domingo, 25 de diciembre de 2016

Cuentos exactos. Julio César Londoño. Primera edición: diciembre 2016. Diseño e impresión: El Bando Creativo. Cali, Valle, Colombia

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Publica y difunde: NTC …Nos Topamos Con 
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DIÁLOGO SOBRE UN GÉNERO LITERARIO MARGINADOEl cuento clásico, según Julio César Londoño
Entrevista

Por NELSON FREDY PADILLA
El escritor vallecaucano, ganador de concursos nacionales e internacionales como 
el Juan Rulfo y el Alejo Carpentier, publicó “Cuentos exactos”
antología de 17 años de relatos editada por El Bando Creativo.

El Espectador, Impreso, Abr 19, 2017 (en las imágenes las dos páginas) 

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Escaneó: NTC ... 
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VERSIÓN en .com
EL ESPECTADOR, Cultura, 18 Abr 2017 - 10:10 PM .com
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Cuentos exactos
Julio César Londoño
Primera edición: diciembre 2016
Diseño e impresión: El Bando Creativo
Cali, Valle, Colombia


234 páginas. 16.5 x 24.3 x 1.5 cms
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PRÓLOGO
Por Julio César Londoño
El cuento y la literatura son criaturas muy jóvenes. Datan apenas del Siglo XIX. Me refiero al cuento como género autónomo, no como parte de un relato de larga extensión, y a la literatura en cuanto campo sociológico: círculos literarios, críticos, escritores con estatus profesional, industria editorial, grandes tirajes.
Claro que ya estaban escritos los cuentos de Las mil y una noches y los del Decamerón, y que la historia sagrada y las mitologías son verdaderas antologías del género. El cuento debió tener su origen en las primeras noches del mundo, cuando los animales erguidos se reunían en torno al fuego, bajo la bóveda constelada de soles helados, para dorar perniles y conversar.
Pero los manuales fechan el nacimiento del cuento hacia 1830, cuando Balzac y Merimée en Francia, y Hawthorne y Poe en Estados Unidos concibieron el cuento como una pieza autónoma.
Yo crecí bajo la dictadura de la poética de Poe, el borracho que ordenó que el cuento debía ser una máquina de fascinar que operaba con una mezcla de ingenio y tensión en partes exactas. Y como las historias ingeniosas no toleran finales ‘abiertos’ ni muy tranquilos, me aficioné a la lectura de cuentos con desenlaces sorpresivos y ‘cerrados’ (se llama ‘cerrado’ el final concreto. Definido. Si la cosa no queda muy clara, como en Kafka o Chejov, estamos ante un final ‘abierto’).
Solo muchos años después, mis estudiantes de literatura me enseñaron a leer de otra manera y me mostraron el valor de los cuentos que no ponen el énfasis en el ingenio sino en la fuerza dramática de situaciones sencillas y cotidianas, como sucede con Raymond Carver o Abelardo Castillo, y comprendí que el mundo del cuento era mucho más amplio y poderoso de lo que yo pensaba. Pero era tarde. Ya había escrito casi todos mis cuentos bajo la poética de Poe.
Con esta ‘plantilla’ escribí historias que juegan con las dos direcciones del pensamiento -la memoria y el presagio-, el Éxodo visto desde la margen egipcia, la vida interior de los niños, el proceso por brujería contra la madre del astrónomo Johannes Kepler, el ajedrez y la psicología de las máquinas, las tribulaciones teológicas de la Divinidad, la búsqueda de la fórmula del azar, la inadvertida logia de los bellos y el secreto último de la seducción. Publiqué esta colección el último año del siglo pasado bajo el título de Los geógrafos.
Luego compuse cuentos ‘abiertos’ y reescribí historias de Borges, Arreola, Villiers de L’Isle-Adam, Lion Miller, Don Juan Manuel, Óscar Collazos… quizá con la vana pretensión de alterar lo inalterable, o para soñar que eran mías. Todo este conjunto, los cuentos viejos y los nuevos, los abiertos y los cerrados, los míos y los ajenos, serán publicados en un solo volumen en noviembre bajo el auspicio del Programa de Estímulos de la Secretaría de Cultura de Cali, con el título de Cuentos exactos. Confío en que su lectura arranque al lector siquiera una sonrisa, “esa línea curva que lo endereza todo”, incluso un mal cuento.
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En la Librería Nacional


Cuentos exactos
Por Julio César Londoño

EL Espectador .com 23 DIC 2016 - 9:00 PM. Impreso 24 DIC
Docto lector, no vengo a venderle nada, palabra de culebrero, solo quiero decirle que la palabra escritor engloba gremios muy disímiles: novelistas, cuentistas, ensayistas, poetas y dramaturgos.
El novelista es el rico del barrio. Duerme tranquilo sobre las mullidas regalías que recibe por su trabajo: subir y subir, hasta abarcar la panorámica de una época, o hacer un zoom hasta las últimas simas del alma humana. Como buen hijo, ha regresado al seno materno, la épica, que ahora se llama novela histórica.
El cuentista abomina de la novela, esa apoteosis del ripio. Sabe que el “alma humana” es una entelequia, un engendro reciente, que en el principio fue la fábula, mucho antes que la épica, y confía en que volveremos a ella, “como vuelven las cifras de una fracción periódica” (como nadie ignora).
Al poeta lo aburren los cuentos y las novelas, parte su bostezo en hemistiquios, sabe que el cuento es ripio cernido pero ripio al fin, consagra los días y las horas a cifrarlo todo en pocas y disparejas líneas, y solo respeta una poética: jamás llama pan al pan ni vino al vino, vulgaridades que deja al prosista.
El ensayista abomina de la ficción. Sospecha que la música es una manera elegante de no pensar. Lo suyo es el lenguaje del pensamiento duro y puro. Por desgracia, lo sabe todo pero muy tarde, como el patólogo.
El crítico lee mejor que nadie y escribe bien, o al menos correctamente, pero lo persigue la maldición de Saint Beuve: “Nunca se le erigirá un monumento a un crítico”. Ni siquiera a Steiner.
Aunque no lo invitan ni a las ferias, el dramaturgo se alza de hombros y repite estoico: “Que una lámpara se encienda. Aunque nadie la vea, Dios la verá”.
Sé de qué hablo, docto lector, porque, a pesar de mis fracasos en todos los géneros, agradezco al destino ser esa cosa exótica, pedante y casi feliz, un hombre de letras. Para demostrarlo, estoy presentando “Cuentos exactos” *, una compilación de historias que juegan con las dos direcciones del pensamiento, la memoria y el cálculo. Aquí están el Éxodo visto desde la margen egipcia, las tribulaciones teológicas de la Divinidad, el proceso por brujería contra la madre del astrónomo Johannes Kepler, el ajedrez y la psicología de las máquinas, la vida interior de los niños, la búsqueda de la fórmula del azar, la logia de los bellos (inadvertida y vistosa a la vez) y el secreto último de la seducción.
Son historias de final cerrado porque son problemáticas, un tipo de trama que exige soluciones lógicas y definidas. Los finales abiertos les van bien a otro tipo de historias, las que concentran el interés en una situación dramática, no en un vórtice ingenioso. No me atrevo con ellas. Son muy difíciles. Hay que escribir muy bien. Como Chejov, Kafka, Carver o Abelardo Castillo.
Procuré mantener tenso el hilo narrativo porque sin tensión la cosa se vuelve flácida, conyugal, aeróbica, como un bodegón o un pasaje de diario, de carta o cuadro de costumbres. El protagonista del cuento es el argumento, y el resorte del argumento es la tensión. Lo demás es filatelia.
Incluí también versiones mías de cuentos ajenos. Arreola. Villiers de L’Isle-Adam. Lion Miller. Don Juan Manuel. Stevenson. Philip K. Dick. Fredric Brown. G. A. Bürger. García Márquez. Óscar Collazos. Las hice por la antigua manía de urdir variaciones, o con la vana pretensión de alterar lo inalterable, o quizá para soñar por un momento que eran mías esas ficciones ilustres.
No repetiré aquí las generosas opiniones de los amigos que leyeron el manuscrito del libro (hasta los vendedores tenemos pudor), pero no me resisto a repetir lo que le dijo Lisandro Duque a su mujer: “Si tienes que madrugar mañana, no lo abras esta noche”.
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Sobre el libro y el autor, en NTC ... 

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Julio Cesar Londoño, 

escritor, crítico literario, columnista de El País y El Espectador; 
conversa un poco sobre su cuento Pesadilla en el Hipotálamo *, algo de sus columnas - la Paz, ...- 
y de su libro Cuentos Exactos **.

Cultura y Poesía Viva, Canal 2,   20 oct. 2016



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Cuentos exactos, de Julio César Londoño. 
Por Darío Jaramillo Agudelo 
Apuntes, d.j.a., LUNA LIBROS
Gozar Leyendo # 75: Londoño y Báez
Febrero-2018, segunda quincena

La prosa de Londoño es una de las mejores que conozco. Inteligente. Preciso, agudo, es un verdadero maestro en el uso de la enumeración. No produce carcajadas pero, a cambio –y mejor–, su deliciosa forma de contar fija en el interior una sonrisa mental que sólo aparece provocada por el más refinado sentido del humor.
Londoño, además, es un excelente ensayista, como se comprueba con ¿Por qué las moscas no van a cine?, un conjunto de ensayos, algunos de divulgación científica, claros, brillantes y espléndidamente escritos: uno de los atractivos de leer a Londoño es su familiaridad con la ciencia y la fluidez con que es capaz de volverla poesía.
Imágenes integradas 1
Cuentos exactos es uno de los mejores libros de narraciones breves que se han escrito en Colombia. Textos como “Sacrificio de dama”donde se combinan el gusto por el ajedrez y las posibilidades de la inteligencia artificial; o como “Los geógrafos”, relativo a los avatares de un tal Cristóbal Colón, tratando de convencer con sus teorías a los sabios salmantinos de su tiempo; estos textos son una muestra de muchas cosas, principalmente del arte de ser entretenido con inteligencia, de ser juguetón sin ser farandulero, de ser buen escritor sin exhibir las excelsas virtudes de su escritura.
El título se lo disputan varios escritores, ninguno de los cuales lo recibiría como una distinción. Me temo que los tres lo tomarían como una molestia: el verdadero secreto mejor guardado de la narrativa colombiana es Julio César Londoño; o es Eduardo Peláez; o es Rafael Baena. El único que no chistaría si le adjudicaran ese título es Baena. Y no chistaría porque los muertos son más mudos que Baena cuando estaba vivo. No importa; aquí lo importante es que, sin figurar en las listicas de siempre, los tres son autores que van más allá de la moda, tres autores que vale la pena leer.
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sábado, 24 de diciembre de 2016

Cuentos exactos. Por Julio César Londoño. ​EL Espectador .com 23 DIC 2016 - 9:00 PM. Impreso 24 DIC

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Cuentos exactos
Por Julio César Londoño

EL Espectador .com 23 DIC 2016 - 9:00 PM. Impreso 24 DIC
Docto lector, no vengo a venderle nada, palabra de culebrero, solo quiero decirle que la palabra escritor engloba gremios muy disímiles: novelistas, cuentistas, ensayistas, poetas y dramaturgos.
El novelista es el rico del barrio. Duerme tranquilo sobre las mullidas regalías que recibe por su trabajo: subir y subir, hasta abarcar la panorámica de una época, o hacer un zoom hasta las últimas simas del alma humana. Como buen hijo, ha regresado al seno materno, la épica, que ahora se llama novela histórica.
El cuentista abomina de la novela, esa apoteosis del ripio. Sabe que el “alma humana” es una entelequia, un engendro reciente, que en el principio fue la fábula, mucho antes que la épica, y confía en que volveremos a ella, “como vuelven las cifras de una fracción periódica” (como nadie ignora).
Al poeta lo aburren los cuentos y las novelas, parte su bostezo en hemistiquios, sabe que el cuento es ripio cernido pero ripio al fin, consagra los días y las horas a cifrarlo todo en pocas y disparejas líneas, y solo respeta una poética: jamás llama pan al pan ni vino al vino, vulgaridades que deja al prosista.
El ensayista abomina de la ficción. Sospecha que la música es una manera elegante de no pensar. Lo suyo es el lenguaje del pensamiento duro y puro. Por desgracia, lo sabe todo pero muy tarde, como el patólogo.
El crítico lee mejor que nadie y escribe bien, o al menos correctamente, pero lo persigue la maldición de Saint Beuve: “Nunca se le erigirá un monumento a un crítico”. Ni siquiera a Steiner.
Aunque no lo invitan ni a las ferias, el dramaturgo se alza de hombros y repite estoico: “Que una lámpara se encienda. Aunque nadie la vea, Dios la verá”.
Sé de qué hablo, docto lector, porque, a pesar de mis fracasos en todos los géneros, agradezco al destino ser esa cosa exótica, pedante y casi feliz, un hombre de letras. Para demostrarlo, estoy presentando “Cuentos exactos” *, una compilación de historias que juegan con las dos direcciones del pensamiento, la memoria y el cálculo. Aquí están el Éxodo visto desde la margen egipcia, las tribulaciones teológicas de la Divinidad, el proceso por brujería contra la madre del astrónomo Johannes Kepler, el ajedrez y la psicología de las máquinas, la vida interior de los niños, la búsqueda de la fórmula del azar, la logia de los bellos (inadvertida y vistosa a la vez) y el secreto último de la seducción.
Son historias de final cerrado porque son problemáticas, un tipo de trama que exige soluciones lógicas y definidas. Los finales abiertos les van bien a otro tipo de historias, las que concentran el interés en una situación dramática, no en un vórtice ingenioso. No me atrevo con ellas. Son muy difíciles. Hay que escribir muy bien. Como Chejov, Kafka, Carver o Abelardo Castillo.
Procuré mantener tenso el hilo narrativo porque sin tensión la cosa se vuelve flácida, conyugal, aeróbica, como un bodegón o un pasaje de diario, de carta o cuadro de costumbres. El protagonista del cuento es el argumento, y el resorte del argumento es la tensión. Lo demás es filatelia.
Incluí también versiones mías de cuentos ajenos. Arreola. Villiers de L’Isle-Adam. Lion Miller. Don Juan Manuel. Stevenson. Philip K. Dick. Fredric Brown. G. A. Bürger. García Márquez. Óscar Collazos. Las hice por la antigua manía de urdir variaciones, o con la vana pretensión de alterar lo inalterable, o quizá para soñar por un momento que eran mías esas ficciones ilustres.
No repetiré aquí las generosas opiniones de los amigos que leyeron el manuscrito del libro (hasta los vendedores tenemos pudor), pero no me resisto a repetir lo que le dijo Lisandro Duque a su mujer: “Si tienes que madrugar mañana, no lo abras esta noche”.
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