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Taller de Escritura Creativa
"El cuento de contar"
Memorias
Director: José Zuleta Ortiz
Cali, 2013
13.3 x 20.8 x 1.0 cms. Páginas: 157
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Texto en la contra portada
Fragmento del Prólogo: "Escribir y leer, la partitura de las palabras" *,
por José Zuleta Ortiz
* Texto completo más adelante.
Lo que trato de hacer en el taller que dirijo en la biblioteca es ayudar a otros a desprenderse de sí, procurar que encuentren sus limitaciones, que aprendan a reconocerlas y logren comprender que escribir es una lucha contra uno mismo. Contra nuestros prejuicios, contra nuestras verdades. Contra el lastre que acumulamos al ser más orales y racionales, que libres.
He repetido que el único taller es el texto en el que trabajamos y el mejor maestro, aquel que es capaz de confrontarnos, de exigirnos, de ayudarnos a descifrar nuestros yerros. La calidad de un texto reside en gran parte en el nivel de auto exigencia que posea el autor. Así, de la calidad de su propia crítica, dependerá la calidad de su escritura.
Desde muy niño advertí que podía penetrar en la belleza de las cosas, atisbar la esencia de los seres, percibir el canto de la existencia. No sabía muy bien que era aquello, pero me hacía muy feliz, me producía gozo y una ebriedad saludable e involuntaria.
Todos tenemos esa capacidad, escribir no es otra cosa que traducir esa experiencia, convertirla el palabras y en música.
José Zuleta
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PARTICIPANTES - AUTORES
INCLUIDOS
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Eidy Mireya Angulo
Cortes -Miriam Judith Crespo Galván
Cristina Irurita - Alejandro Liscano
Consonni - Aleja Lozano
Miguel Ángel Padilla Sandoval - Adriana Ramírez Camargo
Driver Ferney Ramírez Henao - María Victoria Rodríguez
Alejandro Sánchez Guevara
- Iliana Zuluaga Daraviña
Samira Betancourt-García - Nathalia Cubillos Rincón
Betsy Johanna Charris Hurtado - Diego Rodrigo Echeverry Caicedo
Rodrigo Escobar
Holguín - Clemencia Gálvez Buitrago
Margarita Rosa Patiño Arbeláez - Sandra
Rincón Castro
Judith Rodríguez Castro - Piedad Villegas
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Próximamente
La NTC ... edición digital-virtual
del libro completo
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BANDERA:
Memorias del Taller de
Escritura Creativa
El Cuento de Contar
Biblioteca
Departamental Jorge Garcés Borrero
Santiago de Cali,
Valle del Cauca, 2013
ISBN:
978-958-46-1651-7
Directora General:
Beatriz Otero Castro
Directora Técnica:
María Lisney Guayara Mejía
Mercadeo y
Comunicaciones: Constanza García A.
Prensa: Darío Peña
Director del Taller: José Zuleta Ortiz
Diseño y Diagramación:
Héctor H. Santamaría
Ministerio de Cultura
Carrera 8 No. 8 - 43 Bogotá D.C., Colombia
Teléfono: (571) 342 4100 Fax: (571) 381 6353 ext. 1183 Línea gratuita: 018000 938081
Teléfono: (571) 342 4100 Fax: (571) 381 6353 ext. 1183 Línea gratuita: 018000 938081
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NTC
… ENLACES
22
de diciembre de 2012
El
cuento de contar. Memorias del Taller de escritura creativa. Biblioteca
Departamental Jorge Garcés Borrero. Año 2012. Director José Zuleta
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22
de diciembre de 2012
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2012_12_22_archive.html
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* La partitura de las palabras.
Hay un momento en el que el escritor alza su voz y aprecia aquello que eran dibujos como sonidos. Entonces se produce un milagro; lo que había escrito, lo que había articulado como grafismos, se convierte en una criatura sonora y cobra una nueva dimensión.
Las palabras se nos revelan como música, a partir de ese momento nos deleitamos saboreando su doble condición de sentido y sonido. Ordenarlas no será lo mismo desde que esto se hace evidente. En adelante, al elegir las palabras, atenderemos no sólo su precisión o fortuna para expresar lo que deseamos expresar, sino también su aspecto sonoro, estaremos atentos al resultado que produce una palabra al lado de otra, luego apreciaremos el conjunto que forma una oración, una frase, y podremos advertir, gozar de su armonía, si está lograda, o trastabillar en su arritmia, en sus imperfecciones fonéticas, en su desatino rítmico, cuando no suena bien.
Recuerdo con placer el miedo que sentí la primera vez que leí en público. Lo mío era la comodidad del anonimato. Escribía en la cómoda estancia del onanismo,sin preocuparme de si lo que escribía estaba bien o mal.Esa feliz, adánica manera de escribir, se derrumbó el díaen que, después de muchos años de placeres solitarios,me vi ante una invitación a leer en público. La perspectiva de exponer a otros mis íntimos sucesos me aterró.
Cuando leí en voz alta lo que iba a ofrecer, aparecieron con una nitidez milagrosa todas mis taras y excesos, los innumerables y abrumadores desaciertos. Quise que me tragara la tierra. Sabía que lo que iba a hacer era un acto irresponsable, y más que nada, un acto de superflua vanidad.
Pero había dicho que sí. Me apliqué a corregir, busqué ayuda, compartí a un amigo escritor, lo que pensaba leer. Él, con su habitual serenidad, tomó en sus manos el que pensé era mi mejor logro literario. A continuación vi con terror cómo rayaba con un bolígrafo rojo cada línea de mi escrito. El texto quedó lleno de tachones y marcas. Al final el poema parecía una criatura agonizando en medio de la sangre y los cuchillazos propinados por su primer lector. No tengo con qué pagar aquella matanza.
Aprendí que cuando un texto busca otros ojos, otros oídos, entra en el mundo de lo que ya está escrito, y se sitúa en un escenario en el que muchos grandes talentos han desplegado sus alas: entra en el mundo de la literatura.
Nacer como aspirantes a escritores es algo apabullarte, pero si ya hemos dicho que sí, entonces comenzaremos una larga, si se quiere infinita tarea; la de aprender a desprendemos de nosotros, de nuestra vanidad, de nuestras aparatosas grandilocuencias, y más que nada, de la ilusión inicial que se complacía con el valor íntimo de nuestros escritos.
Lo que trato de hacer en el taller que dirijo en la Biblioteca es ayudar a otros a desprenderse de sí, procurar que encuentren sus limitaciones, que aprendan a reconocerlas y logren comprender que escribir es una lucha contra uno mismo. Contra nuestros prejuicios, contra nuestras verdades, contra nuestra vanidad. Contra el lastre que acumulamos al ser más orales y racionales, que libres.
He repetido que el único taller es el texto en el que trabajamos y el mejor maestro, aquel que es capaz de confrontamos, de exigimos, de descifrar nuestros yerros. La calidad de un texto reside en gran parte en el nivel de auto exigencia que posea el autor. Así, de la calidad de su propia crítica, dependerá la calidad de su escritura.
Desde muy niño advertí que podía penetrar en la belleza de las cosas, atisbar la esencia de los seres, percibir el canto de la existencia. No sabía muy bien qué era aquello, pero me hacía muy feliz., me producía gozo y una ebriedad saludable e involuntaria.
Todos tenemos esa capacidad, escribir no es otra cosa que traducir esa experiencia, convertirla en palabras y en música.
-Hay un momento en el que el escritor alza su voz y aprecia aquello que eran dibujos como sonidos. Entonces se produce un milagro; lo que había escrito, lo que había articulado como grafismos, se convierte en una criatura sonora y cobra una nueva dimensión.
Las palabras se nos revelan como música, a partir de ese momento nos deleitamos saboreando su doble condición de sentido y sonido. Ordenarlas no será lo mismo desde que esto se hace evidente. En adelante, al elegir las palabras, atenderemos no sólo su precisión o fortuna para expresar lo que deseamos expresar, sino también su aspecto sonoro, estaremos atentos al resultado que produce una palabra al lado de otra, luego apreciaremos el conjunto que forma una oración, una frase, y podremos advertir, gozar de su armonía, si está lograda, o trastabillar en su arritmia, en sus imperfecciones fonéticas, en su desatino rítmico, cuando no suena bien.
Recuerdo con placer el miedo que sentí la primera vez que leí en público. Lo mío era la comodidad del anonimato. Escribía en la cómoda estancia del onanismo,sin preocuparme de si lo que escribía estaba bien o mal.Esa feliz, adánica manera de escribir, se derrumbó el díaen que, después de muchos años de placeres solitarios,me vi ante una invitación a leer en público. La perspectiva de exponer a otros mis íntimos sucesos me aterró.
Cuando leí en voz alta lo que iba a ofrecer, aparecieron con una nitidez milagrosa todas mis taras y excesos, los innumerables y abrumadores desaciertos. Quise que me tragara la tierra. Sabía que lo que iba a hacer era un acto irresponsable, y más que nada, un acto de superflua vanidad.
Pero había dicho que sí. Me apliqué a corregir, busqué ayuda, compartí a un amigo escritor, lo que pensaba leer. Él, con su habitual serenidad, tomó en sus manos el que pensé era mi mejor logro literario. A continuación vi con terror cómo rayaba con un bolígrafo rojo cada línea de mi escrito. El texto quedó lleno de tachones y marcas. Al final el poema parecía una criatura agonizando en medio de la sangre y los cuchillazos propinados por su primer lector. No tengo con qué pagar aquella matanza.
Aprendí que cuando un texto busca otros ojos, otros oídos, entra en el mundo de lo que ya está escrito, y se sitúa en un escenario en el que muchos grandes talentos han desplegado sus alas: entra en el mundo de la literatura.
Nacer como aspirantes a escritores es algo apabullarte, pero si ya hemos dicho que sí, entonces comenzaremos una larga, si se quiere infinita tarea; la de aprender a desprendemos de nosotros, de nuestra vanidad, de nuestras aparatosas grandilocuencias, y más que nada, de la ilusión inicial que se complacía con el valor íntimo de nuestros escritos.
Lo que trato de hacer en el taller que dirijo en la Biblioteca es ayudar a otros a desprenderse de sí, procurar que encuentren sus limitaciones, que aprendan a reconocerlas y logren comprender que escribir es una lucha contra uno mismo. Contra nuestros prejuicios, contra nuestras verdades, contra nuestra vanidad. Contra el lastre que acumulamos al ser más orales y racionales, que libres.
He repetido que el único taller es el texto en el que trabajamos y el mejor maestro, aquel que es capaz de confrontamos, de exigimos, de descifrar nuestros yerros. La calidad de un texto reside en gran parte en el nivel de auto exigencia que posea el autor. Así, de la calidad de su propia crítica, dependerá la calidad de su escritura.
Desde muy niño advertí que podía penetrar en la belleza de las cosas, atisbar la esencia de los seres, percibir el canto de la existencia. No sabía muy bien qué era aquello, pero me hacía muy feliz., me producía gozo y una ebriedad saludable e involuntaria.
Todos tenemos esa capacidad, escribir no es otra cosa que traducir esa experiencia, convertirla en palabras y en música.
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