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y la autorización para publicarlo (enetecearlo)
.
Por
Carmiña Navia Velasco *
Santiago
de Cali, Marzo de 2016
La
escritura de Laura Restrepo está siempre habitada por evocaciones,
connotaciones, intertextualidades. En su nueva obra nos obliga a pasearnos por
el Bosco y el Greco, por Cervantes, Shakespeare y Proust, por los llamados Padres de la Iglesia… porque desde todos
esos lados son iluminados los fantasmas que arrojan luz sobre una escritura
poblada de imágenes, de sentidos, de premoniciones… de reflexiones en
profundidad. Todo este paseo tiene sin embargo un anclaje claro y definitivo:
el cuadro El Jardín de las delicias, oleo
de Hieronymus Bosch, el Bosco. Un hilo
discursivo lo podemos encontrar en ese diálogo permanente con el profundo
simbolismo que habita esta pintura. Es como si los relatos que constituyen el nuevo libro de Restrepo ( "Pecado" **) quisieran encontrar su lugar precisamente en ese universo extraño y misterioso que es la pintura.
Por
ello la obra se abre precisamente con un proemio que es una divagación sobre
este tríptico, titulada: Peccata Mundi, en la que antes que nada se nos dan retazos y
pinceladas de esta obra pictórica. Se nos remite a uno de sus dueños: el rey
español Felipe II, reconocido en mucho ámbitos por sus afanes inquisitoriales
inmisericordes y sus persecuciones a enemigos y hasta a amigos de ayer. El
jardín de las delicias o placeres, habla en su tejido del pecado del mundo al que el proemio nos introducirá. En una fusión
permanente nos vamos a encontrar entonces con los límites entre el mal y la
bondad, límites imprecisos que a veces
se oscurecen y en ocasiones se fulguran. Cómo si en el fondo de esta escritura
se ahogara una pregunta por los juicios morales más evidentes en nuestra
sociedad. Estos límites imprecisos son una de las obsesiones de la autora a lo
largo de toda su obra. Muchos de sus personajes destellan ternura o acogida en
medio de sus atrocidades y otros dejan ver ambigüedades y sentimientos
negativos en medio de su aparente corrección.
Irina la
joven estudiosa del fresco, enlaza este proemio con el primer relato: Las Susanas en su paraíso. A partir de
aquí entramos en un mundo más cotidiano, más prosaico, en el cual de repente
irrumpe una fuerza inesperada que aunque haya sido anticipada narrativamente,
descoloca las cosas y nos deja en el borde de abismos diferentes.
Las
Susanas viven en su Jardín de las
delicias, rodeadas de servidores, aisladas de su alrededor en el cual
fuerzas paramilitares y oscuras, hacen
desastres y matanzas que no las tocan. A san Tarsicio, el poblado de negros,
que alberga las vacaciones de estas tres mujeres ricas y blancas, se llega
atravesando Los Montes de María, región
tristemente conocida del nor-este colombiano. Sobre la región podríamos decir muchas cosas, pero
sinteticémosla en una: La violencia que
dejó 56 masacres, cientos de miles de desplazados, ruina económica y una gran
tristeza entre los cultos y luchadores campesinos de esta región entre Sucre y
Bolívar tiene raíces hondas…
[ ¿Cómo se
fraguó la tragedia de los montes de María?:
En el
límite inmediato de la hacienda de las Susanas, se ubican los habitantes del
pueblo, que despliegan ante ellas todas sus ventas y rebusques para aumentar
con sus visitas los escasos ingresos. Dos mundos que aunque no se mezclan se
miran mucho, la mirada de unos se posa sobre la piel de las otras, la mirada de
ellas penetra sus quehaceres, sus cuerpos y sus bailes. La champeta se proyecta
sobre la narración con su ritmo y su ondulación de caderas y músculos. En un
momento, esas miradas rompen las barreras y el mundo de los negros irrumpe
transgresivamente en el universo de las mujeres blancas. El Nenito atrae a
Diana y desde la primera mirada de este reencuentro, que se nos narra en
detalle, el desenlace está anunciado. Cuando se consume el deseo y el paraíso
se agiganta, sobreviene el caos que a manera
de juicio final arrasa con cualquier señal de vida en esa hacienda que
se queda vacía, esperando un regreso que no culmina. ¿Finalmente el verdadero
mal ha tocado el mundo de las Susanas? Es una pregunta que queda flotando en el
ambiente, el relato no resuelve todo, diferentes lecturas siempre son posibles.
Con la
destrucción de uno de los jardines de las delicias se nos deja en el exilio y
frente a frente con la viuda, un asesino meticuloso, obsesivo y
perfeccionista que planifica en detalle cada asesinato y no perdona jamás a sus
víctimas desde el momento en que le son
encomendadas. El mal lo encontramos aquí en los términos definidos por Hannah
Arendt, en su propuesta sobre la banalidad del mal. Este ejecutor
de la muerte, cuando nos relata su vida, sus tareas y hazañas, su rutina… no
cae jamás en un cuestionamiento, en una angustia, no conoce la sensación de
arrepentimiento. Siente que se distingue entre los otros de su calaña por su
exactitud, por su rigurosidad… por lo que denomina su pulcritud y la ausencia
de rastros en que se mueve.
Pero
por una casualidad del destino, de esas que la tragedia griega maneja tan bien,
la tarea focalizada por el relato nos muestra los días en que la viuda se enamora perdidamente de la
hija del que ha de ser su víctima. El amor y la pasión, como siempre ocurre, le
enredan la vida y entonces él pasa a desvelarse, a seguirla, a averiguar sus días.
Todo deja de interesarle menos ella que concentra sus fuerzas y atenciones. En
su discurrir la encuentra débil y con necesidad de protección, tentación
difícil de superar para un sicario. Su destino se tuerce: ahora está dispuesto
a morir, a recibir el castigo por la única acción buena que ha hecho. El
castigo llega por los únicos pasos que no se lo han ganado.
El
relato tercero nos enfrenta a un tema eterno de la literatura, del arte, de la
psicología: una forma muy especial de Edipo. Forma muy especial porque en
realidad ese padre y esa hija lo son sólo en términos biológicos. Ana, la
protagonista nos cuenta varias cosas: en
primer lugar su ausencia total de padre, ausencia que se llena con fantasías,
con deseos equívocos, con rechazo a la madre o a los tíos… ausencia y vacío que
se llena con literatura, con libros, con un juego sexual sin sobresaltos ni
secretos. El amor entre el padre y la hija viene dado en el relato en forma natural, sin sorpresas ni preguntas… La
narración no se detiene en las conciencias, sólo en el acontecer que se resbala
sin problemas cada noche en la cama. El abrazo de Perucho y su hija tiene lugar
en una estancia en la que de nuevo el Jardín del Bosco preside.
Pero
aunque la conciencia no se dice, ese encuentro de cuerpos termina siendo una
alta dosis de rencor acumulado que se manifiesta en la violencia con que el
padre se da en su cabeza contra la pared o los barrotes de la pieza-testigo y
en el repudio final por parte de la joven. No tenemos acceso a los pensamientos
de Perucho, sólo a sus arrebatos… todo lo vemos con los ojos de la hija a la
que en un momento le llega a ser insostenible su pecado o más bien el pecado del padre. Ella rechaza (repudia en
términos shakesperianos) a su padre… Y curiosamente recurre a su madre como a su salvadora. El abordaje de
este tema es valiente y de frente, y al mirar la pareja paseándose por los
campus de la Universidad norteamericana los lectores nos preguntamos dónde
radicó el mal: ¿en el enamoramiento de la hija o una vez nuevamente en el abandono
del padre? Ese grito de angustia:
Hubiera querido abrazar a mi padre pero no ahí, no así.
Hubiera querido quererlo de otra manera, darle vuelta a la naturaleza de mi
amor, expulsarlos bichos negros de la charca, exterminar la ponzoña de gusanos.
Limpiarlo todo y dormir en paz…
nos
habla de una conciencia con deseos de estar limpia… Pero ese No-Padre
se hace sombra obsesiva, se convierte en síntoma en términos psicoanalíticos.
Y es
esa ausencia radical del padre la que vuelve a jugar en, Lindo y malo ese muñeco. Otra forma de Edipo en unas formaciones
sociales en las que el padre no sabe ni desea estar presente. Arcángel debe asumir
las funciones del padre, del marido, del jefe y proveedor del hogar… ante una
madre demasiado ocupada en la sobrevivencia como para preocuparse de por cuáles
caminos va su hijo hasta llegar a casa con el dinero para el pan. En este
cuento la autora por medio de un potente juego del lenguaje y la palabra nos
acerca a los barrios marginales de ladera, aquellos en los que las nociones
tradicionales del bien y del mal se han invertido en ocasiones y se han
desvanecido en otras, en medio de una sociedad líquida, según la propuesta de
Zygmunt Bauman. Encontramos de nuevo esa banalidad que mata, roba o se divierte
tumbando una escalera aunque ello ponga en peligro la vida de un albañil.
El hijo
se siente amado por su madre y
reconocido por ella en su función de proveedor y protector en medio de la
escasez y del peligro. Eso le basta; con satisfacción del deber cumplido, recibe su pan dulce o su sopa en la noche. Por eso
su jardín de las delicias se desmorona y su vida tiene una especie de final y
sobre todo de mudez, cuando descubre su desaprobación. Arcángel no se ha
planteado jamás el interrogante por la moralidad de lo que hace o lo que deja
de hacer: consigue el pan, con eso basta. Se sienta por las tarde a mirar el
paisaje en medio de una calma aparente o real… Por ello al constatar la reprobación
maternal en la carne de su hermano menor, pierde su norte y la voz narrativa
nos deja ad portas de un interrogante. Final abierto como muchos de los de
Laura Restrepo.
El
relato más extraño de los siete que componen el conjunto, es El Siriaco, también el más directamente
religioso. Este loco estilita en sus ardores religiosos nos recuerda al Sleepy
Joe de Hot Sur o al ángel caído de Dulce compañía… La diferencia y cercanía
o lejanía entre la simple religión y la mística. ¿Qué se esconde detrás de estos
efluvios? Todo el ambiente del mundo ficcional es exótico: el universo que
rodea al rico y poderoso Nemérodes, el santo Gebrayel que anuncia las
desgracias… el niño que conversa con las ranas y con las ovejas. ¿Estamos ante
un soberbio en ciernes que no puede hablar con sus semejantes o simplemente
ante un “ido” cuya cabeza perdió la llave de regreso? ¿Siriaco está inspirado
en Simeón el estilita y sus siguientes émulos o su existencia narrativa es
fruto de otras preocupaciones que pueden hallar respuesta en esas columnas del
desierto? Es claro que la autora quiso trasladarse al antiguo oriente, en las
puertas mismas del desierto y explorar motivaciones y deseos. ¿Es lícito pensar
en alguna interpelación a la Siria de hoy?
Aún en
medio de lo más puro, de lo más aparentemente religioso o “espiritual” se
esconde lo macabro y alguna sutil forma de mal… aunque sea la soberbia como lo
dice el paratexto de Agustín de Hipona que antecede al relato: La soberbia es deseo de alcanzar una altura
perversa. Siriaco y su mundo, sus fanáticos y seguidores, se diluyen, de
deshacen entre la arena del desierto cuando la madre intenta rescatarlo de esta
y de otras locuras. Otra vez una madre persiguiendo a su hijo tocado de locura,
una madre que intenta retenerlo en este lado del mundo y un hijo que es halado
por otras dimensiones de la existencia, dimensiones extrañas cuya clave de
acceso no alcanzamos a descubrir.
No soy
capaz de vislumbrar vestigios de maldad alguna o presencia del mal, en los protagonistas
de la bella nouvelle de remembranzas
y amor, Olor a rosas invisibles, ya
publicada anteriormente por la autora. El término pecado que preside esta
colección de relatos tal vez pueda aplicársele, aunque no sin antes haberlo
discutido. El Diccionario de la Real Academia de la lengua, define así el
pecado: Transgresión voluntaria de
preceptos religiosos. Cosa que se aparta de lo recto y justo o que falta a lo
que es debido. El triángulo formado por Luicé, Eloísa y Solita no parece mostrar una infidelidad matrimonial
en la que se causa un daño irremediable. Los juegos del deseo son
incontrolables lo dijo el viejo Freud y las angustias y peripecias de este
hombre demasiado mayor para encontrarse con un amor de juventud llaman a la
ternura más que a cualquier condenación. Pero claro, en términos eclesiales y
por extensión, sociales se trata de una trasgresión.
Para
visualizar más la malicia del adúltero que la desazón del viejo, es
imprescindible y necesario ponerse en el
punto de vista de la esposa engañada. Es claro que la inocente confianza de
Solita es burlada, pero la condena no llega sino desde una mirada estricta y apegada
a la ley… Esta expresión en términos cristianos nos habla más bien de
una falla que de un camino justo. La música de fondo del Adagio de Albioni nos acompaña en el placer de esta lectura.
Más de
una vez en las obras de Laura Restrepo subyacen interrogantes abiertos o retos
éticos, preguntas a la moralidad vigente… Es el caso de algunos de estos
relatos. Desde mi punto de vista, el cuento que más pone el dedo en la llaga en
este sentido, es Amor sin pies ni cabeza. Cuento de factura impecable en el que la
narradora ejerce de periodista-entrevistadora. ¿Desde qué patrones y
situaciones juzgar a esta víctima que se hace victimaria? Desde la asepsia y la
distancia nunca sabremos cuáles son las razones de la sobrevivencia.
Mirada
desde el feminismo Emma la descuartizadora
¿cómo sería juzgada? El relato nos muestra los detalles del mundo recreado: la
cárcel y sus rituales malévolos para acercarse a los presos o presas… las
guardianas, las oficinas, las rejas y paredes, las reglas, y de nuevo El Jardín de las delicias que tal vez en
esta ocasión refleje los infiernos en vez de las delicias
La
narración y el punto de vista de la protagonista son sencillos, directos, no
tienen pierde. Mató a su hombre en estricta defensa propia porque la
maltrataba. El maltrato es ahogo sicológico, asfixia de la vida: te defiendes o
te hundes irremediablemente. Emma escogió salvarse. La sevicia que le pusieron
otros a ese desbaratar el cuerpo, ella no se la puso. Su mirada fue más
sencilla “más limpia” podríamos decir. Y de nuevo un reto ético flota en el
aire: En un país con altísimas tazas de impunidad en la violencia de género ¿el
lícito hacer justicia por mano propia?
Y sin
embargo allí habita el horror. Un vez más la mutilación, el descuartizamiento,
el hachazo de la vida en pedazos… habita las preocupaciones, las obsesiones y
los ejes temáticos de nuestra autora. Tal vez una vez más la clave la
encontramos en El Bosco y su pintura en la que el mundo interior se deshace en
pedazos. Esta lectura nos remite de nuevo al primer texto: al proemio… y luego
a cada uno de los relatos, en busca de una mayor inteligencia de lo que se nos
dice.
Carmiña
Navia Velasco *
Santiago
de Cali, Marzo de 2016
** http://www.megustaleer.com/libro/pecado/ES0139611 El libro en la web de Alfaguara.
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El texto se publicó en el portal de Carmiña Navia Velasco
Entrevista a LAURA RESTREPO por Carmiña Navia Velasco
Domingo,
Marzo 20, 2016, Especial para GACETA, El
País, Cali
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