Gracias al aporte y autorización del autor,
Contratiempo
Versión para NTC …
Memorias de un h.p.
Jotamario Arbeláez
1
Sentí por Fernando Vallejo, a
través de la vida que ya va para larga, una admiración solidaria por su trabajo
de escritor y demoledor a su modo,
desde su inicial
serie autobiográfica El río del tiempo,
que inicia con el precioso Los días
azules,
y la gramática del
lenguaje literario Logoi, con la que demostró
que se las sabía todas y las que no sabía no existían.
Luego la agarraría
contra la iglesia del inexistente Cristo y sus sucesores, contra el farsante
de Darwin, contra los gobernantes
corruptos y corruptores y hasta contra el nido de la perra mientras no sea la
de Bruja.
Su actitud se ha
emparentado y confundido con la del nadaísmo, como herederos comunes del
maestro Fernando González.
Eduardo Escobar, quien en
tanta estima lo tiene, o tenia, hasta que apostrofó a Álvaro Uribe tildándolo
de “culibajito”, declaró en la revista Semana de septiembre 1 de 2008:
“El más radical de los escritores colombianos de hoy
es Fernando Vallejo, que es una especie de filonadaísta. En el estilo y la
actitud es una mezcla de Vargas Vila y Fernando González. Sin la espiritualidad
de Fernando González ni el éxito económico de Vargas Vila. Fernando es un
cómico. Que todos leemos sin tomarlo en serio, como debe hacerse con todos los
cómicos. Pura diatriba. Un Aristófanes de los antioqueños”.
Su último libro me lo hizo
llegar entre risitas el otro enemigo que conservo en vinagre diciendo que en
dos o tres párrafos me elogiaba.
Cosa que me creí,
pues en los últimos años yo también he sido con él particularmente elogioso.
Se llama Memorias de un hijueputa, donde pretende
volverme chicuca, pues en él se desfoga contra todo lo que odia o cree que le hizo mal. Que somos todos los
colombianos a quienes extiende el epíteto.
Aunque no suelo
leer autobiografías me la leí acompañado de un pañuelo de compasiones,
pues nunca creí que
la literatura pudiera alcanzar un punto tan bajo, ni siquiera disculpable con
la demencia senil.
Pero, ¿qué polémica adscrita
al arte de injuriar puede sostenerse con un rival que de entrada se autotitula
hijueputa? Queda uno con un palmo de narices.
Un escritor que no respeta
ni a su mamá, qué diablos va a respetar en la perra vida, aparte de los perros
con quienes comparte sus premios de literatura.
Como el Rómulo
Gallegos de novela, de Venezuela. Que ganaron antes que él los colombianos
Manuel Mejía Vallejo y García Márquez, y William Ospina después de él.
Nuestro cotarro
intelectual se ufanaba de que fuera por 4.
En un momento dado
el premio de novela de la misma Fundación fue intercalado con el premio de
poesía Valera Mora, que gané en 2008.
A lo cual haciendo
la V de la victoria publiqué mi columna “Va por 5” (ahora va por 6 con Pablo
Montoya),
haciéndome acreedor
a sus burlas repetidas tildándome -además igualado-, de vejete. Pero si bien le
llevo dos años,
me da pena verlo
caminar como un sonámbulo tanteando el aire y arrastrando los pies, mientras yo
continúo vivito y coleando como en los tiempos mejores.
“¿Ven por qué ando metido en memorias?”, dice en la pag, 29.
“Porque tengo mucho que contar y por
azuzar la envidia de mis enemigos o “detractores”, como les dicen ahora,
entre los que sobresalen por su empeño dos opinadores
de periódico que gratuitamente, urbi et orbi, motu proprio, echan a volar mi nombre con repique de
campanas:
un huerfanito sexagenario de
apellido Faciolince y barba blanca de abad;
y el último nadaísta de
Colombia, un hippie viejo de Cali al que en la pila bautismal su madre le puso
“Jota”, sin saber que en México significa “marica”.
Pero no, él no es. No se le
arrima ni hombre, ni mujer, ni perro, ni quimera. Huele a fuga de gas”.
Al respecto, se
supo que en la antepasada feria del libro se despachó públicamente contra esos
dos detractorcitos como hijueputicas. Y añade que de esa forma “nos eterniza”.
Pobre diablo.
Otro detalle es que cada vez
que un hetero se enfrenta con un homo,
la peor ofensa que
este suele hacerle al otro es acusarlo de ser más marica que él. Verdaderamente
así es muy difícil.
2
Este reciente libro de Fernando Vallejo, del que muy pocos se atreven a
decir su nombre, es la porquería que no tapó el gato, porque no trabaja en
Alfaguara.
Y no lo digo para
defenderme de sus dicterios, que terminan siendo de lo más graciosos; me lo han
dicho hasta sus esbirros.
Uno que lo conoce, puede
presuponer que pretendió superarse a sí mismo en reversa y borrar, con el
último, el acumulado de exitosos libros anteriores.
Es algo coherente con su
carácter. Ya había acabado con todo y con todos y decidió acabar consigo mismo,
a partir de su fama de escritor descocado, pero al fin y al cabo escritor.
Desde que escogió el
título de su libro supo que iba a tener lectores de sobra en un país
estigmatizado por parejo por su pluma madraceadora.
En amplios escenarios, como en las ferias, hace reír a la gente, que se
ríe no de lo que dice sino que se ríe de él, de su cantaleta estrambótica. Como
un Lenny Bruce cascarero.
Así se logra envanecer del ridículo.
Que un hombre que se estrenó con Logoi
se despida con semejante logorrea da grima.
Como encontrar en mitad
de la página 75 que no sabe diminutivizar, y escribe “piesecitos”.
Y que al referirse a
Vargas Vila, su mentor, diga que “es un marica vergonzante, pese a lo cual sólo
trata en sus libros de sexo con mujer”.
No cuestiono la sapeada
al maestro, sino la redacción de la frase. En vez de “pese a lo cual”, debería
ser “por lo cual”,
ya que sería la
vergüenza la que le impediría explayarse, como Vallejo, en sus apareamientos
con jotos, como llaman en México a los sarasas.
A mí no sólo me gradúa de marica, sino que en la furia homicida del
personaje dictatorial que es su alter ego, me hace morir de una enfermedad
propia de su trasegar.
Después de despacharse contra Gabo por
su amistad con Fidel, en una monserga a
lo Fernanda Cabal, remata en diálogo con su edecán:
“Ahora bien,
como todo tiene alguna compensación en la
vida,
Gabito a su vez tuvo un áulico, el fracasado escritor
y
lambeculos nadaísta de Cali Jota Mario, que en paz
descanse. –Cómo,
también lo mandó fusilar? –Yo no. Fue
un Staphilococcus sarcofagicus que se le comió
el culo y
lo
expeditó a la fosa. Murió el pobre Jota (que en México
quiere
decir marica) de fascitis necrosante. –Y quién le
contagió el
Staphilococcus? – Un cacorro caleño.”
Páginas más adelante precisa: “Tengo
problemas en las áreas de la corteza del cerebro donde se almacenan fechas y
nombres y caras de gente. Los unos se me confunden con los otros o con cosas…
Confundo a un nadaísta de Cali con un inodoro”.
Pues razón si tiene,
porque lo que soy yo disfruto de una salud a prueba de balas y no me arredro de
caer en las líneas del zar de la cuchufleta.
No me siente fracasado
en nada, con mis poemas he ganado todos los premios, en México y España me han
concedido el reconocimiento a toda la vida y a toda la obra,
y así mis libros no sean
éxitos comerciales me han permitido
voltear el mundo hasta la India y la China.
Y de maricón pocón pocón.
Con el inodoro que me confunde es con su hermano Darío, quien terminó muriendo
de sida,
tal como lo relata en
forma deslumbrante en El desbarrancadero,
uno de los libros más hermosos y dolorosos que se haya escrito,
que trata del amor y
complicidades de dos hermanos perversos,
obra que debería leer
todo el mundo en vez de perder su tiempo con el presente bodrio.
En aquellos tiempos machistas el que acusaba a otro de marica sin serlo
se sometía a que lo ensartaron pero a cuchillo;
en estas épocas del
orgullo gay se debe considerar un elogio. ¡Farifafá!
Se me hace admirable su
sinceridad: “Colombia me empezó a conocer
y yo empecé a ser. Después me aceptó como era: un h.p. Y hoy me quiere.”
(Pag. 155).
Me queda el problema de que si hago una observación negativa sobre
Vallejo y sus actos me tilda de “detractor” y
“áulico de Gabo”, y si le hago un elogio me tilda de “lambeculos”. Así
sigue siendo muy difícil el ejercicio del comentario.
3
El meollo del libro Memorias de un
hijueputa (Alfaguara, 2019) es que todo el mundo termina siendo hermano del
memorioso.
Comienza citando a todos
los recientes expresidentes:
“–César Gaviria.
–Presente –contesta el h.p.”
Y así sucesivamente con
Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos.
A ellos añade otros
ejecutados: Timochenko, Iván Márquez, Romaña, Ordóñez.
“Y decapité a los banqueros de Colombia
empezando por un siniestro adorador de la Virgen de apellidos Sarmiento
Angulo.” El dueño del periódico donde nunca pudo meterse.
Lo cual podría ser una
enorme muestra de valentía, por cuanto le pone el pecho a posibles –o
imposibles–
denuncias por calumnia e injuria y amenazas veladas.
O una muestra de
zafiedad, por cuanto se supone que los madreados y sentenciados le han
respondido con sonrisas condescendientes.
Cualquier respuesta
lindaría con el ridículo. Lo que me estaría pasando a mí con estos despachos.
No se juega nada con su
rosario de h.p.tazos. Así qué gracia.
Si alguna de las personas
agredidas acometiera contra él con reclamos legales por lo que escribe con una pretendida valentía
suicida,
estoy seguro de que sus colegas –y yo
con ellos– redactarían un manifiesto para defenderlo.
Porque a un escritor de talla –y que
talla– no se le puede destripar por lo que piensa, así la expresión de sus
pensamientos sea deplorable.
No viene al caso la
comparación, pero cuando a De Gaulle le sugirieron guardar a Sartre porque
estaba muy agresivo e irrespetuoso, sentenció:
“No se aprisiona a
Voltaire.”
Continúa degollándome el otoñal patriarca:
“¿Si saben que el nadaísta de Cali,
mi detractor,
depuso su odio contra mí y me empezó a
zangolotear
gomorresina en incensario? Andará buscando
puesto
el pobrecito… Será mandarlo de agregado
cultural a
Zambia para que se lo coman los negros. Por
detrás
o en carne asada.”
Se necesita ser muy
marica en el mal sentido de la palabra, para desearle al adversario como
doloroso castigo aquello que más le gusta.
No me escandalizo por lo que dice de Jesús, a quien en forma infantil
sindica de pedófilo por aquella frase de “Dejad que los niños vengan a mí”,
sino porque abochorna el
lenguaje y el improperio.
Acudir al “Cristo
hijueputa.”, es dicterio de maleante en apuros, que reitera hacia el Padre en El desbarrancadero: “¡Dios no existe!
¿Qué va a existir ese viejo hijueputa.”
Él mismo dice que
resultó bueno para blasfemar. Pero aún para blasfemar se necesita un mínimo
toque de pundonor.
Otras víctimas, amén del
“pelotudo” de Gabo, son el escritor Abad Faciolince, el nadaísta pacifista
Jotamario Arbeláez y los representante de Cristo en la tierra
Pío Doce por flatulento,
Pablo Sexto, que dizque le birló un muchacho en Milán,
y J. Mario Bergoglio,
que después llamose Francisco, a quien prometió declararle la guerra en las
redes.
En El desbarrancadero, esa
crónica deslumbrante y atroz de la penosa muerte de su hermano y la de su padre
y hasta la suya propia, vuelve añicos a su señora madre.
De ella afirma, de lo
que se infiere la herencia, que “sólo tenía un punto posible de comparación: su
lengua soez que h.p.tiaba a marido, hijos, vecinos, policías, curas, lo que se
le atravesara”.
No me corresponde defender a quien piadosamente llama La Loca,
pues para eso echó al
mundo a otros diez y nueve Vallejos, que no se han atrevido a pararle el macho.
A quien si defiendo es a Héctor Abad, a quien le repite el epíteto ya
usado por otro truhán de “triunfante huerfanito sexagenario”,
en referencia al
precioso y exitoso libro donde relata el vil asesinato sicarial de su padre.
Es algo tan viscoso como
que alguien tildara a Vallejo de “triunfante viudito desconsolado”, aludiendo
al reciente deceso de su pertinaz machucante mexicano.
Si piensa que esta
sarta de borborigmos va a hacer parte del boom de los libros de dictadores, no
está ni tibio. Ni porque lo publique Alfaguara.
Sólo me resta manifestar mi aprecio y
devoción por el Vallejo de ayer. Y presentarle mis disculpas si en algo lo
logre ofender, defendiéndome. Y no más.
La montaña mágica. Villa de Leyva, Julio 2019
Gracias al aporte y autorización del autor,