relevante en la búsqueda de nuestra identidad, el mestizaje y la
descolonización.
Los estudios sobre el tráfico de los
esclavos africanos, como se observó, avanzaron significativamente en el siglo
XX y en lo que va corrido del XXI. La trata se encuentra mejor documentada,
desde la aprehensión, venta o intercambio, el hacinamiento en las bodegas de
los barcos negreros, la sed, el hambre, la tortura, la mutilación, el escorbuto
y demás enfermedades y la muerte. Poco se sabía de Benkos Biojó, pero Nina S.
de Friedman, Manuel Zapata Olivella y Aquiles Escalante, mostraron la doble
consistencia, mítica e histórica, de este líder legendario. En este mismo
sentido el historiador Alfonso Múnera y el escritor Roberto Burgos Cantor
recuperaron su figura. En Cartagena se levantó un busto de Benkos, a partir del
rostro de Nelson Mandela, cargado de un sugerente simbolismo, en el Palenque de
San Basilio se levantó un monumento rompiendo las cadenas, le compusieron un
himno, y motivo de constante inspiración para las diferentes artes y de estudio
para las ciencias sociales, como precursor de la libertad de los africanos esclavizados.
La labor investigativa de Gladys ofrece
valiosas referencias a este respecto, como la columna del periodista y escritor
Gustavo Tatis Guerra, publicada en el Universal de Cartagena (pág.21); datos
que contribuyen a satisfacer la pertinencia de situar históricamente este líder
de la resistencia negra.
Es aquí donde Manuel Zapata Olivella,
condolido e indignado del dolor de su raza, con los labios de la herida
abierta, nos dice que escucha el eco del «mismo grito de dolor repetido en
tantas lenguas…» (pág.20). que es, en esencia, el origen del lenguaje de la
solidaridad y de la rebeldía del criollo palenquero; de la lengua de la
libertad y la memoria de su lucha, ejemplo de capacidad para sobrevivir de los
cimarrones adaptándose a las dificultades para constituir un grupo
afropluriétnico, exigidos por la necesidad comunicativa de construir un acervo
lingüístico y cultural para salvarse en resistencia.
El lector tiene un texto plural, prolijo,
que proporciona múltiples puntos de vista contextualizando a García Márquez y a
Zapata Olivella, dos maestros ilustres a nivel regional, nacional y mundial,
mostrando sus aportes, y resaltando el merecido reconocimiento a sus obras, a
sus vidas, a su memoria, pero, además posibilitando una perspectiva integral para
apreciar nuestra realidad cultural, por lo cual el libro «Dos caribeños y la
cultura popular», de la profesora Gladys González Arévalo, se constituirá en un
texto de obligada consulta, mostrando
que la semilla ha germinado, en una nueva victoria de la palabra para la vida y
la libertad.