Por JoséÁngel Leyva *
Bitácora de un poeta viajero,
sutil y profundo, también novelista y catedrático, y a la vez atento a los
violentos avatares de su tierra natal, Colombia, cuya obra se hermana con la de
Álvaro Mutis y Hugo Gutiérrez Vega por el movimiento y la confianza en la
palabra trabajada.
SEMANAL de Jornada (Mx), Julio
29, 2018
El poeta y catedrático
Armando Romero, uno de los más jóvenes miembros del Nadaísmo colombiano
–que este 2018 cumple sesenta años de su aparición–, es a todas luces el más
cosmopolita de su generación. En dicho contexto, el también traductor y
narrador ha sido homenajeado en el Festival Internacional de Poesía de Bogotá.
Romero, quien es profesor en la
Universidad de Cincinnati, Estados Unidos, vuelve a sus orígenes para mostrar
la andadura de una poesía que, si bien ha sido forjada en el viaje, muestra las
marcas profundas de sus vivencias colombianas y la memoria de una época fundamental
en su vida. Un rasgo que también se halla presente en sus novelas y sus
cuentos. Su obra poética en conjunto podría leerse como la declaración del que
nunca se fue y vuelve al punto de su ausencia. El cosmopolita de provincia, de
esa provincia desgarrada, como la concebía Alfonso Reyes, recorre mundo para
conocer mejor su historia. Romero compendia para los lectores
colombianos su itinerario de viaje, su bitácora afectiva y estética en la que
aparece de manera recurrente su identidad y pertenencia. En su prólogo para las
antologías Alquimia del fuego inútil y A vista del
tiempo, publicadas respectivamente en Ciudad de México y en Medellín, el
poeta escribe y manifiesta: “Dos acciones he tratado de conciliar siempre: el
viaje y la escritura. Creo que son dos formas de una misma realidad
significante.”
Aunque la poesía de
Armando Romero tiene mucho de solar, no puede leerse sólo desde ese
plano de la realidad porque emerge sin duda de un ejercicio subterráneo, de una
inmersión en socavones y grutas donde la oscuridad aprieta e ilumina. El miedo
y el dolor atenazan las palabras y es audible el golpe de la forja en imágenes
al rojo vivo, de miradas torvas, criminales, con apetito de sangre. La
ambigüedad es aglutinante en su apertura a la claridad; la malicia o cierta
dosis de malignidad no pueden quedar al margen de su bondad, ni la belleza
puede reconocerse sin la noción de la deformidad. Vienen, como “Del aire a la
mano”, esos dos poemas icónicos, no de su ficcionario y sí de su
biografía,
de la tragedia colombiana: “Flores de uranio” y “De los asesinos”, que pertenecen a dos libros distintos de épocas distantes, El poeta de vidrio (1961-1972) y Las combinaciones debidas (1979-1985). Dos textos de una crudeza escalofriante. Sin embargo, en Amanece aquella oscuridad (2012), el poeta desvela momentos de iluminación entre sombras del recuerdo, como en “La palabra misericordia”: “En nuestro mundo/ muchas palabras se pierden,/ pero no desaparecen por completo,/ sólo dejan una vaga memoria. /… / Mi madre la usaba por las noches,/ al caer el silencio,/ y yo sabía que los ojos/ de mi padre la escuchaban,/ abiertos.”
de la tragedia colombiana: “Flores de uranio” y “De los asesinos”, que pertenecen a dos libros distintos de épocas distantes, El poeta de vidrio (1961-1972) y Las combinaciones debidas (1979-1985). Dos textos de una crudeza escalofriante. Sin embargo, en Amanece aquella oscuridad (2012), el poeta desvela momentos de iluminación entre sombras del recuerdo, como en “La palabra misericordia”: “En nuestro mundo/ muchas palabras se pierden,/ pero no desaparecen por completo,/ sólo dejan una vaga memoria. /… / Mi madre la usaba por las noches,/ al caer el silencio,/ y yo sabía que los ojos/ de mi padre la escuchaban,/ abiertos.”
El derrotero conduce poco a
poco hacia la contemplación y la paz, hacia la reflexión y la meditación. En su
obra pulsa un espíritu contestatario, no escandaloso ni protagónico, que se
manifiesta en poemas como “Carta a f. l.”, “Monje querido”,
“From Chicago to o.g”. En este último resuenan versos de desesperación y
coraje que se explican por sí mismos: “Hoy es el 4 de octubre en Caracas y
tengo 20 bolívares en el bolsillo/ Hoy quemaré velas a la luz blues de Lincoln
Avenue/ En el barrio Sur habrá negros incendios de todos los días/ Hoy no
pensaré de Latinoamérica más que para decir Howareyou?/ porque hoy
es y siempre el 4 de octubre en Caracas y tengo 20 bolívares en el bolsillo/
Hoy se cierra una puerta/ Y se abren otras.”
* http://www.laotrarevista.com/2014/05/jose-angel-leyva-2/
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El
color del Egeo. Armando Romero. Poemas. Colección Los Torreones. Caza de Libros
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