lunes, 2 de diciembre de 2019

SÓNNICA, LA CORTESANA DE SAGUNTO. ARMANDO BARONA MESA

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SÓNNICA, LA CORTESANA DE SAGUNTO

                                                       ARMANDO BARONA MESA



  Sagunto fue una ciudad romana al lado de la costa valenciana. En toda esta región aún se aprecian los acueductos de la época republicana de la vieja Roma y unos cuantos anfiteatros para la tragedia o los grandes espectáculos. Pasando el Mediterráneo hacia el continente africano, estaba la costa cartaginesa alrededor de Cartago. De lejanos pobladores griegos que, de acuerdo con la Eneida, escaparon de la furia de los aliados aqueos a cuya cabeza estaba Agamenón, después de su victoria sobre la heroica ciudad de Troya y de fenicios provenientes del Asia Menor. Como se recuerda, esta bella y valerosa urbe había sido vencida por el ingenio de Ulises con la introducción dentro de sus murallas de un caballo gigante de madera en el que se escondían unos cuantos griegos, quienes, cuando el pueblo troyano estaba borracho celebrando el triunfo aparente que habían obtenido sobre los invasores –los griegos habían emprendido la retirada-, pudieron abrir las puertas de Ilión -otro nombre de Troya- a los ejércitos aqueos, distintivo dado a la coalición de pueblos que atacaron aquella rica ciudad del lado asiático de Grecia y entrar a arrasarlo todo. Los griegos también eran bárbaros.

El mar de Sagunto tenía varios colores. Podía ser azul o verde, según la hora, y violeta. Tres pequeños golfos entraban en la tierra fecunda de Valencia, donde descollaba el puerto atracado de bajeles recién llegados de elevadas y vistosas velas y del que otros partían incesantes hacia ese mundo agitado y pujante, lleno de comercio, que era el Mediterráneo. A un lado del puerto estaba la ciudad poblada de patricios romanos y lugareños, con una arquitectura moderna pero latina o griega, que ostentaba sus grandes columnas corintias y sus jardines y amplios salones. Pero así mismo estaba la gran colonia de los cartagineses, comerciantes y guerreros. Era una ciudad opulenta.

Después, en el 219 A. de C., la hermosa urbe, desbordante de progreso y riqueza, habría de padecer el sitio más impresionante que pueda imaginarse. Mucho mayor y cruel que el de Cartagena de Pablo Morillo. Fue impuesto por un cartaginés llamado Aníbal Barca, hijo de Amílcar, de origen fenicio y uno de los mayores guerreros de la historia. Su padre le había hecho jurar odio perpetuo a los romanos.
Vista de Murviedro (Sagunto) realizada por Wyngaerde en 1563 para Felipe II Anton van den Wyngaerde  (1525–1571) 
En esa ciudad de Sagunto, cercana a Cartagena -o Cartago Nobis como entonces se la conocía a esta última-, en la provincia de Hispania, reinaba la belleza y el lujo. Se habían reconstruido las devociones paganas de aquella esplendorosa Atenas de Frini o Friné y de Aspasia de Mileto bajo cuya cultura suspiraba Pericles, de Teódota, de Neera y la legendaria Tais que enloqueció a Alejandro Magno. Cortesanas ellas, llenas de belleza olímpica, de gracia, talento y cultura. Sacerdotisas del amor elevado a las cimas mayores del espíritu humano, discípulas de Astarté, aquella reina hermosa de Babilonia que habría de convertirse en diosa, ciudad en la que tenía un templo imponente en medio de los jardines colgantes de aquella maravilla del mundo; y en la que toda mujer que allí llegara debía prostituirse ante la pétrea mirada, en medio del incienso, de la diosa.

 En Sagunto vivía Sónnica en el esplendor de todo lo bello. El gran escritor español Vicente Blasco Ibáñez *, con su pluma poética la describe al despertarse en su rica cama circular y luego, cuando la esclava Odacis se encarga de darle el toque de su maquillaje diario, anota:

"Odacis le pintó el rostro de blanco. Después, mojando un pequeño estilete de madera en esencia de rosas, lo hundió en un bote de bronce adornado con guirnaldas de loto y lleno de un polvo negro. Era el kobol, que los mercaderes egipcios vendían a un precio fabuloso. La esclava aplicó la punta del estilete a los párpados de la griega, tiñéndolos de un negro intenso y trazando una fina línea en el vértice de los ojos, que dio a éstos más grandeza y dulzura.

"El tocado llegaba a su fin. Las esclavas abrieron los innumerables frascos y vasos alineados sobre el mármol, y empezaron a esparcirse confundidos los costosos perfumes: el nardo de Sicilia, el incienso y la mirra de Judea, el áloe de la India, el comino de Grecia. Odacis cogió una pequeña ánfora de vidrio incrustada de oro, con un tapón cónico terminado por fina punta que servía para depositar sobre los ojos el antimonio que aviva la mirada. Después de terminar esta operación, ofreció a su señora las tres unturas para dar color a la piel en diferentes gradaciones: el minio, el carmín y el rojo egipcio sacado de los excrementos del cocodrilo.

"Delicadamente, la esclava fue coloreando con fino pincel el cuerpo de su señora. Trazó una nubecilla de pálido arrebol en las mejillas y las diminutas orejas; marcó dos manchas como pétalos de rosa en los titilantes extremos de sus pechos; acarició con su pincel el botón de la vida, que se marcaba apenas en medio de la tersa suavidad del vientre, y poniéndose detrás de Sónnica, coloreó también sus codos y los hoyuelos que se marcaban más abajo del talle, en las protuberancias de sus nalgas redondas y armoniosas... Sobre el desnudo pecho de Sónnica se enroscó un collar de piedras de complicadas vueltas; los dedos de sus manos se cubrieron de sortijas hasta las uñas, y la blancura de sus brazos pareció más diáfana cortada a trechos por el brillo de anchos brazaletes de oro. Para dar más expresión al rostro, Odacis adornó a su señora con algunos ligeros lunares, y después comenzó a anudar en torno a su cuerpo la fascia, el corsé de la época, una ancha faja de lana que sostenía los globos del pecho para que conservasen su saliente rigidez."

Finalmente, "Sónnica, contemplándose en el pulido bronce -el espejo de entonces-, sonrió a su imagen, desnuda y hermosa, como una Venus en reposo."

Sin duda alguna es una prosa poética hermosa. Se siente el aleteo de un sueño y el brillo de la diosa en el recóndito movimiento de su majestad. Y naturalmente esos registros sacaban de la escena humana a esta mujer que infundía amor, pasión y humildad en quien asistía al espectáculo no humano de la belleza, así ella no necesitare de decir palabra alguna. 

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NTC ... ENLACES: 

"Sónnica la cortesana"
la novela histórica escrita por Vicente Blasco Ibáñez, 1901
Libro completo
https://ia800700.us.archive.org/15/items/snnicalacortesan00blas/snnicalacortesan00blas.pdf
Cita: Páginas:  126, 127 y 128
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SAGUNTO (1890) Preludio de Opera
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