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SÓNNICA, LA CORTESANA DE SAGUNTO
ARMANDO BARONA MESA
Sagunto fue una ciudad
romana al lado de la costa valenciana. En toda esta región aún se aprecian los
acueductos de la época republicana de la vieja Roma y unos cuantos anfiteatros
para la tragedia o los grandes espectáculos. Pasando el Mediterráneo hacia el
continente africano, estaba la costa cartaginesa alrededor de Cartago. De
lejanos pobladores griegos que, de acuerdo con la Eneida, escaparon de la furia
de los aliados aqueos a cuya cabeza estaba Agamenón, después de su victoria
sobre la heroica ciudad de Troya y de fenicios provenientes del Asia Menor.
Como se recuerda, esta bella y valerosa urbe había sido vencida por el ingenio
de Ulises con la introducción dentro de sus murallas de un caballo gigante de
madera en el que se escondían unos cuantos griegos, quienes, cuando el pueblo
troyano estaba borracho celebrando el triunfo aparente que habían obtenido
sobre los invasores –los griegos habían emprendido la retirada-, pudieron abrir
las puertas de Ilión -otro nombre de Troya- a los ejércitos aqueos, distintivo
dado a la coalición de pueblos que atacaron aquella rica ciudad del lado
asiático de Grecia y entrar a arrasarlo todo. Los griegos también eran
bárbaros.
El mar de Sagunto tenía varios
colores. Podía ser azul o verde, según la hora, y violeta. Tres pequeños golfos
entraban en la tierra fecunda de Valencia, donde descollaba el puerto atracado
de bajeles recién llegados de elevadas y vistosas velas y del que otros partían
incesantes hacia ese mundo agitado y pujante, lleno de comercio, que era el
Mediterráneo. A un lado del puerto estaba la ciudad poblada de patricios
romanos y lugareños, con una arquitectura moderna pero latina o griega, que
ostentaba sus grandes columnas corintias y sus jardines y amplios salones. Pero
así mismo estaba la gran colonia de los cartagineses, comerciantes y guerreros.
Era una ciudad opulenta.
Después, en el 219 A. de C., la
hermosa urbe, desbordante de progreso y riqueza, habría de padecer el sitio más
impresionante que pueda imaginarse. Mucho mayor y cruel que el de Cartagena de
Pablo Morillo. Fue impuesto por un cartaginés llamado Aníbal Barca, hijo de
Amílcar, de origen fenicio y uno de los mayores guerreros de la historia. Su
padre le había hecho jurar odio perpetuo a los romanos.
Vista de Murviedro (Sagunto) realizada por Wyngaerde en 1563 para Felipe II Anton van den Wyngaerde (1525–1571)
En esa ciudad de Sagunto, cercana
a Cartagena -o Cartago Nobis como entonces se la conocía a esta última-, en la
provincia de Hispania, reinaba la belleza y el lujo. Se habían reconstruido las
devociones paganas de aquella esplendorosa Atenas de Frini o Friné y de Aspasia
de Mileto bajo cuya cultura suspiraba Pericles, de Teódota, de Neera y la
legendaria Tais que enloqueció a Alejandro Magno. Cortesanas ellas, llenas de
belleza olímpica, de gracia, talento y cultura. Sacerdotisas del amor elevado a
las cimas mayores del espíritu humano, discípulas de Astarté, aquella reina
hermosa de Babilonia que habría de convertirse en diosa, ciudad en la que tenía
un templo imponente en medio de los jardines colgantes de aquella maravilla del
mundo; y en la que toda mujer que allí llegara debía prostituirse ante la
pétrea mirada, en medio del incienso, de la diosa.
En Sagunto vivía Sónnica
en el esplendor de todo lo bello. El gran escritor español Vicente Blasco
Ibáñez *, con su pluma poética la describe al despertarse en su rica cama
circular y luego, cuando la esclava Odacis se encarga de darle el toque de su
maquillaje diario, anota:
"Odacis
le pintó el rostro de blanco. Después, mojando un pequeño estilete de madera en
esencia de rosas, lo hundió en un bote de bronce adornado con guirnaldas de
loto y lleno de un polvo negro. Era el kobol, que los mercaderes egipcios
vendían a un precio fabuloso. La esclava aplicó la punta del estilete a los
párpados de la griega, tiñéndolos de un negro intenso y trazando una fina línea
en el vértice de los ojos, que dio a éstos más grandeza y dulzura.
"El
tocado llegaba a su fin. Las esclavas abrieron los innumerables frascos y vasos
alineados sobre el mármol, y empezaron a esparcirse confundidos los costosos
perfumes: el nardo de Sicilia, el incienso y la mirra de Judea, el áloe de la
India, el comino de Grecia. Odacis cogió una pequeña ánfora de vidrio
incrustada de oro, con un tapón cónico terminado por fina punta que servía para
depositar sobre los ojos el antimonio que aviva la mirada. Después de terminar esta
operación, ofreció a su señora las tres unturas para dar color a la piel en
diferentes gradaciones: el minio, el carmín y el rojo egipcio sacado de los
excrementos del cocodrilo.
"Delicadamente,
la esclava fue coloreando con fino pincel el cuerpo de su señora. Trazó una
nubecilla de pálido arrebol en las mejillas y las diminutas orejas; marcó dos
manchas como pétalos de rosa en los titilantes extremos de sus pechos; acarició
con su pincel el botón de la vida, que se marcaba apenas en medio de la tersa
suavidad del vientre, y poniéndose detrás de Sónnica, coloreó también sus codos
y los hoyuelos que se marcaban más abajo del talle, en las protuberancias de
sus nalgas redondas y armoniosas... Sobre el desnudo pecho de Sónnica se
enroscó un collar de piedras de complicadas vueltas; los dedos de sus manos se
cubrieron de sortijas hasta las uñas, y la blancura de sus brazos pareció más
diáfana cortada a trechos por el brillo de anchos brazaletes de oro. Para dar
más expresión al rostro, Odacis adornó a su señora con algunos ligeros lunares,
y después comenzó a anudar en torno a su cuerpo la fascia, el corsé de la
época, una ancha faja de lana que sostenía los globos del pecho para que
conservasen su saliente rigidez."
Finalmente, "Sónnica, contemplándose en el pulido bronce -el espejo de
entonces-, sonrió a su imagen, desnuda y hermosa, como una Venus en
reposo."
Sin duda alguna es una prosa
poética hermosa. Se siente el aleteo de un sueño y el brillo de la diosa en el
recóndito movimiento de su majestad. Y naturalmente esos registros sacaban de
la escena humana a esta mujer que infundía amor, pasión y humildad en quien
asistía al espectáculo no humano de la belleza, así ella no necesitare de decir
palabra alguna.
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NTC ... ENLACES:
* "Sónnica la cortesana"
la novela histórica escrita por Vicente Blasco Ibáñez, 1901
Libro completo
https://ia800700.us.archive.org/15/items/snnicalacortesan00blas/snnicalacortesan00blas.pdf
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* "Sónnica la cortesana"
la novela histórica escrita por Vicente Blasco Ibáñez, 1901
Libro completo
Cita: Páginas: 126, 127 y 128
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SAGUNTO (1890) Preludio de
Opera
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