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31 de mayo de 2015
El beso de la Gioconda
Juan Manuel Roca
Ensayos
Sílaba Editores. Medellín, Marzo de 2015
Formato: 21 x 16 cm. Páginas: 252.
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Sobre
la Colección
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CONTENIDO
Colección
Tierra de palabras. Ensayo. ISBN:
978-958-8794-52-5
Publicación: marzo de 2015. Formato: 21 x 16 cm. Páginas: 252
El libro acaba de salir de imprenta
y estará en librerías en los próximos días.
Publicación: marzo de 2015. Formato: 21 x 16 cm. Páginas: 252
El libro acaba de salir de imprenta
y estará en librerías en los próximos días.
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PRÓLOGO
Los ensayos de Juan Manuel Roca
Un ensayo pretende constituirse en una conversación
con el lector. Jaime
Alberto Vélez
Yo mismo soy la materia de mi libro. Michel de
Montaigne
Por Luis Germán
Sierra J.
Entre los
ensayos escritos por Juan Manuel Roca y su poesía (o mejor será decir y sus
poemas) no hay gran distancia, dado que lo que podríamos llamar una diferencia
entre ambos no son más que, al contrario, vasos comunicantes, ideas
emparentadas por sus lealtades y sus convicciones (la libertad, la creación, los
amigos, las influencias), el hallazgo verbal y la sagaz imaginación ante las
formas y la estética, el humor burlón e inteligente de quien sabe que no hay
mejor antídoto contra las plagas terribles de la solemnidad y la huera
trascendencia, y unos inquilinos —casi
siempre los artistas— que comparten la sangre de auténticos y perdurables
creadores, filias indescartables a la hora de definir las fobias.
En estos
diecinueve ensayos reunidos bajo el título de El beso de la Gioconda (el lector verá que ese título hace parte de
un verso de Marx Ernst, es decir, es uno de los tantos guiños que contiene este
libro), casi en cada línea se percibe el tono de los poemas mismos del autor de
Luna de ciegos o de Los cinco entierros de Pessoa. Pero ello
no obedece, sin embargo, a una premeditada intención, sino, más bien, a la
renuncia, esa sí deliberada, del poeta a entonar una palabra académica o docta,
a revestir de seriedad sus ideas para hacerlas aparecer creíbles, como hacen
tantos aburridos ensayistas que olvidan (nunca lo aprendieron, tal vez) que el
ensayo es ante todo riesgo, no solo en lo que se dice, sino también (y quizás
sobre todo) en la forma como se dice. Es justamente en la palabra arriesgada,
juguetona, creativa y precisa donde es posible mensurar el nivel de
credibilidad de un ensayo. En escritores como Roca se prueba que Michel de Montaigne
(padre aclamado del ensayo) no escribió en vano, en el pórtico de sus también
aclamados Essais (Ensayos), aquello
de: “Quiero que en él (su libro) me vean con mis maneras sencillas, naturales y
ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues píntome a mí mismo […]”. (1)
La palabra
reflexiva del poeta Juan Manuel Roca está “pintada” de su propia poesía, no la
disimula ni la disfraza, sino que la deja fluir tal y como siente los mundos
que describe. Así como en el poema no quiere aleccionar ni mejorar nada (es la
manera que tiene el verbo de los poetas auténticos), en el ensayo asume el
riesgo de su pensamiento, pero no lo envara, no se enfunda en una palabra
extraña, sino que lo llena de sus “maneras sencillas, naturales y ordinarias,
sin disimulo ni artificio”.
El beso de la Gioconda es un libro de
homenajes, un libro de íntimos acercamientos, pero no es un libro de fáciles
alabanzas. Roca es un lector voraz y en sus ensayos lleva al lector, a su vez,
por sus múltiples lecturas, no sólo de los poetas (sobre todo nos enseña sus
poetas), sino también de los pintores que ama. Su palabra a menudo está guiada
por su mirada, por la observación escrutadora del trazo y la paleta de sus
pintores. Y entre unos y otros, entre los comentarios que resaltan las dotes
potentes de un creador determinado, viene la crítica demoledora, el apunte
mordaz que desmonta una tradición o una fama artificial (“Pero todo lo
anterior, si queremos ser justos y equilibrados, no sólo sucedía con la lírica,
como puede descubrirse sin tener la más mínima formación detectivesca. Mario
Benedetti es a la poesía lo que Oswaldo Guayasamín a la pintura, lo que Silvio
Rodríguez a la música, lo que Eduardo Galeano a la historia, es decir, lo que
Julio Iglesias a la filosofía […]”. Lo dice en otro libro de ensayos, en Cartógrafa memoria). La abundancia de
referencias que se encuentra en sus textos ensayísticos no es, ni de lejos, la
exhibición enciclopédica de quien, impunemente, suelta de forma mecánica y
exhibicionista el resumen de sus lecturas y sus observaciones. Estamos ante un
lector no solo apasionado por el texto (ya dijimos que su lectura abarcaba también
la obra plástica —y aun la arquitectónica: aquí está Rogelio Salmona—) a la
manera de quien disfruta como un niño, sino también ante un lector-detective
que va tras las huellas que van dejando las palabras y las imágenes: “Vale la
pena preguntarse si la teoría de De Chirico sobre la pintura metafísica no
involucra, tras la lectura de sus poemas, una misma tesis sobre el arte poético
[…]”, dice un poco al cierre de su ensayo “El beso de Gioconda”.
Si hubiera que
resaltar uno solo de los ensayos de este libro, no dudaría en hacerlo con el texto
dedicado a Antonio Samudio. Porque no es sólo acerca de la obra del pintor,
sino también de la vida de ese ser humano sobre el cual el escritor manifiesta
un cariño alto, sobre el que escudriña en su condición íntima y la asimila a
sus atmósferas plásticas, a sus colores “neblinosos” (“El suyo es el color de
quien unta su pincel en la niebla”), a la parca y morosa condición de quien no
quiere en absoluto el énfasis ni los estruendosos reconocimientos. En un ensayo
como “Antonio Samudio para armar” (guiño a Cortázar), cada palabra y cada línea
es un amor entrañable vuelto mirada, pura observación al interior de un hombre,
de una amigo, de un artista. Y nos habla de sus personajes y de su dibujo y de
sus colores y de sus grabados y de sus libros… de toda su obra (“Toda su obra,
sus grabados, sus dibujos, sus óleos, los pocos relieves en bronce que se le
conocen, y ahora estos cuadros no expuestos basados en una suerte de ʻcut upʼ gráfico,
pertenecen, qué duda cabe, a la misma
impronta que hace recordar una frase del contestatario Jean Arp: ʻDonde el arte entra, la melancolía se aleja,
arrastrando con ella valijas de negros suspirosʼ”. Si no la conoce, el lector saldrá de la lectura de
este capítulo a buscar la obra de Samudio y encontrará cuán acertado es el
comentario del autor, cómo fue de lejos en el buceo que hizo de ese pintor y de
ese ser humano. En general, un libro como el de estos ensayos, por su largo
viaje a nombres de autores y de obras, y por la conexión crítica que establece
con el mundo de la cultura y la creación, es una rica colección consultable de
arte y literatura.
En los textos
de El beso de la Gioconda y otros ensayos,
así como en los de sus otros dos libros de ensayos: Museo de encuentros (1995) y Cartógrafa
memoria (2003) es posible ver las otras caras del poeta. Su irrenunciable
amor por las artes plásticas y el gusto por hablar de sus escritores más
entrañables. De esa manera Juan Manuel Roca evidencia su bien disimulada
condición didáctica (él deplora enseñar y aquí tampoco lo hace, pero es
inevitable asumirlo como un maestro dueño de una palabra sabia y convincente),
el placer que siente al mostrarnos el arsenal de sus lecturas y de sus
versiones poéticas de la realidad, ahora en torno a otros: sus iguales, sus
alter ego, sus compañías de cabecera. Es decir, muy seguramente quienes han
hecho posible, en parte, que nosotros, sus lectores, contemos con una de las
voces más altas y más apreciadas de la poesía de nuestro país.
(1)
Michel de
Montaigne. Ensayos I. Ediciones Altaya,
S.A., Barcelona, 1994.
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ALGUNOS DE LOS ENSAYOS EN
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2013_07_19_archive.html
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ALGUNOS DE LOS ENSAYOS EN
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2013_07_19_archive.html
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Aurelio Arturo, las sílabas lentas
http://www.elespectador.com/noticias/cultura/aurelio-arturo-silabas-lentas-articulo-530112-----
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