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Contratiempo
Está muriendo
la mamá
Jotamario Arbeláez
En su casa del conjunto residencial El Molino, en Chía, donde ha vivido
por 38 años —24 de ellos sin su esposo, el distinguido médico siquiatra Luis
Gabriel Jaramillo, hoy abonado al magnolio del patio—, la señora Emilia Flórez,
madre de mi esposa y de otros siete hijos, desde hace dos meses se prepara para
cambiar de plano. No menciono la muerte como cesación de existencia, porque es
filosofía de la casa que con ella el ser humano rota a un nuevo destino y que, a
la manera del sol, se oculta pero no se apaga. Oigo de la guitarra y voz de su
hijo Babel, poeta y médico, ecos de la canción de Aznavour: Es claro que no hay tristeza, hay una gran resignación, y mientras un hermano reza, el otro canta una canción, a la mamá.
Todos se turnan en cuidarla, en atenderla y abrazarla, está muriendo la
mamá. Acompaño a mi Claudia a la ceremonia del adiós de su madre, sus seis
hermanos giran alrededor de la cama, el poeta Babel que a ella ha consagrado su
vida, el pintor Juan Fernando que preside su comedor desde un cuadro, el
teatrero Tomás que sobre ella ha escrito una obra, el prestigioso galerista
Esteban de La Cometa, y el gourmet Andrés Carne de Res, a quien le prepara los
postres. Más Clara, el alma de las empresas de todos y de las suyas. La otra
hija, Pati, se encuentra de licencia en la eternidad. La rodean también su
amorosa dama de compañía, Janeth, más el servicio de la casa presidido por
Martha, y discretas y ágiles enfermeras.
Ya están
aquí, llegaron ya, a la llamada del amor, los frutos de su vientre y sus descendencias, y todos los
que han tenido que ver con el devenir de la casa, que fue siempre un hervidero
de vitalidad y de afecto. Por ella han desfilado hijos, nietos, biznietos, en
sus despedidas al exterior buscando de hacer su vida, otros familiares cercanos,
compañeras de estudio y amigos del alma, sobre todo los fines de semana, en un
palique de evocaciones alrededor de un almuerzo, haciendo que la nostalgia vuelva a ser lo que
era antes. Ella ha sido la delicia de los presentes, con su memoria refrescante
y sus picantes apuntes, la fumadita de cigarrillo y el traguito de whisky a hurtadillas
de su hijo el doctor. Miro en su biblioteca y al lado de las obras de
Chesterton y de la Biblia abierta en los Salmos, encuentro El Cántico
Espiritual, Un bel morir de Álvaro Mutis y La muerte de Jotamario, su yerno.
Y hasta
los niños al jugar, en un extremo del salón, se esfuerzan para no gritar,
es una última atención, a la mamá. Porque es bandada la descendencia menuda: 22 de la segunda
generación y 19 de la tercera. A cual más bello, de acuerdo con los gametos
herencia de la matrona. De Buenos Aires llegó Simón, el hijo de Clara, y de
Barcelona Salomé, la hija de Claudia. Todos se acercan con aire compungido a la
abuela que los mira como fijándolos en el disco duro, que es lo rescatable que
queda de uno, por ahí andando.
Jotamario, Juan Fernando, Andrés, Tomás, Esteban,
Claudia, Emilia, Babel, Clara, (Fotos Gilma Suárez)
Vuelve a
formarse la reunión / y así por la postrera vez / está muriendo la mamá. Cuando descansa la guitarra se leen los poemas
que Emilia les ha escrito a cada uno de sus hijos, con intensidad y donaire,
publicados en su libro Alegría y dolor. Claudia pide la palabra para decirle el
poema que le escribió hace ya muchos años, que a todos conmueve: “Y ella me
enseñó / a cortar las rosas / a tender la cama / a fabricar un poema / a llenar
la copa / y beberla lentamente / a amar a un poeta / y a engendrar en aguas
puras / cristalinas.”
Se dice que en cualquier momento exhalará su
último suspiro. Incluso antes de que
ponga el punto final a este escrito. Ya han pasado varios momentos en que se
sentía que despegaba. Pero todavía las fuerzas le dan para seguir mirando a los
seres que adora.
Tanto
suspiro, tanto dolor, alrededor de la mamá, que jamás, jamás, jamás nos dejará.
Pd. 4 a.m. La muerte acaba de pasar por ella.
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