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Compilaciones NTC ... MVLL (Nobel, 2010)
"Espacio de difusión, reflexión y opinión sobre la vida y obras de MVLL
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que dan para recorrer múltiples aspectos de los últimos 50 años
de la vida culural de América Latina y el mundo."
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Portal-blog complementario a NTC ... Nos Topamos Con ...
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La ficción realista de Vargas LLosa
Ensayo
Comparación entre los aportes literarios de dos premios Nobel de Latinoamérica: Gabriel García Márquez y Mario Vargas LLosa. Algo va del realismo mágico a la narración realista.
Por José María Baldoví . Especial para GACETA, El País, Cali, Octubre 17, 2010. Próximamente en la versión digital de GACETA: http://www.elpais.com.co/elpais/ediciones-impresas?pub=3
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La ficción realista de Vargas LLosa
Ensayo
Comparación entre los aportes literarios de dos premios Nobel de Latinoamérica: Gabriel Carda Márquez y Mario Vargas LLosa. Algo va del realismo mágico a la narración realista.
Por José María Baldoví . Especial para GACETA, El País, Cali, Octubre 17, 2010. Próximamente en la versión digital de GACETA: http://www.elpais.com.co/elpais/ediciones-impresas?pub=3
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Que no se lo hayan otorgado a Borges o a Cortázar o a Fuentes no significa que Mario Vargas Llosa no merezca el Nobel de Literatura, que por lo demás ya no lo esperaba. Como tampoco resulta sensato alegar que lo políticamente correcto para la Academia sueca de las letras, al menos en los últimos tiempos, sea premiar a los autores de izquierda e ignorar a los de la orilla contraria. El arte no responde a ningún color político ni es más sabio el zurdo que el conservador. Al igual que es una falacia que el arte deba servir a una postura moral o ética. El arte, decía Óscar Wilde, es bueno o malo. El resto es demagogia. O literatura.
Los académicos nórdicos también les negaron su reconocimiento a otros creadores no menos notables como Graham Green y Juan Rulfo. Según ciertas lenguas, al primero por apelar al humor y al segundo por la brevedad de su delgada pero inestimable producción de resonancias oníricas y de ultratumba.
De modo que desvirtuar el galardón de Vargas Llosa porque otros no lo obtuvieron no es argumento razonable, conceptual ni suficiente. Lo que sí vale la pena es discutir acerca de los posibles motivos que sustentaron una distinción que a mi juicio van mucho más allá de un aplauso a la lengua castellana y a la sin salida descrita por el arequipeño que supone la opresión sufrida por el individuo bajo sistemas
inhumanos como dice el comunicado de la Academia.
A Vargas Llosa lo premian porque es presumible que los estudiosos hayan concluido que el realismo mágico garcíamarquiano no es el único filtro estilístico a través del cual se pueda leer y recrear el rostro de América Latina. La verborreica y lírica prosa del colombiano, tributaria de Rubén Darío y de las leyendas caribeñas, es, a pesar de su vigorosa narrativa, un divertimento que no alcanza a superar la mentalidad premoderna, agraria y folclórica. Más anecdótica que profunda y humanista, la palabra novelada del Nobel de 1982 acude a la imaginación fantástica y supra natural para burlar el realismo sin explicarlo o someterlo.
Su mundo de evasión, salvo en 'El coronel no tiene quien le escriba”, se reviste de mauricios babilonias; mariposas amarillas y úrsulas flotantes para encantar, adormecer y entretener por el artificio mismo más que por la necesidad de construir una metáfora o una parábola. El mito y las sentencias y evocaciones bíblicas están más próximas a la literatura de García Márquez que los dramas del hombre contemporáneo. El empaque es cautivante, pero la hondura se sacrifica por la confección del collar de perlas.
Por otro lado la lógica garcíamarquiana es lineal, cronológica, conservadurista y de cautivantes efectos especiales. Su carpintería se preocupa sobre todo por la melodía, la cadencia, el trucaje de la sorpresa, el peso de las frases, el juego de las palabras, ese largo vallenato que es según su autor 'Cien años de soledad. Claro que no es poca cosa imprimirle sensación de oralidad a la literatura. Pero los personajes del fundador de Macondo se evaporan como los sueños, van y vienen como las apariciones de los santos y no arraigan en sus contextos. Carecen de anclas existenciales, de problemas ordinarios, de inquietudes viscerales.
De todas maneras la narrativa del colombiano recobró el asombro por las aventuras, peripecias y revelaciones de la novela caballeresca. A su manera, García Márquez procuró reconquistar el Santo Grial del Siglo de Oro español. Y de su padre William Faulkner aprendió el valor del léxico preciso y de una prosa cantarina, fuera de inventar un pueblo paralelo al de Yoknapatawapha para que los acontecimientos de sus novelas no coincidieran con el mundo extra ficcional. Sin embargo, la profundidad psicológica, el trauma emocional y la experimentación no hicieron parte del manual que recibió el entonces lector de tierra caliente y posterior autor de suntuosidades compositivas.
Hijo también de Faulkner, Vargas Llosa sí recogió el desafío de la experimentación literaria preconizada por el estadounidense. A partir de 'La ciudad y los perros”, el peruano llevó a cabo, mediante una meticulosa investigación de la naturaleza arquitectónica de la novela del siglo XX, una revolución expresiva del castellano en la cual lo acompañaban Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar y Juan Rulfo.
La eliminación del narrador demiurgo, intermediario, sabelotodo fue la búsqueda técnica más ambiciosa de Vargas Llosa que culminó en 'Conversación en La Catedral”. La pretensión consistía en dislocar el punto de vista de quien contaba la historia, desplazar la pretendida voz del autor para abrirle espacio al estilo objetivizado, en el cual la introspección y los monólogos internos de los personajes se manifestaban a su antojo, al tiempo que el presente histórico de la novela se mezclaba con el recuerdo y el pasado.
La compleja técnica, naturalmente, era exigente, intelectual y no precisamente popular. Sólo así se trascendió la mera anécdota y fue posible formar unos nuevos lectores hispanoamericanos, hasta los años 60 acostumbrados al punto de vista estático del narrador.
La manipulación de la ilusión de la ausencia de autor se remonta a Joseph Conrad y Henry James. Ahora, Vargas Llosa queda inscrito en esa corriente moderna de la novela experimental.
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Los académicos nórdicos también les negaron su reconocimiento a otros creadores no menos notables como Graham Green y Juan Rulfo. Según ciertas lenguas, al primero por apelar al humor y al segundo por la brevedad de su delgada pero inestimable producción de resonancias oníricas y de ultratumba.
De modo que desvirtuar el galardón de Vargas Llosa porque otros no lo obtuvieron no es argumento razonable, conceptual ni suficiente. Lo que sí vale la pena es discutir acerca de los posibles motivos que sustentaron una distinción que a mi juicio van mucho más allá de un aplauso a la lengua castellana y a la sin salida descrita por el arequipeño que supone la opresión sufrida por el individuo bajo sistemas
inhumanos como dice el comunicado de la Academia.
A Vargas Llosa lo premian porque es presumible que los estudiosos hayan concluido que el realismo mágico garcíamarquiano no es el único filtro estilístico a través del cual se pueda leer y recrear el rostro de América Latina. La verborreica y lírica prosa del colombiano, tributaria de Rubén Darío y de las leyendas caribeñas, es, a pesar de su vigorosa narrativa, un divertimento que no alcanza a superar la mentalidad premoderna, agraria y folclórica. Más anecdótica que profunda y humanista, la palabra novelada del Nobel de 1982 acude a la imaginación fantástica y supra natural para burlar el realismo sin explicarlo o someterlo.
Su mundo de evasión, salvo en 'El coronel no tiene quien le escriba”, se reviste de mauricios babilonias; mariposas amarillas y úrsulas flotantes para encantar, adormecer y entretener por el artificio mismo más que por la necesidad de construir una metáfora o una parábola. El mito y las sentencias y evocaciones bíblicas están más próximas a la literatura de García Márquez que los dramas del hombre contemporáneo. El empaque es cautivante, pero la hondura se sacrifica por la confección del collar de perlas.
Por otro lado la lógica garcíamarquiana es lineal, cronológica, conservadurista y de cautivantes efectos especiales. Su carpintería se preocupa sobre todo por la melodía, la cadencia, el trucaje de la sorpresa, el peso de las frases, el juego de las palabras, ese largo vallenato que es según su autor 'Cien años de soledad. Claro que no es poca cosa imprimirle sensación de oralidad a la literatura. Pero los personajes del fundador de Macondo se evaporan como los sueños, van y vienen como las apariciones de los santos y no arraigan en sus contextos. Carecen de anclas existenciales, de problemas ordinarios, de inquietudes viscerales.
De todas maneras la narrativa del colombiano recobró el asombro por las aventuras, peripecias y revelaciones de la novela caballeresca. A su manera, García Márquez procuró reconquistar el Santo Grial del Siglo de Oro español. Y de su padre William Faulkner aprendió el valor del léxico preciso y de una prosa cantarina, fuera de inventar un pueblo paralelo al de Yoknapatawapha para que los acontecimientos de sus novelas no coincidieran con el mundo extra ficcional. Sin embargo, la profundidad psicológica, el trauma emocional y la experimentación no hicieron parte del manual que recibió el entonces lector de tierra caliente y posterior autor de suntuosidades compositivas.
Hijo también de Faulkner, Vargas Llosa sí recogió el desafío de la experimentación literaria preconizada por el estadounidense. A partir de 'La ciudad y los perros”, el peruano llevó a cabo, mediante una meticulosa investigación de la naturaleza arquitectónica de la novela del siglo XX, una revolución expresiva del castellano en la cual lo acompañaban Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar y Juan Rulfo.
La eliminación del narrador demiurgo, intermediario, sabelotodo fue la búsqueda técnica más ambiciosa de Vargas Llosa que culminó en 'Conversación en La Catedral”. La pretensión consistía en dislocar el punto de vista de quien contaba la historia, desplazar la pretendida voz del autor para abrirle espacio al estilo objetivizado, en el cual la introspección y los monólogos internos de los personajes se manifestaban a su antojo, al tiempo que el presente histórico de la novela se mezclaba con el recuerdo y el pasado.
La compleja técnica, naturalmente, era exigente, intelectual y no precisamente popular. Sólo así se trascendió la mera anécdota y fue posible formar unos nuevos lectores hispanoamericanos, hasta los años 60 acostumbrados al punto de vista estático del narrador.
La manipulación de la ilusión de la ausencia de autor se remonta a Joseph Conrad y Henry James. Ahora, Vargas Llosa queda inscrito en esa corriente moderna de la novela experimental.
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A diferencia de su ex amigo colombiano, quien fuera aspirante a la presidencia de Perú optó por los personajes y los dramas eminentemente urbanos, por la confección de panoramas psicológicos, por la narración realista de los acontecimientos y la situación social y política de sus personajes.
Y no es que Vargas Llosa escriba novela histórica, pues la historia ha sido para él la materia prima de su ficción, sino que, como el mismo Nobel dice: "las historias que pasan en la vida suceden no con palabras, sino con hechos. Al volverse literatura, se convierten en otra cosa. Se convierten en una cosa que vale por el vocabulario, la simbología, el estilo, la estructura.”
Como discípulo de la novela clásica decimonónica europea, es decir, la novela total, omnicomprensiva, global, caníbal, como la practicaban Flaubert, Balzac y Víctor Hugo, la Academia sueca reconoce que la forma de relato documental, testimonial y de desarrollo de un destino está de vuelta. No ha claudicado. Está vigente y todavía interpreta al hombre y sus demoledoras circunstancias.
El deleite formal, de la mano de la inmersión en la fatalidad, es la lección recobrada, acaso eterna.
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Ya el desencuentro entre García Márquez y Vargas Llosa es irremediable en cuanto a la capacidad ensayística del ex consorte de la tía Julia Urquidi. 'García Márquez: historia de un deicidio'; 'La orgía perpétua: Flaubert y Madame Bovary'; 'La tentación de lo imposible. Víctor Hugo y 'Los Miserables'; 'El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti” : constituyen una inevitable muestra del alcance del pensamiento literario de quien se ha impuesto la apasionante tarea de averiguar por las raíces y las claves de sus ficciones predilectas y sus artífices.
Consideradas obras clásicas, las contribuciones de Vargas Llosa desde el ensayo han enriquecido la interpretación de la literatura. El desierto garcíamarquiano en este sentido es desconsolador. Nunca sabremos de las honduras reflexivas del patriarca.
Como polemista y periodista, Vargas Llosa es incansable: interviene, opina, levanta ampolla, dicta cátedra literaria, publica su columna cada quince días, reta a poderosos, defiende sus ideas y convicciones, viaja al Congo para relatar el naufragio africano, recorre Yasnaya Polyana para recordarle a los lectores que Tolstoi fue un místico y pacifista mesiánico que inspiró a Gandhi y cuenta que acaba de descubrir a Irene Némirovski, la escritora rusa que sufrió la barbarie nazi. Actúa Vargas Llosa para no venderle el alma al diablo con su silencio.
Consideradas obras clásicas, las contribuciones de Vargas Llosa desde el ensayo han enriquecido la interpretación de la literatura. El desierto garcíamarquiano en este sentido es desconsolador. Nunca sabremos de las honduras reflexivas del patriarca.
Como polemista y periodista, Vargas Llosa es incansable: interviene, opina, levanta ampolla, dicta cátedra literaria, publica su columna cada quince días, reta a poderosos, defiende sus ideas y convicciones, viaja al Congo para relatar el naufragio africano, recorre Yasnaya Polyana para recordarle a los lectores que Tolstoi fue un místico y pacifista mesiánico que inspiró a Gandhi y cuenta que acaba de descubrir a Irene Némirovski, la escritora rusa que sufrió la barbarie nazi. Actúa Vargas Llosa para no venderle el alma al diablo con su silencio.
Shakira, en cambio, fue una de las últimas seducciones periodísticas de García Márquez.
Exponente realista del Boom, Vargas Llosa abrocha una de las etapas más vigorosas de las letras hispanas. Su universalidad señala que no basta la fábula para conocer la vida secreta de las naciones y los individuos. Hace falta el alma, la sustancia de la derrota del hombre.
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APORTES Y DEBATE.
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*** Al fragor del Nobel
Por Kevin Alexis García
De: Kevin Alexis García kevimaster@gmail.com . Fecha: 17 de octubre de 2010, 16:41
Por Kevin Alexis García
De: Kevin Alexis García kevimaster@gmail.com . Fecha: 17 de octubre de 2010, 16:41
Asunto: Al fragor del Nobel: ¿ahora es mejor? (Respuesta al artículo de Gaceta "La ficción realista de Vargas LLosa", Oct. 17, 2010). Por: Kevin García
Para: NTC ntcgra@gmail.com
Fotografía que acompaña el texto: Click AQUÍ. No. 46 del álbum.
Para: NTC ntcgra@gmail.com
Fotografía que acompaña el texto: Click AQUÍ. No. 46 del álbum.
Cuando escuché la noticia del Nobel para Vargas Llosa supuse que pronto algunos críticos, seducidos por el fragor del premio, empezarían a insinuar que la obra del peruano era más lograda que la de García Márquez. Imaginé que una afirmación así evidenciaría algo de oportunismo y algunas dosis de insensatez. Pero tocaba esperar el momento en que las comparaciones llegaran para analizar los argumentos. Y José María Baldoví ha hecho la insinuación. Se despacha frente al estilo del caribeño diciendo, entre otras cosas, que es una lírica verborreica, un divertimento premoderno. Dice que “el empaque es cautivante, pero la hondura se sacrifica”, que “la lógica garcía marquiana es lineal”, que el mundo que construye el nobel colombiano es un mundo de evasión y que los personajes no arraigan en sus contextos. Sostiene también que la experimentación no hizo parte del manual que heredó Gabo de mentores como Faulkner. Señala que en cambio “Vargas Llosa sí recogió el desafío de la experimentación literaria preconizada por el estadounidense” y que la búsqueda técnica más ambiciosa de Vargas Llosa fue la eliminación del narrador demiurgo, especie de dios que dominaba el relato.
Cuando señala que la prosa del caribeño es un divertimento premoderno uno no sabe si comprenderlo como una expresión de soberbia crítica o ingenuidad lectora. Dice Baldoví que Gabo sacrifica la hondura por un empaque cautivante, mientras Juan Gabriel Vásquez ha invitado a leer Cien años de soledad en clave de novela histórica, pues la obra cifra toda una radiografía de la historia nacional, plasmada a trasluz entre un poderoso dispositivo ficcional. Pero es el propio Vargas Llosa quien ha indicado la hondura de la obra de Gabo. En la edición conmemorativa señaló que “esos cien años de vida reproducen la peripecia de toda civilización (nacimiento, desarrollo, apogeo, decadencia, muerte), y, más precisamente, las etapas por las que han pasado (o están pasando) la mayoría de las sociedades del tercer mundo, los países neocoloniales”. Y esto sin el peruano ser un sensible pensador neocolonial, pues ya sabemos que su pensamiento político es unilineal y que amparado en la defensa de la democracia liberal, ha identificado con una claridad desconcertante a los países latinoamericanos como sumidos en un estado de barbarie, y retrasados frente al progreso europeo, hacia el cual, según se deduce de sus palabras, todos los pueblos del mundo deberían apuntar.
Por otra parte, decir que la lógica garcía marquiana es lineal, significa desconocer Historia de un deicidio, donde el propio peruano señala que el mundo de los Buendía está sumido en una historia circular de espirales múltiples donde las generaciones de una familia se suceden el protagonismo y la soledad de Macondo. Señalar que los personajes de Gabo no arraigan en sus contextos y que el nivel metafórico está subsumido, es obviar la historia política latinoamericana durante la segunda mitad del siglo XX y la potente metáfora que de ella hace El otoño del patriarca. Pero, finalmente, sostener que la experimentación no hizo parte del manual de Gabo evidencia una interpretación de superficie. Sin duda, Vargas Llosa ha explorado con vehemencia en aspectos técnicos claramente visibles como la variación dinámica de puntos de vista y la alternancia de múltiples narradores y focalizaciones. Por su parte García Márquez, que también se bebió toda la literatura moderna, las teorías del inconsciente y la narrativa norteamericana, además de la oralidad wayúu y los relatos de sus ancestros, propone un sinnúmero de experimentaciones casi microscópicas. Para insinuarlas remito a El arte de la distorsión ( 1 ) donde Juan Gabriel Vásquez señala algunos logros. Basta leer las primeras frases de Cien años de soledad, para comprender en sus primeras palabras (todas terminan en vocales abiertas) que la fuerza y cadencia de su prosa descansa sobre una experimentación de filigrana. Sin duda García Márquez y Vargas Llosa son autores descomunales y siempre me ha sorprendido el gesto del peruano que dedicó su tesis de doctorado a estudiar la obra de Gabo, su cuasi contemporáneo. A pesar de que ambos han obtenido la mayor distinción en las letras, a los dos los ha seducido el poder y en sus vidas han dado notorios giros políticos, al analizar sus narrativas ¿por qué caer en la tentación de señalar que el recién galardonado ahora es mejor?
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Kevin Alexis García. Comunicador Social, Asp. Magister en Literaturas Colombiana y Latinoamericana
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( 1 ) Noticas y enlaces de NTC …:
*** El arte de la distorsión , Juan Gabriel Vásquez
http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=325
http://www.letraslibres.com/index.php?art=11789
http://www.letraslibres.com/index.php?art=11789
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Aquel de entre los sabios alquimistas
Por: Sergio Ramírez
El Tiempo .com 10:01 p.m. 16 de Octubre del 2010 http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-8136030.html Impreso Oct. 17.
http://www.elboomeran.com/blog/7/blog-de-sergio-ramirez/
Por: Sergio Ramírez
El Tiempo .com 10:01 p.m. 16 de Octubre del 2010 http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-8136030.html Impreso Oct. 17.
http://www.elboomeran.com/blog/7/blog-de-sergio-ramirez/
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Para los tiempos del boom, yo era un aprendiz de escritor que tuvo la suerte de tener maestros a mano, y para mí esos maestros fueron cuatro: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. La lista es obvia para todos porque ya se volvió mítica de tanto repetirla. Modelos ideales, todos eran jóvenes, todos eran mundanos, casi todos habían vivido malos tiempos en París, y en literatura eran unos sabios alquimistas que habían encontrado la piedra filosofal y escribían de manera diferente a como estábamos acostumbrados a leer a los escritores latinoamericanos tradicionales.
Gracias a la piedra filosofal, esos cuatro tuvieron el poder de convertir en moderna de un golpe la literatura en lengua castellana después de haber puesto en la redoma la literatura universal de vanguardia del siglo veinte y transmutarla, ya para entonces vieja, pero ignorada en los procedimientos de la escritura.
Vargas Llosa se presentó desde el principio como un meticuloso escritor realista, heredero del viejo Flaubert fanático de las exactitudes, que para contar mentiras tenía que ser fiel a la verdad, o sea, a la verosimilitud. La ciudad y los perros estaba armada como un mecano, con base en piezas que iban a buscar su lugar en la cabeza del lector gracias a correspondencias exactas, una lectura que podía parecer para iniciados, para escritores en ciernes que querían averiguar cómo estaban dadas las puntadas volteando la costura al revés, que es lo que yo hice entonces con ese libro, desarmarlo como un niño que prueba a meterse en las entrañas del juguete.
La ciudad y los perros revela la Lima horrible de la que hablaba Augusto Salazar Bondy, vista por un cadete adolescente sometido a los rigores de la disciplina militar del Colegio Leoncio Prado, un libro que sufrió en su momento el obligado auto de fe de las obras que conspiran contra la santidad de las instituciones al ser quemado.
En La casa verde, Vargas Llosa regresa al territorio tradicional de los escritores latinoamericanos de la primera mitad del siglo, que definieron la escritura por espacios geográficos, como si la novela, hija de la naturaleza, fuera la geografía misma. La casa verde se construye en el desierto y la selva, del poblado de Piura en la costa norte peruana a Santa María de Nieva en la selva amazónica, y no falta el río infinito por el que el bandido Fushía, enfermo de lepra, navega hacia su muerte.
Igual que en La ciudad y los perros, la novedad está en la manera en que se cuenta, en el lenguaje, en la tesitura de los diálogos que entrelazan historias que corresponden a tiempos distintos. El procedimiento crea el misterio. Y la naturaleza será siempre personaje como antes, pero la desafían los otros personajes de carne y hueso, militares licenciosos de bajo rango, prostitutas, contrabandistas y aventureros, como en La Vorágine, de José Eustasio Rivera, de tantos años atrás. Una herencia transformada.
Conversación en La Catedral es, otra vez como antes lo fue El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, la novela de una dictadura, la dictadura sórdida del general Odría, pero otra vez es un asunto de la novedad del lenguaje y de la manera entreverada de contar. La forma no se aparta nunca del fondo y corren de manera paralela, lo que en sus novelas sucesivas vendrá a definir todo un estilo, y a hacer de Vargas Llosa un clásico que puedo volver a leer con la novedosa ansiedad de la adolescencia. Porque, como dice Ítalo Calvino, un clásico es el que tiene siempre algo nuevo que enseñar.
Masatepe, octubre 2010. www.sergioramirez.com
Para los tiempos del boom, yo era un aprendiz de escritor que tuvo la suerte de tener maestros a mano, y para mí esos maestros fueron cuatro: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. La lista es obvia para todos porque ya se volvió mítica de tanto repetirla. Modelos ideales, todos eran jóvenes, todos eran mundanos, casi todos habían vivido malos tiempos en París, y en literatura eran unos sabios alquimistas que habían encontrado la piedra filosofal y escribían de manera diferente a como estábamos acostumbrados a leer a los escritores latinoamericanos tradicionales.
Gracias a la piedra filosofal, esos cuatro tuvieron el poder de convertir en moderna de un golpe la literatura en lengua castellana después de haber puesto en la redoma la literatura universal de vanguardia del siglo veinte y transmutarla, ya para entonces vieja, pero ignorada en los procedimientos de la escritura.
Vargas Llosa se presentó desde el principio como un meticuloso escritor realista, heredero del viejo Flaubert fanático de las exactitudes, que para contar mentiras tenía que ser fiel a la verdad, o sea, a la verosimilitud. La ciudad y los perros estaba armada como un mecano, con base en piezas que iban a buscar su lugar en la cabeza del lector gracias a correspondencias exactas, una lectura que podía parecer para iniciados, para escritores en ciernes que querían averiguar cómo estaban dadas las puntadas volteando la costura al revés, que es lo que yo hice entonces con ese libro, desarmarlo como un niño que prueba a meterse en las entrañas del juguete.
La ciudad y los perros revela la Lima horrible de la que hablaba Augusto Salazar Bondy, vista por un cadete adolescente sometido a los rigores de la disciplina militar del Colegio Leoncio Prado, un libro que sufrió en su momento el obligado auto de fe de las obras que conspiran contra la santidad de las instituciones al ser quemado.
En La casa verde, Vargas Llosa regresa al territorio tradicional de los escritores latinoamericanos de la primera mitad del siglo, que definieron la escritura por espacios geográficos, como si la novela, hija de la naturaleza, fuera la geografía misma. La casa verde se construye en el desierto y la selva, del poblado de Piura en la costa norte peruana a Santa María de Nieva en la selva amazónica, y no falta el río infinito por el que el bandido Fushía, enfermo de lepra, navega hacia su muerte.
Igual que en La ciudad y los perros, la novedad está en la manera en que se cuenta, en el lenguaje, en la tesitura de los diálogos que entrelazan historias que corresponden a tiempos distintos. El procedimiento crea el misterio. Y la naturaleza será siempre personaje como antes, pero la desafían los otros personajes de carne y hueso, militares licenciosos de bajo rango, prostitutas, contrabandistas y aventureros, como en La Vorágine, de José Eustasio Rivera, de tantos años atrás. Una herencia transformada.
Conversación en La Catedral es, otra vez como antes lo fue El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, la novela de una dictadura, la dictadura sórdida del general Odría, pero otra vez es un asunto de la novedad del lenguaje y de la manera entreverada de contar. La forma no se aparta nunca del fondo y corren de manera paralela, lo que en sus novelas sucesivas vendrá a definir todo un estilo, y a hacer de Vargas Llosa un clásico que puedo volver a leer con la novedosa ansiedad de la adolescencia. Porque, como dice Ítalo Calvino, un clásico es el que tiene siempre algo nuevo que enseñar.
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