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El bar del muerto
Harold Kremer
Novela
Primera edición: Enero 2024 Páginas 200
Seix Barral. Biblioteca Breve
El libro en la web de la editorial
https://www.planetadelibros.com.co/libro-el-bar-del-muerto/384202
Allí: detalles y opciones para adquirir el libro en librerías y por internet
Una novela polifónica de víctimas
y victimarios.
Con una prosa directa y libre de sentimentalismos, Harold Kremer nos permite
ver las circunstancias en la vida de Ferney, un cortero de caña enamorado; de
Camilo, un médico que está más allá de la redención; de Alonso, un sombrío y
despiadado asesino; de Carolina, una heredera arruinada, y de Ernesto Marín, el
dueño de un bar al que todos recurren en busca de alivio y olvido.
Esta novela está ambientada en Buga, Valle del Cauca, durante los años
cincuenta del siglo xx. La historia, entretejida a partir de cinco personajes,
recuerda parte de los hechos y las consecuencias de la masacre de Ceilán, un
pueblo arrasado por una horda de conservadores en venganza por los alzamientos
de quienes quisieron vengar el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
El lector que se adentre en estas páginas encontrará el retrato descarnado de
una porción de la sociedad colombiana que se alimenta del delirio, la ambición
desmedida, la rabia y el dolor, y cuyas motivaciones, íntimas en apariencia, se
mueven al ritmo de los hilos de un destino que está más allá de su comprensión.
Harold Kremer
Guadalajara de Buga (Valle del Cauca, Colombia). Sus cuentos aparecen en varias antologías del género editadas en Colombia, Estados Unidos, Francia, España, Argentina, México y Alemania.
Entre sus libros de cuentos se destacan Rumor de mar, El enano más fuerte del mundo, El combate, El prisionero de papá, La cajita cuadrada y Patíbulo, (2015).
En el 2014, la Universidad de Antioquia publicó su novela El color de la cera en su rostro. Cuentos de Harold Kremer fue publicado por la Universidad Eafit, Medellín, 2016. Editorial Panamericana (Bogotá, abril de 2019) publicó su texto infantil titulado La casa mágica. Editorial Panamericana publicó en el 2021 su libro de cuentos Doce mujeres, doce pequeñas muertes.
Este es su segundo libro con SeixBarral, tras El cartógrafo del infierno.
Tomado de: https://www.planetadelibros.com.co/autor/harold-kremer/000055769
Apartes del primer capítulo de la novela El bar del muerto, de Harold Kremer
En la casa había un bar. Es una casa vieja de
paredes gruesas, con la pintura descascarada, las puertas y ventanas
desvencijadas y el alero exterior del techo —apenas un esqueleto de guaduas— amenazando con caer en cualquier
momento. Si se mira por los huecos de las puertas o ventanas se ve un arrume de
madera podrida y quemada, y si se mira hacia arriba se ve el cielo azul, o
gris, dependiendo del clima, porque no tiene techo.
La casa queda en una esquina y el frente da
al parque Cabal. Aunque no se sabe el año en que fue levantada, pertenece a ese
conjunto de casas que se construyeron alrededor del parque y que fueron un
orgullo en su época para toda la ciudad. La ciudad era entonces apenas cuatro
cuadras. Eso era todo. En esas cuatro cuadras quedaba la galería, unos pocos
comercios de abarrotes, la alcaldía, la cárcel, la escuela, una o dos
barberías, un servicio de establos para caballos, una casa de hospedaje y el
matadero municipal que quedaba en las afueras, una cuadra más allá de la
escuela. Pero la ciudad fue creciendo y lo que antes eran casas señoriales, se
convirtieron en casas de comercio de café o algodón y, luego, cuando la ciudad
creció aún más, y llegaron los coches, y los ricos empezaron a hacer sus casas
en las afueras, y el comercio se desplazó fuera del parque, alrededor de una
nueva galería, se volvieron casas de inquilinato y, aún después, cuando ni
siquiera valían la pena para arrendarlas por cuartos, porque estaban tan
derruidas y los suelos de madera del piso superior carcomidos por el gorgojo y
los techos con goterones sin solución, a alguien se le ocurría arrendarlas por
unos pocos pesos, arreglar de su propio bolsillo alguno de los cuartos y abrir
un negocio.
A Ernesto Marín, que ya no podía beber
una sola copa de licor por la amenaza de un nuevo infarto, se le ocurrió la
feliz idea de colocar un bar.
—Pero no un bar cualquiera —dijo al encargado
de la casa—. Se abre solo en el día, de siete de la mañana a nueve o diez de la
noche. Nada de escándalos, ni música estridente. Todo con mucha discreción.
El hombre lo miró, calculó el precio que
podía cobrar y dijo que sí. La casa llevaba cuatro años cerrada, abandonada,
cercada por la mugre y la amenaza de caerse. Ernesto contrató tres obreros, y
una mujer sordomuda para la limpieza. En la planta baja quitaron las baldosas
que los indigentes aún no se habían robado y colocaron un piso de tablas
cepilladas pintadas de color ladrillo y miel. Levantaron vigas con madera
desnuda para sostener el piso de la segunda planta y adaptaron uno de los
cuartos del fondo para tener una habitación. Contrató a los Rosero para que le
hicieran una barra en madera bien lijada, con una capa de barniz, cuatro
butacas y cinco mesas con cuatro asientos cada una. Compró un espejo grande que
colocó atrás de la barra, cien copas sencillas, cien copas dobles, cincuenta
vasos de cristal, veinte ceniceros y un refrigerador que sacó a plazos. Con el
tiempo llamó a los obreros para que adaptaran otra de las piezas como un
reservado y compró más mesas, sillas, copas y un refrigerador más grande. Allí
solo atendía a los magistrados, jueces, empleados de los juzgados y del
Tribunal, y a personalidades o autoridades, como policías o empleados de la
alcaldía.
En el lugar siempre había tres o cuatro mesas
ocupadas, excepto al mediodía. A las seis de la tarde empezaba a llenarse hasta
el punto que algunos clientes bebían sentados en cajas de cerveza o de pie
junto al mostrador.
El bar no tenía nombre ni un letrero que
dijera bar. Cuando se le preguntaba a Ernesto sobre este asunto respondía que
no lo necesitaba, aunque algunos decían que la verdad era que le evitaba pagar
impuestos. Pero como todo en la vida necesita de un nombre, cuando se referían
a él lo llamaban El bar del muerto.
Y todo porque un hombre, que nadie conocía, murió
después de beber tres medias de aguardiente. Durante horas creyeron que dormía,
pero cuando Ernesto lo tocó para cobrar la cuenta, el hombre cayó al suelo y
nadie pudo despertarlo. Lo dejaron allí tirado, creyéndolo borracho. Durante la
tarde los clientes pasaron por encima de él y algunos intentaron sentarlo,
otros reanimarlo abriéndole la boca para empujarle una copa de aguardiente y
otros mojarle el rostro para que despertara.
Aún seguían insistiendo hasta el momento en
que llegó el doctor Camilo Soto por sus copas de siempre. Y con solo mirarlo
desde la mesa dijo que estaba muerto. Dos prostitutas que se tomaban las
primeras copas y oyeron al doctor, le aligeraron los bolsillos al muerto y lo
sentaron en la mesa junto a la que siempre ocupaba el médico. Tres horas
después, cuando ya tenía dos medias entre pecho y espalda, el doctor Camilo se
quedó mirándolo y repitió su sentencia. El rumor se propagó como un eco a
través de las mesas y la barra. Todos en el bar se quedaron callados. Ernesto,
que no lo había oído la primera vez, salió detrás de la barra.
—¿Qué dijo, doctor? —preguntó sirviéndole una copa.
x.x.x.x.x
Apartes de Fragmentos complementarios de la novela El bar del muerto, de Harold Kremer
Poema
manuscrito encontrado por Ernesto en una de las mesas de El bar del muerto:
Sinfonía
de un girasol en una noche sin luna
Cuando escuches las voces alegres
que pasan bajo tu ventana
la música que te recuerda
la apuesta del amor,
las noches ebrias,
las locas ambiciones,
no creas que es un sueño
que retornaste a otra época
y todo volvió a ese instante
de risas y promesas.
Sabes que todo acabó
la vida ya no te regala quimeras
ni amores ni riqueza.
Ese del espejo eres tú
vacío de palabras
vacío de ilusiones.
La música pasa bajo tu ventana
y luego te abandona.
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NTC ... 5 de marzo de 2022
NTC ... 20 de agosto de 2019
NTC ... 14 de mayo de 2019
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